Sí, Señor.

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El sol anaranjado del atardecer teñía sus pieles de ese color, y las estrellas que comenzaban a aparecer hacia el otro lado, eran la cereza sobre el pastel para un perfecto paisaje. El Edén, en su perfecto verde, daba paso a las luciérnagas que parecían unirse poco a poco a sus primas estrellas.

Con su nariz, Mike recorrió la línea imaginaria desde el ombligo del ángel, subiendo lentamente hasta su pecho. Castiel se estremecía con cada pequeño roce, producto de un orgasmo reciente. Cuando le besó, Michael aún sabía a su esencia, pero estaba demasiado concentrado en lo que esa lengua podía lograr en su boca.

Guiado por el arcángel, Cas envolvió con sus piernas la cintura ajena, dejando a su mano desaparecer entre los cabellos azabaches. Sus frentes se unieron, conectando el azul de sus ojos también, respirando el mismo aire. El suspenso que Mike disfrutaba estaba matando al ángel.

- Por favor... - Exhaló un suspiro, dejando sus manos viajar hasta el comienzo de los abdominales del más alto.

- Me gusta que finalmente aprendieras a pedir las cosas. -

La sonrisa altanera hizo fruncir el ceño a Cas, pero olvido lo que el arcángel dijo cuando sintió la mano ajena cercana a su entrada. Mike se adentró con cuidado, con una perfección que lo caracterizaba, sin despegar su mirada de la expresión del otro. Profundizó y mordió con delicadeza el cuello del ángel, mientras arqueaba su espalada.

- Mi-michael...

Las manos del arcángel viajaron desde las piernas del menor hasta la nueva curva en su espalda, saliendo de cuerpo para adentrarse con la misma lentitud hasta lo más recóndito. Cas gimió contra su boca cuando Michael endureció su siguiente reintegro tomándolo por sorpresa. Estaba seguro de que podía llevar al límite a su ángel con esa simple táctica, pero tenía una debilidad terrible por cumplir sus caprichos.

El vaivén fue en aumento de velocidad, pero Mike no alejaría demasiado su cuerpo del menor; especialmente porque amaba tener la mejor vista de su expresión perdiendo el control. Un punto específico fue rozado y Castiel gimió con sus ojos pegados al arcángel, en algún parecido a una súplica que no podía expresar de otra forma; sus uñas se clavaron en la espalda de blancas alas y movió sus caderas en busca de esa sensación. La boca de rojizos labios brillaba en saliva, la cual Michael se vio tentado a limpiar con su lengua, para luego dejarla adentrarse por completo en la boca del ángel. Los gemidos fueron ahogados en lascivos besos.

Michael se irguió, tan imponente como era. Dejó su mano danzar libremente por el torso del ángel, ascendió por la pierna que le rodeaba, asegurándose de rozar el interior de sus muslos para estremecerlo. Movió sus caderas en círculos lentamente, provocando que Cas apretará en puños el césped bajo sus cuerpos.

La mano libre de Michael acarició la mejilla del ángel, acariciando con su pulgar los labios sonrosados, hasta descansar en su mentón y rozar con la yema de sus dedos la nuca del más bajo. Castiel dejó descansar su rostro en la caricia, justo a tiempo para enfrentarse a la sucesión de embestidas posterior.

Las sensaciones ascendentes les embriagaron por igual, obsesionándolos con la búsqueda de más. El ángel se dejó venir sobre su propio abdomen, arrastrando al arcángel con los espasmos de su orgasmo.

- Mi más grande pecado. - Sosteniéndose con su brazo a un costado de Cas, Michael le besó suavemente. –

- Cométeme.



El cielo estaba totalmente azulado y estrellado para cuando sus cuerpos permitieron relajarse. La blancura perfecta del plumaje se extendió por completo sobre el verde campo. Castiel se acurrucó sobre el ala de Michael a su derecha, usando sus azabaches para ocultar su desnudez.

- Lo siento. – Dijo, alcanzando la mirada del mayor.

- ¿Por qué?

- Dije que no sabías gobernar este cielo, pero es obvio que me equivoque.

- No existes monarcas perfectos, Castiel. – Susurro, besando las ondas negras.

Puede que Michael tuviese razón, pero Cas también pensaba que algo de cierto tenían sus dichos. Esa mañana, los ángeles fueron informados de que el Arcángel Michael seria nuevamente el único líder a cargo del cielo. Ellos no tenían idea del por qué su superior fue destituido y parecía no interesarles ahora que estaba de vuelta. Un aplauso interminable recibió al arcángel por los pasillos y pronto el silencio dio paso a las respetuosas inclinaciones de todos sus súbditos.

Puede que no siempre estuviera presente, puede que no perdonara fácilmente errores, puede que incluso cometiera injusticias a los ojos de los demás. Pero Michael lo intentaba con mucho más ímpetu que nadie que hubiese pisado ese cielo, dando su vida si era necesario por sus hermanos menores. A veces no era notable, pero cuando las cosas iban peor como últimamente, Mike desenfundaba su espada y escudo, cumpliendo un deber que no le correspondía enfrentar. Chuck estuvo feliz de apartarse para cederle su puesto al primogénito y los arcángeles de respetar sus decisiones.

Fue un gran día para Michael, pero el final era el mejor. En aquella noche perfecta de Edén, descansando sobre el suave césped con el ángel entre sus brazos, no podía ir nada mal. El ala sobre la que Castiel descansaba se curvó sobre él, cubriéndole de un frio que no sentía.

- Aún si el cielo me odiara, podríamos escapar juntos. – Dijo contra los labios de Cas.

- ¿Escaparía con un impuro como yo? – Sonrió divertido.

- Si sabes pedir por favor, podría hacer una excepción.





Castiel revisó el papeleo, una nueva misión con un grupo un poco más amplió de sus hermanos. Era cerca del bunker que los Winchester tenían, por lo que podría pasearse por allí en cuanto se desocupara. Ajustó su traje y su corbata, recibiendo un beso en su cuello.

- ¿Misión? – Interrogó Michael, asegurando adecuadamente sus gemelos, dos plateadas alas, cortesía de Chuck.

- Si, salimos en un rato.

- Ten cuidado. – Besó castamente los labios del ángel. – No te metas en líos y vuelve pronto.

Cas sonrió, buscando un beso más profundo y obteniéndolo.

- Sí, señor. 



FIN.

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