Tsunami.

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Como una banda honorifica, el primer corte fue hecho sobre el pecho del ángel. Arqueó su espalda, apoyado contra el cuerpo del mayor, profesando el más agónico grito de dolor. Una de sus manos contra el muro, junto a la del arcángel, y la otra clavando sus uñas en el brazo que presionaba la navaja en su cuerpo. Su gracia brillo bajo el corte y dio paso a la sangre.

Recuperó el aliento, ante la atenta mirada de Michael. Su mirada cubierta de lágrimas logró visualizar la marca, brillando con la misma intensidad que los ojos del arcángel, saciándose de su furia. Cas se giró a duras penas, encontrando apoyo en el cuerpo ajeno, y acurrucándose contra él como un niño. Como si eso pudiese contener a la bestia.

Michael lo empujó de vuelta a la pared, acercándose para observarlo de cerca. Su mirada y su silencio, no hacían más que acelerar el corazón del menor, en un instinto de supervivencia que no recordaba tener.

- Para... - Rogó en un hilo de voz.

Mike lo ignoró, trazando una nueva línea sobre el brazo del ángel, como si dibujara. Castiel intentó escapar, pero el mayor le aprisionaba contra el muro, cerrando ambas posibles escapatorias.

- ¿No querías quedarte? Quédate ahora, Cas. – Sonrió, invadiendo con besos fogosos la boca del ángel.

El afilado metal desgarró el pantalón de Castiel, abriendo una nueva herida de abajo hacia arriba en su muslo. Sus gritos fueron aplacados por los besos, y la navaja quedó de lado cuando el ángel se unió a la danza de labios. Entonces, el menor se dio cuenta de que eso calmaba el fuego en Michael.

Olvidó el dolor que sentía y se dejó llevar por lo que sentían, como si nada hubiese pasado. El sonido metálico de la navaja al caer a sus espaldas y los brazos de Mike envolviéndole la cintura, eran claras victorias.

La ropa empezó a sobrar y a ser apartada. Retornaron a la cama, retomando lo que antes de pelear hacían. Michael se abrió paso entre los muslos del más joven, a la vez que besaba sus mejillas, apartando las lágrimas antes derramadas. Cambiando los alaridos de dolor por jadeos de placer.

Al mirarlo a los ojos, Castiel reconoció a su Michael en ellos.





Despertó solo en la cama, entre sabanas manchadas de sangre. Sus heridas habían desaparecido y el dolor era un recuerdo lejano. Sonrió, sintiéndolo como un éxito personal.

- ¿Estás bien?

La voz que lo pregunto sonó baja y tímida, como avergonzada y culpable. Michael salía del vestidor, con un nuevo traje, ajustando su cinturón.

- Perfectamente. – Tranquilizó el ángel.

Mike se apoyó en sus brazos sobre la cama, acercándose al menor.

- Lo siento. – Dijo, antes de besarle.

No hacía falta que lo dijese, Castiel lo sabía. La marca le tenía bajo su control con demasiada facilidad y no lo culpaba de ser vencido por ella a veces. Pero ahora, para el ángel, se había convertido en una guerra entre esa maldición y lo que él podía lograr con Michael.

Devolvió el beso del arcángel antes de que se marchara y lo apresuró a que comenzara con normalidad su día. Tomó una ducha y se preparó para quedarse en la habitación, arreglando cada rincón. Si quería que el otro no volviese a explotar, sería mejor mantener todo según las exigencias del alter ego malévolo en que la marca lo convertía.

Su primera tarea fue desaparecer la mancha que Dean había traspasado a su camisa.

La puerta sonó cuando Castiel ya había acabado y su silencio se transformaba en aburrimiento. Uno de sus hermanos estaba al otro lado de la puerta y le traía su siguiente misión. Un interrogatorio más.

El rumor del nuevo trato que el cielo ofrecía, se había esparcido y tentaba a los ángeles en tierra, que ni siquiera necesitaban ser capturados. Y Castiel tendría que darles la bienvenida a todos ellos.

Las cosas parecían retomar su orden de un momento a otro, como olvidando lo que mal que habían ido el día anterior. Pero las luces del cielo parpadeaban de vez en vez, y Cas tenía una sola imagen en su mente...

Michael destruyendo su oficina, volviéndola a reincorporar y levantando el caos en ella de nuevo. En un círculo vicioso interminable de ira absoluta. Ira que intentaba descargar con cosas para no herir a nadie.





Sentado en una esquina, rasgando su piel con las uñas, respirando con fuerza y mordiendo sus labios... Michael intentaba resistir. Su alrededor era un desastre, hasta el punto de herirse a sí mismo. Gritó, descargando otra oleada de furia. Ya no podía encerrar al tsunami en su interior. 

Sí, señor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora