Asunto Urgente.

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El agua teñida de rojo se enfrió. Castiel volvió a arroparse en la suave cama, con su cabello seco gracias a un chasquido. La gracia del arcángel le envolvió por completo y ya no tenía heridas.

Sumergido entre las sabanas, vio la espalda marcada de Michael desaparecer en el vestidor. Seguramente se cambiaría y volvería al trabajo. Cas dejó su respiración aquietarse y cerró los ojos, absolutamente cansado. Abrazó la almohada, escondiendo la mitad de su cara allí, rodando hacia el otro lado y sonrojándose cuando las imágenes de lo que había pasado hace un momento regresaron a él.

Michael le ahogaba en besos y sangre, mientras algo afilado le marcaba el muslo. El agua le servía de lubricante, pero no lo suficiente para que su interior no escociese. Había sangre en sus manos, que resbalaban hacia la bañera que sostenía con fuerza. Por un segundo estuvo en el límite de la realidad, gritándose mentalmente que debía parar este frenesí de pasión y sangre... Y entonces, Michael golpeó ese punto que enviaba una corriente a todo su cuerpo, mientras le miraba directo a los ojos. Ya no podía ver la verdadera forma del mayor, solo ese recipiente que usaba. Pero veía mucho más allá en esos azules profundos y decidió entregarse a sus instintos sin pensar.

Esto de ser humano lo tenía fuera de control.

Su cabello recibió una caricia, ante la que abrió los ojos. Mike le miraba desde lo alto, rostro sin expresión. Llevaba pantalones pijamas y el cabello apenas humedecido.

- Apártate, ese es mi lado. – Dijo el arcángel.

Dio la espalda al mayor, entregándole espacio. Cas escuchó un chasquido, y todo se sumió en oscuridad. Un brazo rodeó la cintura del ángel y apreció como Michael se movía más cerca de él. Castiel se giró, descubriendo los ojos cerrados del otro. Mike no dormía, pero seguramente estaba muy cansado para mantener su ley de "no descanso". Era difícil encontrarse con esa paz profunda en su rostro seguido, pues parecía tranquilo por fuera, pero en sus ojos podías ver el estrés constante de un orden que no lograba encontrar. Por ello, disfrutaría de ese pequeño momento en que Mike olvidaba todo aquello que le pesaba, y solo estaba con él.

Cas estuvo a punto de rozar con sus dedos la suave textura de su rostro, pero la puerta sonó y Michael se alejó de su lado.

- Señor, es un asunto urgente. – Informó uno de sus hermanos.

Castiel maldijo a ese estúpido asunto urgente, sin saber que maldecía a sus amigos.



Una hora entera dando vueltas en la cama, esperando a que regresara, pero el arcángel no apareció. Castiel se puso el pantalón pijama que Michael dejó apartado para cambiar por su traje habitual. Aun con la luz apagada, podía ver la luz del pasillo colarse por debajo de la puerta. Abrió con cuidado, solo lo mínimo para que pasara un lápiz por la rendija.

Era su día de suerte o algo, porque dos de sus hermanos venían a dejar papeles a la oficina de enfrente.

- ¿Crees que se atrevan a desafiarlo? – Interrogó el más rubio de los dos, apostado en la puerta, mientras el otro dejaba la pila de archivos.

- No serán capaces. Nadie en su sano juicio se atrevería a molestar al arcángel Michael. – Aseguró el otro, retirándose y verificando dos veces la puerta. – Aunque son Winchester, puedes esperar cualquier cosa de ellos.

Castiel desapareció el pequeño espacio en la puerta después de escuchar ese apellido, pero no lo suficiente para perderse de la conversación. Seguramente Sam y Dean le estuviesen buscando, y lo olvidó por completo. Se meterían en problemas con el cielo, mientras el disfrutaba de su rincón especial.

- Pues Castiel lo puso muy de malas. – Ese tonó burlón no le gusto al humano. – ¿Serán ciertos los rumores?

- ¿Muerto? Lo dudo, Michael no sería tan amable. – Dijo mientras revisaba una libreta. - ¿Torturado? Muy probable, es lo que yo haría.

Pero se habían alejado lo suficiente para que Cas no pudiera escucharles, y se quedó a media conversación. Solo sabía que los Winchester tenían que ver con el "asunto urgente" de Michael, y que si no terminaban muertos, sería un milagro.

Castiel se quedó allí, sentado a un lado de la puerta en medio de la oscuridad, esperando que algo se escuchara, que Michael regresara. Necesitaba saber más. Si algo le pasaba a los Winchester, seria toda su culpa y no creía poder perdonárselo.



Estaba rindiéndose ante el sueño cuando la puerta se abrió finalmente. Michael le observó un segundo, y comenzó a deshacer la corbata, ignorándolo de nuevo. El menor se levantó rápidamente, y estampó al arcángel contra el muro, sosteniéndolo por las solapas del impecable traje.

Mike ni siquiera parpadeó cuando esto ocurrió, pero comenzaba a molestarse por las arrugas que quedarían marcadas en su ropa después del brusco movimiento.

- ¿Qué les hiciste? – Increpó el ángel.

La furia ardía en sus ojos, pero su fuerza seguía siendo la de un bebé en comparación a la del arcángel. El mayor lo asió por las muñecas, hasta que un dolor horrible obligó a Cas a soltar su ropa.

- ¿Quién eres para exigirme de esa forma? – Dijo Mike, ajustando su agarre hasta lograr que el otro se arrodillase. – No escuchó tus disculpas por arruinar mi traje. – Instó.

El dolor estaba matando a Castiel, y sentía que en cualquier segundo escucharía un crujido y sus brazos se romperían. Pero no bajaría la mirada, no esta vez.

- Si quieres saber sobre tus amigos, pides por favor. ¿Queda claro?

Cas no aprobó esa regla y el crujido se escuchó. Gritó como nunca antes, dejado caer por el arcángel al suelo. Su hueso no estaba quebrado en dos, estaba trizado desde la muñeca hasta el codo. Sollozo acurrucado contra sí, semidesnudo sobre la suave alfombra. Esto no le gustaba ni excitaba en lo más mínimo, dolía como el demonio.

- Son simples palabras, Castiel. Puedo curarte en cuanto aprendas cuál es tu lugar. – Apremió una vez más. – Te he consentido demasiado, pero puedo arrebatártelo todo con la misma facilidad en que tu gente me hace enfadar.

El menor jadeó contra el suelo, recuperando poco a poco el aliento, pero sin dejar de sentir dolor.

- Lo siento. – Suplicó con un hilo de voz.

Michael se puso en cuclillas a su lado, atento a la disculpa.

- Solo dime que no les hiciste daño. – Sollozó, viendo como sus brazos comenzaban a hincharse.

- No. – Respondió con simpleza.

El primogénito salió de la visión de Cas, mientras sanaba el daño causado hace un momento.

- Vuelve a la cama, quiero dormir. – Reclamó.  

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora