Mi héroe.

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Era extraño volver a los viejos tiempos, pero también se sentía bien... como antes. Levantó su espada de brillante plata para chocarla con la de su hermano. Balthazar sonrió al otro lado del cruce.

- Es tiempo.

Bajar a tierra no era la gran cosa para los ángeles ahora, pero existía un pequeño condimento al estar acompañado de alguien tan cercano. Castiel se sentía confiado y seguro, como si nada del infierno vivido realmente hubiese existido. No es que se arrepintiese de ello o que deseara borrar por completo esa parte de su vida, pero debía admitir que añoraba sus eones de servicio al cielo.

- ¿Cómo se hacía esto? – Rió Balth. – Me retire hace siglos de esto.

- Concéntrate en la misión y sígueme. – Ordenó Cas, caminando por delante del otro.

- ¿Acaso te acuerdas de mí? Odio las misiones, Cassie.

- Obedece y cállate. – Optó por arrastrar al rubio por el brazo, dado que no parecía querer moverse.

La misión era relativamente simple, aunque Balthazar no pararía jamás de quejarse de la magulladura en su rostro y el corte un poco más profundo en su pierna.

- ¡Duele! – Se quejó por enésima vez. – No estoy hecho para esto, Cassie. Necesito mi champagne y una acolchonada cama, con algo de música suave. – Suplicó.

- ¿Desde cuando eres un debilucho? – Enarcó una ceja el morocho. – Si te enviaran el infierno como a mí, llorarías.

- Es por eso que estas con el Bigboy, te pareces a él. – Señalo Balth. – En cambio yo... necesito unas masajistas sexys para sobrevivir.

La mirada de Castiel cayó al recordar a Michael, y su hermano maldijo no poder controlar lo que salía de su boca.

- ¿Y si vamos por café? – Sonrió, golpeando el hombro del otro. - ¿Quién se va a dar cuenta de que tardamos más de lo debido?

El lugar era poco concurrido, muy inglés y el aroma a té no se iría de sus ropas en mucho tiempo. Balth parecía regocijarse de su taza de deliciosa infusión como un niño con un chocolate.

- Volverás a la tierra en cuanto te den oportunidad, ¿No? – Dedujo Cas, observándolo disfrutar del mundo.

- ¿Vendrás a visitarme? – Guiño.

- ¿Te esconderás de nuevo? – Una pizca de reproche en la pregunta.

- Nunca. – Juró Balthazar en una olvidada seriedad.

- No era necesario que me mintieras la vez pasada. – Dijo Cas. – Creí que confiabas en mí.

- Lo siento, ¿Sí? Estaba asustado, y no quería ensuciarte cuando parecías hacerlo todo tan bien. – Levantó su taza de té en un falso brindis. – Prometo no ser un idiota esta vez, ¿Trato?

Castiel sonrió y fue la misión mejor cumplida para Balthazar.






Su cuerpo ardía en fiebre, mientras la mano fría de su hermano refrescaba su frente.

- Ahora, tienes que dejar que tu gracia domine por encima de esas dos energías ajenas a ti. – Explicó Lucifer, como si realmente fuese así de fácil. – Concéntrate únicamente en eso.

Michael mordió con fuerza, apretando entre sus manos los reposabrazos de su silla. Su gracia intentaba buscar la fuerza para dominar a las dos bestias en su interior, hacerlas partes de sí y apaciguarlas a su antojo, pero...

- No puedo. – Dijo, apartando la mano del rubio.

- El Gran Michael diciendo "no puedo", ¡Saquen una foto! – Se burló el menor. – No es tan difícil.

- Tengo derecho a rendirme, ¿No? – Reclamó el otro. – Nadie comprende lo que siento.

- ¿Justo a mí me lo dices? – Rio. – Si tu placebo alado estuviera aquí, te sería más fácil.

- No quiero ver a Castiel.

- ¿Por qué no? Hasta yo tengo ganas de verlo. – Provocó al morocho.

- No empieces ese jueguito que odio.

Lucifer tomó lugar en la silla frente al escritorio, apoyando sus brazos en él y su cabeza sobre las palmas de sus manos. Achinó los ojos, escudriñando al mayor.

- ¿De verdad quieres vivir toda tu existencia en una estúpida jaula, volviéndote loco con cada segundo?

- Quizás algún día logre controlarme por mí mismo.

- No lo harás. – Suspiro, sobrador. – Porque no quieres hacerlo.

Una vez más, como tantas, las miradas de dos opuestos como Michael y Lucifer se enfrentaban a muerte.

- No voy a permitir que te des por vencido. – Sentenció el rubio.

- ¿Por qué? Siempre te hizo feliz verme fracasar.

El carmesí se encendió en ambos, retándose por quien brillaba con más furia; Lucifer dejó a Mike ganar, regresando a la normalidad de sus celestes.

- Jamás voy a permitir que pases por lo que yo. – Reafirmó. – Tú no cediste nunca, ni siquiera conmigo. Sé muy bien que lo que hiciste fue porque Chuck te lo ordenó. Y ahora que estoy del otro lado, me importa una mierda la jaula, ninguno va a volver ahí de nuevo.

- ¿Recuerdas lo que dijiste cuando caímos ahí? – Objetó Michael. – Repetiste hasta el cansancio tu odio hacia mí. No quieras hacerme creer que te importó.

Satán desvió la mirada, con una sonrisa que luchaba por verse burlona.

- ¡Son estupideces que dices cuando tu maldito hermano mayor no es capaz de tomar sus propias decisiones! – Se levantó de la silla, alejándose del morocho. – Pero entiendo que ese eres tú, ¡Y tienes que seguir siendo ese, Michael! – Rogó.

- Me perdí a mi mismo. – Había lágrimas rodando por sus mejillas que Lucifer no había notado antes. – Ya no soy yo.

- ¡LO ERES! ¡Eres correcto, intachable, leal y malditamente estricto! – Estalló. – Eres mi hermano mayor... y mi héroe...

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora