Ajedrez e ideas.

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Chuck volvió a sombrear y delinear con rudeza las bases de un nuevo mundo que tenía en mente, con el bolígrafo que pertenecía a Michael, sobre un papel blanco que encontró. Decía estar ocupado, pero realmente no lo estaba, solo intentaba alargar la situación. No quería enfrentarlo.

Tenía los dedos azulados de tanto arte expresado y sus ideas ya no tenían un sentido real. La tinta, después de horas de bocetos en miles de papeles arrugados a su alrededor, se acabó. Podía tomar otra birome del lapicero de su hijo, dibujar durante horas y solo olvidarse de su decisión o la de Michael. Pero consideraba que ya era tiempo de salir de allí.

Chasqueó los dedos para dejar la oficina de Michael como él la quería, pues así se quedaría por el resto de la existencia de todo lo creado, incluyéndole. Antes de ser capaz de abrir la puerta, miró atrás, hacia el escritorio. Un pequeñísimo flash de Michael en sus inicios llegó a él. "Yo me encargó, padre" Es todo lo que él decía la mayoría del tiempo. Sentado en esa silla, ordenando papeles y al mismo tiempo, procurando que sus hermanos se comportaran adecuadamente.

Esta vez... Michael volvería a hacerse cargo de todo...Y esta sería su última responsabilidad, aunque la más eterna y pesada de ellas.

Salió y cerró con llave la oficina. Castiel estaba al otro lado del pasillo, apoyado contra la puerta de su habitación.

- Me iré con él. – Sentenció el ángel.

- Lo sé. – Sonrió su padre. – Yo creé el amor y el libre albedrío, es lo que pasa cuando mezclas ambas con la fidelidad de un ángel.

Caminaron en silencio al lugar pactado, y Gabriel se les unió más adelante. Cada uno sumergido en su propia tortura personal. Por supuesto que no esperaban nada de la imagen que se les presentó...

- Peón G-5. Jaque mate. – Dijo Michael, sonriendo a Lucifer sentado frente a él.

- Por eso no me gusta jugar contigo. – Se quejó el rubio, apartando el tablero de ajedrez que los separaba.

- Eres un guerrero sanguinario, yo un estratega militar. – Simplificó Mike. – Nunca se te dará bien este juego.

El primogénito aún tenía las cadenas que lo mantenían sujeto, pero su bozal estaba apartado a un lado, por lo que daba órdenes a Lucifer para sus movimientos, y aun así le fue fácil ganarle. Al darse cuenta de que estaban siendo observados, el menor se levantó de un salto, saludando con su mano exageradamente.

- ¿Qué hacen? – Interrogó Gabriel.

- ¿No había una pregunta más estúpida que esa? – Respondió Lucifer.

- ¡Oh! Por supuesto que la tengo. – Exageró su reacción Gabe. - ¿Cuándo será el día en que le ganes?

- Púdrete.

- Dejen de discutir. – Reprendió Chuck. – Lucifer, ¿Qué hacías aquí?

El rubio miró atrás, donde Michael y Castiel hablaban con tranquilidad, apartó a su padre y hermano un poco más lejos, y pidió que hablaran bajo.

- El chiste esta en darle victorias. – Susurro.

- ¿Qué demonios...?

- ¡Shhh! – Reprendió el rubio. – Es como un soborno. Le das una victoria y se mantiene tranquilo. – Sonrió sobrador. - ¿No querían que ayudara?

- ¿Dices que lo dejaste ganar? Nunca lograste ganarle, Lucy. – Se burló Gabe.

- Cierra la boca.

- Suficiente de peleas. – Volvió a interrumpir Chuck.

- Lo que digo es... - Aclaró Satán, agregándole suspenso al momento. - El angelito roto es el perfecto premio que Miky necesita.



Los otros siguieron discutiendo sobre las ideas de Lucifer y su nueva aportación, mientras Castiel seguía distrayendo al arcángel contándole sobre su monótono día y ordenaba las piezas del juego. Sus charlas intentaban alejarse de la realidad a la que se enfrentaban, porque no querían decir adiós, no aún.

- ¿Quieres jugar? – Interrogó Mike, observando el tablero.

- No se jugar a estas cosas. – Dijo Cas, avergonzado por nunca aprender.

- Aprendes rápido y eres muy buen estratega en la guerra, no será difícil para ti.

Castiel se sonrojó por el alago, jugando con el rey de las blancas filas.

- Aunque te dejaría ganar solo por ser tú.

La voz de Michael sonó más suave que nunca, palabras tan intimas como hacer el amor. Cas elevó su mirada, haciendo que coincidiera con la contraria. No quería escucharlo decir esas cosas lindas, porque sabía que esa era su forma de despedirse.

- No digas eso. – Casi suplicó, con los ojos rebozando en lágrimas de repente.

- Padre no estaría aquí si no hubiese decidido encerrarme, Cas.

- Iré contigo. – Volvió a imponer.

- No puedes, Castiel.

- No pueden sentenciarme a la jaula contigo, pero no pueden evitar que vaya al infierno y te encuentre allá.

El ángel entrelazó su mano con la del arcángel jurándole que así se haría.

- Pues no va a ser necesario que te pongas la diadema de cuernitos, Cassie. – Se acercó Lucifer, con las manos en sus bolsillos. - Tenemos una idea.

Lucifer sonrió de una manera que encendía las alarmas de peligro en cualquiera.

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora