Sin sorpresa.

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En su tiempo de humano, nunca había añorado tanto una cama y jamás se había topado con la calidez y comodidad con la que despertó. Aún con los ojos cerrados, sonrió de puro agrado, sintiendo la suavidad de las sabanas como magia contra su piel. Nada dolía, nada lastimaba, no existía el frio ni las preocupaciones por encontrar un refugio de la lluvia.

Apretó las mantas, acurrucándose en esa tranquilidad que había olvidado sentir antes. Poco a poco se alejó de ese bloqueo a la realidad, abriendo sus ojos. La ficticia ventana iluminaba la habitación en la que estaba, pero no podía ver más que luz a través de ella. El blanco gobernaba cada detalle de los muebles, con un toque dorado en algunos, como el relieve de los almohadones. El edredón nórdico y pulcramente blanco poseía un relieve en detalles dorados.

Por instinto, buscó las heridas que deberían de estarle escociendo aun, pero no estaban allí. Y el lugar que, como humano, debería doler más como consecuencia de sus actividades sexuales, no le molestaba en lo absoluto. Ni siquiera había una cicatriz en donde fue apuñalado por última vez. Su tatuaje era lo único que rompía el liso color de su piel.

Castiel se sentó, en su desnudez absoluta, observando a su alrededor. En la amplia morada no había nadie más, tampoco ningún sonido llegó a sus oídos. Se levantó de la cama, curioso, notando que el piso estaba cubierto de una suave alfombra beige. Sus pies agradecían tocar finalmente una blanda textura.

Había tres puertas en la pared frente a la cama. Cas se sentía en esos juegos donde tenías que adivinar donde estaban los leones, el fuego o la salida. Optó por abrir la primera de la izquierda, de dorado pomo como las demás. Un baño en contrastante negro se presentó ante él. Un gran espejo en el lavamanos, y la pared de la ducha tenía textura brillante en piedras de algún tipo; mientras que, un poco más allá, resaltaba el gris claro de la amplia bañera. El resto de cosas tenían un gris más oscuro, pero se notaba que eran modernos.

No era difícil deducir que estaba en un hotel, sin embargo... ¿Cómo llego allí?

Recordaba el día anterior con enorme vergüenza, avergonzado de sucumbir a sus instintos más bajos. Esos que no sabía que existían hasta que Michael comenzó a rasgar su piel. Se desconocía a sí mismo y esa parte, la más humana que tenía, le asustaba. Luego de que todo terminó, estuvo lejos de la realidad hasta ahora, no había en su mente ninguna pista de lo que el arcángel hizo con él. ¿Dónde estaba?

La siguiente puerta que probó, mostró una habitación más pequeña, que era un vestidor. Su traje estaba allí junto a la gabardina, inesperadamente recuperado de alguna parte. Otras prendas al azar llenaban las perchas, como si alguien que no conociera los gustos de Castiel la hubiese colmado de opciones para que tuviese amplia posibilidad de elección.

Pero Cas solo tomó su vestimenta usual y algo ropa interior nueva.

La última habitación desconcertó del todo al nuevo humano. Era una despensa, con comida por doquier y un refrigerador doble puerta en una esquina. Repletó de comida.

Bien. Esto no era hotel ni de cerca. ¿Dónde estaba?

Tomó una barra de cereal y siguió inspeccionando el lugar, en busca de sus cosas. Nada en las mesitas de noche, ni bajo la cama, ni en el tocador. Era hora de probar con la salida. Uso el baño y se vistió rápidamente. Guardó más barritas en sus bolsillos e intentó abrir la puerta de salida.

Esta abrió con enorme facilidad, hacia un pasillo vacío. Observó a ambos lados antes de salir completamente. Buscó a su alrededor una señal que le dijese donde estaba, solo encontrando una puerta frente a la suya.

No percibió ningún sonido dentro con su oído pegado a la puerta, por lo que se decidió a abrirla. Conocía ese lugar, muy atrás en el tiempo estuvo allí una única vez. La oficina de Michael, adonde solo unos pocos entraban en su extensa vida. Seguía en el cielo.

Sin embargo, el arcángel no estaba. Supuso que estaría ocupado con el desastre en que se había convertido el cielo mientras se encontraba en la jaula. Rebuscó entre sus cosas, evitando desacomodar su estricto orden de todo, pero no había nada de ayuda allí.

Aquí no había nada de seguridad porque era el fondo del cielo, lejos de toda entrada o salida, y a Michael no le gustaba que los ángeles se pasearan por el lugar que consideraba personal. Pero más adelante estaría minado de sus hermanos. ¿Cómo saldría del cielo? Aún más, con su padecimiento de humanidad.

Suspiro frustrado, decidido a regresar a la habitación, esperaría otra oportunidad de huir. La puerta se abrió antes de que llegara a ella y Michael lo miró sin sorpresa en sus ojos.

- ¿Intentando escapar? – Sonrió. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora