Celestial presencia.

434 66 6
                                    

NA: Inspirada en Thief  de Ansel Elgort. 


Michael se había marchado, y en su lado de la cama reposaba el brillante recipiente que contenía la gracia de Castiel. El ángel estaba cubierto hasta la nariz por las sabanas, observando fijamente su gracia revolotear en el interior.

En algún momento tendría que enfrentarlo, beberse el contenido y volver a ser un ángel completo. Mike se lo había dicho, solo había un camino para esto y dos posibles finales en donde Castiel no tenía el control.

Se acostumbró a esta vida, y alejarse de ella... era difícil. Mike parecía jurar que no le quería, pero él sabía que eso no era cierto. Si le odiara, en cuanto terminó de probar su cuerpo, fácilmente le hubiese dejado morir. Pero, en cambio, lo curó y puso a disposición todo lo que necesitaba, suficiente para vivir años allí. Si no le importara, Mike no hubiese asumido que se quedaría tanto tiempo.

Sin embargo, el arcángel seguía repitiendo que su condición de humano le hacía creer en algo que realmente no sentía, que Cas no le amaría si fuese el ángel de siempre.

Por un lado, Castiel quería ganar esta guerra, demostrarle a Michael que seguía sintiendo lo mismo ángel o no, y que no importara cuán lejos le encerrara, continuaba ahogado en ese sentimiento.

Pero... ¿Y si no resultaba como pensaba? ¿Y si Michael tenía razón?

Sus sentimientos quedarían enterrados en su celestial presencia, mucho más si borraban su memoria. Temía tanto que eso sucediera. Pero también perdería estos incontrolables instintos y placeres humanos.

En su acostumbrada desnudez, se sentó en la cama. Volvió a jugar con el recipiente entre sus manos. Sus ojos se humedecieron y suspiro cansadamente. Abrió el cilindro de cristal... la gracia le buscaba como su otra mitad.




La explosión hizo vibrar tenuemente el cielo. Michael dejó de escribir, jugando con su bolígrafo. Creyó que el ángel se tomaría más tiempo para asumirlo, pero finalmente paso lo que esperaba.

Suspiro inconscientemente, dando por terminado un asunto importante y continuo escribiendo. Alguien tocó la puerta entonces, otro ángel.

- ¿Qué pasa, Adriel? – Interrogó en cuanto el otro se asomó hacia el interior.

- Escuche... escuchamos una explosión de energía. – Dijo tímidamente. – Nos preguntábamos si sucedió algo. – Confesó, dando a entender que solo había perdido la apuesta con sus hermanos por venir a preguntar.

- Nada que les incumba. – Sentenció el arcángel.

El más joven asintió robóticamente, a punto de retirarse.

- Adriel. –

- Si, Arcangel Michael. –

- Diles que se preparen. – Dijo acomodándose hacia atrás en la silla. – En cuanto dé el aviso, comenzara el juicio contra el ángel Castiel y quiero que todo este listo.




Jugó con sus dedos rozando la suave textura del edredón, recostado del revés y boca abajo en la cama. Se sentía algo extraño, de nuevo ajeno al recipiente que lo contenía. Sus alas rotas, reposaban sobre su cuerpo, intentando inútilmente cubrirle.

No sentía hambre, ni frio, ni miedo...

La puerta se abrió. Ojos brillando en absoluta gracia se centraron en él, podía ver su verdadera forma ahora.

Michael se apoyó contra la puerta que cerró, pose despreocupada. Sus alas duplicaban las del ángel, en blanco absoluto y perfectas como las imaginó. El arcángel era mucho más perfecto de lo que lo recordaba. Una belleza que la unión de todos sus hermanos no compararía. Era irreal, casi inimaginable. Pero estaba allí, enfrente del ángel, esperando quien sabe qué.

Se sentía hipnotizado por su presencia, atraído a su fuente de gracia como un famélico. Necesitaba sentirle cerca, saber que aún era merecedor de ser todo suyo.

Castiel se levantó con cuidado de su lugar, acostumbrándose a la olvidada sensación. Trastabillo en su intento de erguirse pero lo logró. Frente a frente, asumiendo su elección, miró al mayor directo a los ojos.

Era más alto que el ángel, más fuerte, más experimentado. Sin embargo, no detuvo al otro hasta que sus cuerpos se rozaron. Castiel se ayudó con sus pies en puntas hasta llegar a probar la boca ajena.

La única prueba que necesitaba para saberlo... Aún le amaba.

Michael dejó caer las esposas que traía con él, sumergiéndose en su pecado personal. Acercó al menor aún más, dejando sus manos danzar por la desnudez del ángel. Volvieron a la cama, retornando a ese frenesí como si nada hubiese pasado.

Ya no se trataba de piel, eran sus gracias rozándose, reconociéndose, envolviéndose. Se deseaban en besos, se atraían en caricias. De nuevo, no tenían conciencia del error, del pecado o de las consecuencias.

Castiel pedía más y Michael se lo concedía.

Michael podría matarle en cuanto todo terminara, y Castiel no le odiaría por ello.

Sentado sobre el regazó del arcángel, mirando a la profundidad de su brillante celeste, atrapado por sus enormes alas, Castiel supo que jamás se desharía de este sentimiento. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora