Amor puro.

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Respiró profundamente una vez más, cerrando sus ojos a la inmensa luz del cielo. Su gracia se estiró y dobló sintiéndose atrapada en su propio cuerpo. Estaba desgastada y agotada en comparación a las energías ajenas que le rodeaban. Dios le dio un empujón de fuerza, suficiente para no alertar a las otras dos.

Como una enredadera, poco a poco, la gracia de Michael fue recubriendo la furia de la Marca de Caín, como una araña envolviendo a su presa. La oscuridad se retorció, buscando escapar sin éxito. El arcángel logró silenciar su huida.

Entonces llegó la parte difícil.

Michael aspiró fuerte, concentrándose en la pureza a la que se enfrentaba. Era la tercera vez en el día que lo intentaban y no iba a darse por vencido ahora. Siguió el consejo de su padre esta vez, dejándose hacer por la Llave del Cielo, permitiendo que consumiera algo de su gracia. Pero pronto explotó desde su interior, uniendo su energía a la pureza en su brazo.

Podía sentir la mano fría de Lucifer sobre su frente, pero era su único contacto real con el mundo más allá de su ser. Todo se sentía inestable nuevamente y no había algo que usar para controlarlo, pues todo era parte de él ahora.

Esas fuerzas externas querían escapar de su prisión, por lo que usaron sus recuerdos en contra.

La primera pelea llegó a su mente. La vez en que se sintió frustrado por no poder hacer correctamente todo. Aquel entonces en que Chuck le dijo que no sin tan siquiera escucharle. El corte sobre su hombro que Lucifer hizo sin disculparse. Aquello que Gabriel gritó en su contra antes de desaparecer. Esa verdad que Raphael dijo y dolió tanto.

El terror en los ojos de Castiel.

Su respiración dejó de ser controlado, luchando por mantener bajo control sus emociones. No iba a dejar que le moldearan a su antojo, él tenía el control de todo. El control pertenecía a Michael, y nada ni nadie iba a arrebatárselo.

De un sobresalto, abrió los ojos. Aclaró su borroso mirar en un par de parpadeos y se dejó caer sobre el escritorio cuan largo era.

- Se murió. – Dramatizó Lucifer a su espalda.

- Ya quisieras. – Dijo Gabe, sentándose sobre el blanco escritorio con un dulce en su boca.

- Lo lograste. – Sonrió Chuck, apartando los mechones negros que cubrían el rostro de Mike. – Lo lograste, Michael.





Olía a humanidad por doquier y quizás algo de sangre. Suspiró, abrazando con más fuerza el cuerpo entre sus brazos. Recibió besos en su mejilla como recompensa y sonrió. Aún se sentía agotado, con los músculos entumecidos, pero ya no quería dormir más. Sus celestes chocaron con otro par de ojos del mismo color.

- ¿Cómo es que no me odias? – Susurró como si alguien estuviese escuchando detrás de la puerta de la habitación que compartían.

Castiel rozó su nariz con la ajena, sonriendo a la pregunta tan compleja.

- ¿Por qué iba a odiarte?

- Te deje. – Dijo Mike, cerrando los ojos contra el tacto de la mano del ángel en su rostro.

- Sé quién eres y ese no eras tú.

Se atrevió a dar el primer paso hacia los labios ajenos, saboreándolos después de tanto. Michael le recibió sin dudas esta vez, disfrutando de la suavidad.

- ¿Cómo es que tan siquiera te gusto yo? – Sonrió divertido.

- No se trata del Michael que muestras al resto, se trata del Mike que logró ver entre estas cuatro paredes. – Explicó Castiel. – Alguien que jamás creí que existiera. 

Se fundió de nuevo en sus labios, sin poder evitarlo realmente. El ángel se dejó hacer por su superior, permitiendo que rebelara tela a tela su desnudez bajo las blancas sabanas. El amor era más profundo y sincero que nunca cuando las tempestades finalmente se apartaban, por lo que se disfrutaba con más intensidad.

Castiel se habría avergonzado en tiempos pasados por entregarse al placer que Michael le entregaba, pero ahora se sentía orgulloso de saber que nadie más que él conocería al arcángel de amable carácter, aquel que besaba su cuerpo con la delicadeza del amor puro. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora