Del odio al amor... (4)

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Y qué importa si no soy Perfecto

Era sábado por la tarde y Aristóteles estaba haciendo algo que jamás creyó hacer: probarse outfits. Si bien nunca le había preocupado su look, pues siempre era espontáneo con su ropa y terminaba viéndose bien, esta vez era diferente. Obviamente no iría a un desayuno con el Presidente vestido con lo primero que encontrara en su clóset.
Se estaba frustrando, pues nada se encontraba nada adecuado para la ocasión.

Afortunadamente no estaba solo, sus dos cómplices lo acompañaban. Estaban acostados en la cama de Aris mientras éste sacaba ropa sin cesar

-Es que no lo puedo creer. Mateo y yo tenemos algo, nadie me puede quitar eso de la cabeza, cuando nos vemos el mundo se paraliza y podemos hablar por horas sin parar, pero no me ha dicho nada, ni siquiera sé si le agrado.

-Diego, no exageres. Obvio le agradas.

-Oigan, sean sinceros, ¿qué opinan de esto?

-Me gusta...

-A mi no, Aristóteles vas a un desayuno, es algo casual, no a un funeral.

-¡Aaahhh! ¡Ayuda!- contestó de nuevo con ese tono de berrinche mientras se acostaba en la cama.

-A ver, déjame ver que tienes...- Diego se paró y caminó al clóset. No tardó ni un minuto cuando sacó una camisa azul cielo y unos pantalones negros.- listo, ya lo arreglé, ¡ah! Y si te da frío... sugiero esta chamarra.

-¿Cómo es posible que yo lleve horas buscando algo que ponerme y tú lo resuelvas en chinga?

-Eso es porque estás nervioso... en otra ocasión te diría que usarás tus cacles de la suerte, pero, esto es algo más serio, porque mañana en la mañana, nuestro querido amigo se hará el Primer Caballero de México.

-Diego, creo que lo estás poniendo más nervioso.

-No creo que eso sea posible, Lota, Aris ya es más nervios que persona.

-Creo que voy a vomitar...

-¡Aristóteles! ¡Aliviánate! Todo saldrá bien... una vez, en la preparatoria, iba a tener mi primera cita con un güey... estaba muy nervioso porque era mi crush desde años atrás y por fin se me iba a hacer con él, además, tenía muy altas expectativas de lo que pasaría; yo era muy intenso, ya hasta me veía casado con él y todo. Bueno, resulta que yo pasé por él a su casa y al llegar y pasar por su patio, un señor estaba haciendo trabajo de jardinería. Sin querer me tropecé y lo tiré sobre un charco de lodo. Pedí mil veces perdón y él dijo que estaba bien, no había problema. Total, entré a la casa, bajó el chavo y me ofreció agua; me la estaba tomando mientras él le decía algo a su mamá, cuando entró el mismo hombre que estaba en el jardín. El chavo se acercó y nos presentó. Era mi futuro suegro.

Todos reían, de esa manera, la tensión que Aristóteles podía sentir, iba disminuyendo.

-Una vez, yo salí con chavo que me gustaba muchísimo. Todo iba súper bien, ya estaba pensando en una segunda salida con él, hasta que en plena cita me llamó por el nombre de mi hermana. Resulta que él sólo quería que le ayudara a conquistarla.

-¡No es cierto! Y ¿qué hiciste?

-Me paré y me fui... pero antes le tiré la bebida en la cabeza.

-¡Bien hecho, campeona!

Volvieron a reír. Esto era como terapia para Aristóteles.

Después de un rato, sus amigos se fueron y él durmió.
A la mañana siguiente despertó sintiéndose bien, mejor. Se bañó y perfumó. Salió de su casa. Por fin llegó. Tragó saliva, aclaró la garganta como si prepara su voz para cantar. Ajustó por última vez el cuello de su camisa y se acercó.

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