Guerra perdida.

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Joshua prometió que se aseguraría del buen procedimiento en las curaciones del arcángel, mientras, Castiel iría a investigar. Naomi lo vio antes de que atravesara las puertas de su área, caminando firme hacia ella.

- Sé por lo que vienes, y no te daré la información. – Negó ella al tenerlo enfrente.

- No pido el informe, solo necesito saber que paso.

- Castiel, no eres nadie. – Remarcó la última palabra. – No tienes derecho a exigir nada.

Naomi dio la vuelta y siguió en sus asuntos, al parecer era más importante. Los ángeles corrían de un lado a otro, demasiados nerviosos. Todo el asunto parecía girar en torno a la tierra, había algo grande allí, algo que hirió a Michael. Salió de allí cuando las miradas comenzaron a incomodarle.

El arcángel estaba despierto para cuando regresó, aun respiraba pesado y sujetaba su abdomen, pero estaba despierto. En seguida intentó levantarse de la camilla.

- No quiero estar aquí. – Apartó a los ángeles que intentaban ayudarlo.

- Estas muy malherido, Michael. – Intervino Cas, evitando que se levantara. - ¿Qué fue lo que paso?

Tenía las miradas de sus hermanos de nuevo encima, pero esta vez no le juzgaban, solo intentaban descifrar que había entre ellos para que Castiel se tomara esas confianzas con el arcángel.

- Envié a un agente de reconocimiento a un foco de oscuridad, cuando no volvió decidí enviar un equipo... - Su mirada perdida en el piso. – Ninguno volvió, y opte por ir yo. – Mordió sus labios, conteniendo su ira. – Los Winchester liberaron a la oscuridad.

A duras penas, Michael se puso de pie, esforzando su gracia todo lo posible para curarse. No había tiempo para lamentarse, tenía que poner a trabajar a sus soldados.



Ordenaron a todos los ángeles en tierra a regresar, mantenerse en el cielo era más seguro y formarían un ejército menos vulnerable. Michael no permitiría que más de sus hombres cayeran.

Antes de que diera la orden de cerrar por completo cualquier entrada al cielo, sintió esa energía lóbrega acercarse. Era tarde para cerrar el cielo.

El arcángel dio la señal de cerrar las puertas de todos los cuartos de las almas, protegiéndolas de cualquier cosa que pasase.

- ¡Corran al área segura!

Los ángeles siguieron su mandato, desalojando todas las oficinas y cada rincón del cielo, pero Castiel se mantuvo a su lado.

- Ve, tienes que tomar mi lugar. – Rogó. – Es una orden, Castiel.

- Sí, señor.

Castiel siguió a sus hermanos, intentando no ver atrás. El ataque de absoluta oscuridad se abría paso entre los pasillos y Michael tenía que frenarlo, esto era una declaración de guerra.

Abrió sus alas, volviendo deslumbrante su gracia, aunque la sangre aun manchará su pulcritud. Nadie se metería en su hogar a destruir todo lo que protegió desde que su padre se marchó, nadie destruiría su perfecto orden de las cosas de nuevo.

Elevó sus manos hacia esa negra humareda que se acercaba, dispuesto a detenerla o morir.





Las puertas fueron cerradas con seguridad desde el interior. Miles de ángeles resguardados en el lugar en que nacieron, el lugar más seguro del cielo... El taller de Dios.

Todos observaban la puerta, esperando que algo pasará. Las luces titilaban de vez en vez, pero nada cambio en un par de minutos. Hasta que algo explotó, sumiendo en la oscuridad al cielo por un par de minutos. Castiel quería abrir la puerta y correr hasta donde dejó al arcángel, pero sería peligroso y arriesgaría a los suyos.

La luz volvió y esperaron un tiempo hasta considerar que sería seguro salir. Un grupo de combate fue enviado primero, pero no pudieron detener a Cas de unirse a ellos.

Cada rincón estaba impoluto, justo como siempre. Las almas parecían a salvo, sin señales de haber sido perturbadas. Excepto Michael.

Recostado contra una pared, sentado en el suelo, el arcángel respiraba pesadamente. Castiel se adelantó a revisarlo mientras el equipo revisaba el lugar.

- ¡Michael! – El ángel se arrodilló a su lado, recibiendo la mirada cansada del otro.

- Volverá... - Aseguró en un hilo de voz. – Tenemos que prepararnos.

- Necesitas descansar.

- Necesito protegerlos, Castiel.

El cielo finalmente fue cerrado, incluso para las almas que podrían llegar a ser enviadas. Nadie entraría o saldría mientras la oscuridad estaba en la tierra, decisión que desató una discusión entre Cas y Michael.

- No puedes dejar a la tierra a la deriva.

- No hay quien pueda enfrentarla, Castiel. – Volvió a explicar con la paciencia que se le hacía escasa. – Necesitaríamos de todos los arcángeles para tan siquiera hacerle un rasguño.

- ¿No vas a luchar? – Lamentó, buscando la mirada del Mike, quien le evadía. – Pensé que se supone que eso hacen los soldados, luchar. ¡Eso es lo que me enseñaron desde el día en que nací!

- Esta es una guerra perdida, Castiel. Y si Amara logra apiadarse de nosotros, con suerte tendremos un ejército de ángeles y algunos millones de almas para recomenzar.

- ¿Qué hay de Dios?

Michael se dejó caer en su silla, frente al escritorio. Giró dándole la espalda al ángel y evitando la respuesta a esa pregunta. 

- Te necesito de mi lado esta vez, Cas. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora