Ordenes Irrompibles.

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Creyó que jamás volvería a esa tensión entre el arcángel y él, pero allí estaba. Parado frente al escritorio, no muy seguro de adonde mirar y siendo juzgado por la mirada ajena, Castiel se mantenía inmóvil.

Michael jugaba con su bolígrafo, como un medio de desestrés. Aún tenía morados y piel cicatrizando, sus alas estaban manchadas en carmesí, y Castiel se sentía culpable de enfadarlo en ese estado.

- Vete. – Dijo finalmente, apretando el útil entre sus manos y partiéndolo a la mitad.

Nunca había sentidos celos. No en esa intensidad, no con esa furia, no así. Y el ángel nunca lo vio enojado de esa manera por algo tan inocente. Castiel no tentó su suerte y dio media vuelta para marcharse.

- No tienes permiso de salir de la habitación. – Ordenó Michael.




Se hundió en el agua tibia cubierta de espuma. Retomaba su rutina de encierro que había adoptado al principio, resignado a su reanudada condena. Quitando la necesidad de comer, ahora tenía menos cosas para distraerse y eso convertía a su cabeza en un torturador insensible.

Revoloteaba a un pensamiento fijo, Michael estaba cambiando. No pensó que sucedería muy rápido, aunque lo imaginaba, solo lo dejó en exageraciones suyas. Estaba claro que las cosas se pondrían peores.

Tenía la seguridad de su padre rondando, al igual que Gabriel. Pero Lucifer también estaba allí y, probablemente eso sería gasolina para la furia que ahora corría por las venas de Michael.

Se dio la vuelta, apoyando sus brazos en la orilla del blanco acrílico. Algo de la espuma cedió, precipitándose al suelo. Se sentía en ese descenso lento, sin saber cuánto dolería la colisión.





El arcángel no regresó a la habitación. No revisaba papeles ni estrategias de guerra, mucho menos pensaba. No quería pensar más. Michael se recostó sobre su silla, alejándose del blanco escritorio.

Seguía sin superar los celos, y ello le llenaba de adrenalina. Esa adrenalina le causaba calor, sentía arder. Su mirada fija en el cesto de basura hizo incendiar el papel descartada sin mucho esfuerzo. Pero Michael no se movió.

El humo se multiplicó rápidamente y solo pudo pensar en una cosa, eso ensuciaría su perfecta pared. La perfección de su entorno no podía ser dañada de esa manera. Implosión el cesto con su fuego y humo, desapareciéndolos de su vista.

Pero no se movió.

Alguien tocó la puerta y le dio el permiso de ingresar.

- Señor, capturamos a otros cinco ángeles. – Dijo uno de sus soldados.

Las puertas del cielo estaban abiertas nuevamente, y Michael no permitiría que retrasaran las misiones por su condición. Por lo que todo volvía a funcionar con regularidad.

- Reprográmenlos. – Ordeno, girando su silla de espaldas al soldado.

- ¿Qué?

Las ordenes eran proponer a los apresados dos opciones; reincorporación o una condena peor. Se supone que ese era el protocolo ahora. Pero Michael ya no estaba de acuerdo con eso.

- Reprográmalos a todos los que sean capturados de ahora en adelante.

- Claro... - Dijo, sin realmente estar seguro.

La puerta se cerró y Michael volvió a centrar su mirada en un punto. Donde habia estado el cesto, con su fuego ardiendo, ahora era adornado por una mancha ennegrecida. Su perfecto suelo... ennegrecido.




Castiel alcanzó a Isaías, quien fue informado de las nuevas regla y se lo confesó a Cas en medio del shock.

- No lo hagas. – Pidió. – Continuen con el protocolo anterior.

- Lo siento, Castiel, pero no tienes el rango para ordenarme algo así.

Estaban en un aprieto, porque lo dicho era cierto. Cas no podía mandar algo así y burlar una petición directa de Michael, y su hermano no podía desobedecer al arcángel.

- Yo lo ordenó. – Dijo Chuck. – Que el protocolo no se cambie, Isaías. En lo posible, que Michael tampoco se entere.

El ángel se marchó a su trabajo, sin poner en duda el mandato de Dios. Mientras, Cas se lo agradeció.

- Michael no está actuando normal. – Confesó Cas.

- Lo sé. Quizá deberías alejarte, Castiel. – Aconsejó Chuck.

- No, no quiero. – Sentenció. – Estoy vivo gracias a él, no voy a dejarlo ahora.

- Entiendo, pero... podría hacerte daño.

- No creo que pueda hacer algo que me dañe más que lo que he soportado hasta ahora, padre. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora