Desorden.

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Apostado en un rincón de la oficina, veía a Michael caer en la desesperación. Su acostumbrado control de todo se deterioraba en vez de mejorar, y no lo estaba pasando bien. Podía escuchar al arcángel refunfuñar por lo bajo, organizando papeles y maldiciendo el cielo entero.

Castiel, en el poco tiempo allí, probablemente pudo ver más matices de la personalidad siempre neutra de Mike que su propio padre. Eso lo hacía sentirse un poco más seguro de cuál sería el siguiente movimiento del mayor, y entender el porqué de sus decisiones. Mientras, las emociones humanas del ángel eran forzadas a expresarse por Michael, haciéndolo sentir más de lo que podía controlar.

Verlo así, en esa desesperación por volver a unir las piezas de un rompecabezas que había estallado de la noche a la mañana, hacía sentir al ángel la necesidad de ayudarle. No sabía cómo, y estaba seguro de que su ayuda sería rechazada, pero algo dentro le empujaba a intentarlo mínimamente.

- 20 bajas. 54 Rebeldes nuevos. – Releyó Mike en voz alta el papel en sus manos. – ¿Cuánta incompetencia tengo que aguantar? – Arrugó el informe y lo tiró lejos.

No era solo eso lo que le pesaba. Era todo... Desde el deplorable estado del cielo, hasta Gabriel que apenas se había marchado hace unas horas. Castiel se mantuvo en silencio, solo escuchándolo quejarse, porque no creía que un consejo de un ángel como él sería bien recibido por el otro.

En su mundo de papeles, faltaba uno, indispensable según Michael. Cas lo vio buscarlo unos minutos, hasta que se decidió a dar un paso hacia el arcángel para ayuda.

- No toques nada. – La repentina orden, que sonó como amenaza, asustó al ángel.

- Puedo ayudarte a buscar.

- Vas a desordenarlo todo.

Los hombros del menor cayeron, aunque tenía claro que sería rechazado desde mucho antes. Pero le frustraba que Michael siempre le mantuviese a cierta distancia, por más que compartieran más que aposentos. Al menos, Castiel pedía que le gritara a la cara cuanto lo odiaba si es eso lo que sentía hacia él.

- Quizá por eso es que tus soldados no obedecen, no confías en ellos, ¿Por qué iban a hacer lo correcto? – Terminó por explotar el humano. – No sabes dirigir para obtener el orden que tanto quieres.

Michael dejó los papeles abandonados y centro toda su mirada azul en el menor, absolutamente consternado por su atrevimiento.

- ¿Eso crees? – Intentó empujarlo a que lo repitiera o mantuviese su mirada, y Cas hizo lo segundo. - ¿Tú? ¿Uno de los principales culpables de este desastre?

- El caos en el cielo existía desde...

- ¡Tengo muy claro cuando empezó todo esto, Castiel! –

El ángel no bajó su mirada, pero retrocedió un paso más cerca de la pared. Estaba jugando con fuego, enardecido y hostil fuego, era más que seguro que se quemaría.

- Mantente lejos de mis asuntos. – Ordenó, volviendo al papeleó.

- Es mi familia también, es mi asunto también.

En cuanto terminó de decir esa desafiante frase, los papeles volaron en todas direcciones, cayendo como hojas de otoño a su alrededor. Michael estaba frente a él con aires asesinos, presionando dolorosamente su hombro contra el muro.

- ¡Abandonaste a esta familia hace tiempo, como todos! ¡Todos se han ido, mientras yo me mantuve firme, sosteniendo a esta maldita familia! ¡NO DEFIENDAS ALGO QUE NO VALE NADA PARA TI!

Michael le soltó y Cas sintió su hombro arder con más fuerza. El mayor retornó a su escritorio y de un chasquido volvió los papeles a su lugar.

- Vuelve a la habitación y mantente lejos de mí.

El ángel se marchó y prosiguió con su trabajo. Después de dos horas, Mike salió de allí hacia el centro de monitorio de ángeles, con su torre de papeles a cuesta. Usualmente, el lugar estaba resguardado por diez de sus hermanos, no más. Pero en ese momento, estaba colmado hasta el pasillo y, en su pasar por el resto del cielo, vio como pasaba lo mismo con otros puntos de reunión recurrentes. No tardo en descubrir el tema tan importante que los seres debatían, Castiel.

Lo olvidó por completo en medio de la disputa con su hermano menor. Castiel, se supone, era un prisionero; pero parecía caminar con total libertad por delante de él. El humano no llevaba esposas ni fue acompañado de vuelta a su "prisión" por guardias. ¿Cómo un prisionero podía ser tratado con tanta amabilidad después de tantos pecados cometidos?

- Silencio.

No gritó, apenas levantó la voz, pero los ángeles se dieron cuenta de su presencia y callaron. Y "Silencio" no significaba que debían callar mientras Michael estaba allí, sino que no debían hablar jamás del tema otra vez; el cielo entero lo tenía claro.




Consiguió hacer un brownie en taza mientras esperaba, incluso rellenarlo de Nutella. Comía sentado sobre la alfombra, con su espalda apoyada en la cama. Las luces parpadeaban de vez en vez y, probablemente todos sabían que se trataba de la furia de Michael. Recordaba tiempos muy antiguos en que esto había pasado. El primogénito se encerraba para no destruir nada, liberando su frustración de la forma más agresiva que podía.

Las horas pasaron y su necesidad de descanso fue más fuerte. Se acurrucó en la cama, esperando a que regresara el arcángel, luchando por mantener sus ojos abiertos. Finalmente se quedó dormido, solo en la gran habitación. Odió haber hablado de esa forma, se odió por enfadar a Michael. ¿Y si ya no quería verlo jamás?

La voz del arcángel le despertó, pero no estaba en la habitación, sino que se colaba por la puerta apenas abierta que Cas había dejado.

- Lo más pronto posible. – Ordenó a alguien que Castiel no lograba escuchar con claridad. – En cuanto tengamos su gracia, será juzgado.

Luego, pasos se alejaron por el pasillo, y la puerta terminó de abrirse. El humano sonrió sin pensar, creyendo que el arcángel se adentraría en la cama que compartían. Pero Michael pasó de largo, hasta llegar a la mesa de noche al otro lado, recogió su navaja y se fue, apagando las luces de la habitación. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora