Un novio para navidad

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Soy tu mejor amigo
Tu pañuelo de lágrimas, de amores perdidos
Quisiera decirte
Lo que yo siento
Pero tengo miedo de que me rechaces
Y que sólo en mi mente
Vivas para siempre

-Ari... Aristóteles... yo... soy gay. - Me decía Temo hecho un desastroso mar de lágrimas.
Aún lo recuerdo tan nítidamente como si hubiera pasado ayer; pero en realidad fue hace bastante tiempo atrás.

Cuauhtémoc López y yo somos amigos de la infancia y a los 8 años él me contó en confesión algo que había llevado mucho tiempo pensando: su orientación sexual.

Por supuesto en ese momento no supe bien qué hacer o qué decir, salvo abrazarlo y decirle que yo le quería así como era, pues con él me la pasaba muy bien, muy divertido. Siendo niños, lo único que yo quería era jugar y Temo era el mejor compañero de aventuras para mi.

Yo no me había puesto a pensar en quien era yo o lo que quería en mi vida. Para mi eso no era prioridad; pero Temo, Temo era muy diferente a todos. Siempre pensaba más allá de lo que veía, reflexionaba y divagaba; llegaba a conclusiones interesantes que te sorprendían y te hacían querer escucharlo por toda la eternidad.

Y cuando me dijo que era gay yo no supe qué más hacer que solo abrazarlo.

Su papá, Pancho, lo supo casi después de mí y lo entendió. Abrazó a su hijo y preparó al resto de la familia para que pudiera hablar con ellos.
Pero Temo se seguía sintiendo mal, así que Pancho hacía de todo para distraerlo y regresarle su característica sonrisa.

En una de esas, nos llevaron al Nevado de Toluca, en aquellos días donde la nieve ya caía.
Como niños curiosos y juguetones, quisimos conocer la nieve. En cuanto llegamos y subimos y bajamos por el Nevado, nos aventamos a la suave y blanca sustancia y comenzó la diversión.

-¡Chamacos! ¿Por qué no hacen un muñeco de nieve o algo? -sugirió Pancho.

Nosotros seguimos jugando y después de un rato, le hicimos caso.

-¡Quedó bien! Se ve muy mono. -Me dijo Temo, viendo nuestra creación.

-Deberíamos ponerle nombre, ¿no?

-Yo digo que se llame... Aristóteles.

Solté una carcajada y asentí. -Está bien, que se llame Aristóteles.

Temo se acercó a él y le dejó un beso en lo que pretendía ser su mejilla -Él podría ser mi novio también.

No supe que decir en ese momento, me sorprendió muchísimo, sentí que era algún tipo de confesión, pero no quería mal viajarme.
Hasta que...

Temo se acercó a mi y me dejó el mismo beso que al otro Aris, dejándome en shock, soltando una risita.
Y en mi se quedó una sensación agradable, era como un calor reconfortable que nacía en aquel sitio y se expandía por mi cara y bajaba a mi pecho y de ahí a mi estómago.

-¡Niños! ¡Ya vámonos! -gritaba mi mamá -Preparen sus cosas, ya nos vamos.

Aquel calor nunca se me fue, ni ese día al llegar a la casa de los López, ni a la mañana siguiente cuando mi mamá y Pancho volvieron a chulear nuestro muñeco de nieve a la hora del desayuno, o cuando regresamos a la escuela semanas después; y ahora, 18 años más tarde, sé que aquella sensación significaba amor, puro amor; me había enamorado de mi mejor amigo de toda la vida y tuve la fortuna de crecer con él, de no perderme ningún momento importante en su vida, de tenerlo cerca.

Un detalle pequeñito: nunca se lo confesé y él nunca tocó el tema del inocente beso; así que supongo que el crush que tuvo conmigo fue pasajero, se disipó, no existió más. Yo hubiera querido que él viviera de mí siempre enamorado.
Lo he amado en silencio, estando a su lado pacientemente cuando él se ha encontrado uno que otro hombre de ensueño, ayudándolo a sanar sus heridas cuando lo necesitaba, escuchándolo una y otra vez acerca de su gran deseo de encontrar el amor, amor que no le llegaba aunque se desvelaba y desesperaba por aquellos que no lo merecían.

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