Ilusiones a la orden #4

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Que las olas son de magia y no de agua salada
Yo te creo todo y tú no me das nada
Aunque sea mentira me haces sentir vivo
Aunque es falso el aire yo siento que respiro
Y aunque todo es de papel
Mientes tan bien

La abuela tenía un sin fin de actividades que quería hacer con su nieto; eran itinerarios que había planeado durante los largos años de ausencia, eran cosas simples, sencillas, pero que la llenarían de una alegría inmensa.

Lo siguiente en la lista: tener un pícnic.
El señor Balboa no asistió porque fue llamado con urgencia por Pancho López, ya le explicaría lo de Cuauhtémoc Balboa y su no muerte.

Pero, regresando a la abuela y sus nietos...
Los tres estaban sentados sobre un mantel de cuadros azules y blancos; llevaron una cesta con carnes frías, uvas y frambuesas, y vino rosado.
Brindaron y comieron un poco en un silencio exquisito, hasta que la abuela lo rompió.

-Y bien... ¿cómo se conocieron?

Aris y Temo se voltearon a ver, nerviosos pues no esperaban esa pregunta en esos momentos; ambos indagaron en sus mentes todo pequeño detalle que les pudiera servir.

Temo carraspeó -Abuela, pero si ya sabes la historia, es decir, fue de las cartas más extensas que escribí.

-Cuéntenmelo ustedes, quiero oírlo de su propia voz- pidió como niña pequeña que ruega a su padre que le cuente una historia antes de dormir.

Temo volvió a carraspear -Claro, abuela, fue... - dijo pero Aris lo interrumpió.

-Después de mi concierto en Ontario. Yo toqué en el piano aquella balada preciosa. Después, hubo una recepción.

-Si, eso y... - Temo volteó a ver a Aris para encontrar palabras que completaran la historia.

-Te acercaste a mi con una copa de vino...

-¿Blanco?

-Así es...

-Y tú me dijiste...

-Que a mí sólo me gustaba el tinto.

-Si, el tinto y yo... quedé como un idiota... entonces yo te pregunté...

-Nada, no me preguntaste nada.

-No, no le pregunté nada... -dijo voltenao hacia la abuela, con la angustia de haberla regado y que ella se hubiera dado cuenta.

Entonces Aris continuó relatando -Sabías lo que quería, no sé cómo pero lo sabías. Te quedaste callado haciéndome compañía. Vaya que dijiste las palabras mágicas. -todo esto se lo dice viéndolo a los ojos, envolviéndolo en una burbuja donde sólo estaban ellos dos.

La abuela interrumpe para preguntar -¿Qué te dijo?

-Mañana. -Soltó Aristóteles, simple y sencillo.

-¿Cómo?- preguntó ella como si no hubiera escuchado aquella palabra.

Aristóteles se encogió de hombros y siguió -No dijo más, sólo 'mañana' y eso fue suficiente.

-¿Y?

-Y fue suficiente para esperar el mañana y el mañana llegó con una flor y una dirección. Lo conocí y me enseñó a sonreír y a hacer sonreír y a saber que no nada más existe el dolor, si no también la felicidad y a saber que el amor es real y se llama Cuauhtémoc. - cuando acabó, volvió a ver a Temo quien no le había quitado la mirada de encima ni un segundo; así que se quedaron viendo fijamente de nuevo.

La abuela vuelve a interrumpirlos para soltar -Qué bonito. ¡Salud!

-¡Salud!- brindan los tres, hasta que ella vuelve a hablar.

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