Juicio... ¿Justo?

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Acomodó el botón de su saco y repasó su cabello. La mirada del ángel aun le observaba desde la cama.

- Mejor vístete presentable, vas a enfrentar la justicia en un momento. – Advirtió el mayor.

Castiel comprendió que realmente nada serviría para frenar esta tormenta acercándose, por mucho que intentara hacerle comprender al arcángel.

- Debe haber una forma... - Murmuró con su último suspiro de esperanza.

- No lo hay. – Lamentó Michael con una sonrisa.

El contradictorio gesto hizo fruncir el ceño al ángel, que no comprendía que había de bueno en ello. Mike se apoyó en la cama hasta llegar al menor, y robarle un beso a su desconcierto.

- Un arcángel como yo jamás rompería las reglas. – Susurró contra los labios ajenos. - ¿No crees, Cas?

Luego se alejó, prometiendo que volvería a por él cuando estuviese listo. Castiel continuó mirando la puerta, como esperando una respuesta para todas las preguntas que se agolpaban en su boca pero que no lograba decir. De nuevo, Michael le volvía a desorientar...




Para cuando el arcángel regresó, Castiel vestía un traje negro, típico de los ángeles. Mike se acercó para arreglar el cabello del menor y ajustar su corbata.

- ¿Vas a ayudarme? – Interrogó tímidamente el más bajo.

- No, jamás haría algo así.

Pero había ironía en la voz de Michael, y eso confundía más y más al ángel. ¿A que estaba jugando? Entonces, el arcángel le mostró las esposas del plata más brillante y aterrador que Cas había presenciado. Levantó un segundo su mirada hacia el mayor, justo antes de entregar su manos al frente para que ajustara su restricción.

- Ángel Castiel, es usted acusado de traición, entre otros delitos contra el cielo y su padre. –

Era puro protocolo, pero no dejaba de hacer sentir mal al acusado. Dos ángeles más le esperaban en el pasillo y ni siquiera eran capaces de mirarle a los ojos. Siguieron el camino en silencio, solo en el típico ritmo militar acostumbrado. Solo unos pocos ángeles seguían en sus puestos, aquellos que eran indispensables; el resto seguramente presenciaría su juicio.

Michael se adelantó hasta el estrado al llegar, cerrando las puertas frente a los ángeles, debían esperar hasta que les llamara. Escuchó al arcángel pedir silencio y proseguir con el protocolo establecido.

El nombre "Castiel" se escuchó y sus hermanos se apresuraron a entrar. Había silla sola, justo frente al juez, lista para el ángel acusado. Quienes le trajeron, se apostaron a su lado, siendo que ya era imposible escapar de por sí. A su derecha e izquierda el jurado, detrás ángeles que solo observarían.

Cas había estado en uno de estos procesos, sabía cómo funcionaba, pero no tenía idea cuanto pesaba la mirada de los demás como ahora. Era diferente el sentimiento del odio directo de tus hermanos, enfrentados uno a uno, muy diferente a todos ellos mirándole. Agachó la mirada, y esperó a que Michael prosiguiera.

Las pruebas de sus delitos contra el cielo se presentaron, leídas por uno de los miembros del jurado.

- Homicidio de ángeles, complot con el enemigo, robó de gracias...

Y la lista continuó largamente, hasta casi aburrir.

- Castiel, - Llamó Mike, y los ojos del susodicho inmediatamente se centraron en él. - ¿Aceptas estos cargos?

- Si.

- Podemos proceder a proponer los castigos que el jurado... - Comenzó a decir el mismo ángel que leyó los delitos.

- Samuel. – Acalló el arcángel. – Yo soy quien decide como proseguimos.

Un silencio incomodo se extendió en la sala, ni Samuel ni nadie en su sano juicio quería faltarle el respeto a Michael.

- Lo siento, yo solo...

- Prosigamos con los daños causados al Ángel Castiel por el cielo. – Sentenció el mayor, obviando las disculpas del otro.

Eso era inconcebibles, era como leer los derechos de un asesino serial, pero de nuevo, nadie iba a discutirlo con el arcángel. Castiel no podía creer lo que oía, y comenzaba a entender la sonrisa orgullosa que el mayor le regalo antes. Con la cantidad de daños que el cielo le había causado, mínimamente podría reducir su condena.

Dumah se puso de pie para leer, mirando directo a Cas, hasta que el juzgado podía imaginar el millón de maldiciones que estaba pensando.

- ¿Dumah? – Interrumpió Michael. – El cielo no tiene todo el día para esperarte.

- Lo siento. – Aclaró su garganta y tomó aire. – Engaño, arrebató de la gracia sin justificación, tortura no justificada...

Y una vez más, la lista continúo por un rato. Cuando Dumah finalizó, dejó escapar el aire cansada, haciendo una pequeña reverencia y volviendo a su lugar.

- Castiel, ¿Acepta estos daños? – Interrogó nuevamente Mike.

- Si.

- Muy bien, prosigamos con la opinión del jurado.

El jurado tuvo sus diez minutos de discusión y dieron su resolución.

- Proponemos dos posibles castigos. – Dijo el representante. – Encierro con reducción de tiempo, o reincorporación al frente de batalla.

Michael se reclinó en su silla, mirada pensativa ante la espera de cientos de ángeles.

- No necesito más encierros. – Dijo como para sí mismo. – No considero un peligro al Ángel Castiel. – Denegó la primera opción. – Y reincorporarlo al frente, sería dar chance de escape.

- ¿Qué cree más conveniente entonces, Arcangel Michael? – Preguntó un ansioso.

- Lo reincorporaremos, pero deberá comenzar desde el principio.

- ¡¿Desde el principio?! – Interrogaron varias voces, incluyendo la de Castiel.

- ¿Alguna objeción? – Incitó el arcángel.

Por supuesto que nadie tenía nada para decir que se opusiera a la decisión del el Arcángel Michael. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora