Suena el bendito timbre de recreo. Tengo que largarme antes de que la señora Jenkins vuelva al salón con su taza de té y se dé cuenta de que me he fugado. De lo contrario podría llegar a tener serios problemas con ella. La semana pasada me pescó a punto de cruzar la puerta. Me preguntó que hacia dónde iba, yo le dije que a comprar algo porque en el kiosco de la escuela no vendían nada bueno. Obviamente no me creyó, me gritó y me hizo volver por poco de un tirón en la oreja al resto de su divertidísima clase de matemáticas. Si tan solo dejara de hablar un segundo acerca de su esposo y de sus hijos quizás reconsideraría quedarme porque creo que eso es lo que lo hace peor, no solo el hecho de que no me agraden para nada los números. Si no sabes sumar y restar no serás nadie en la vida —oigo la voz de mi madre en mi cabeza. De todas formas, no me importa, no me importa ser ese alguien que tú quieres que seas, mamá. Odio las matemáticas y tú ni nadie podrá hacer nada para cambiarlo.
Vamos, Biancca, déjala en paz, deja de darle charla que no quiero que me vea ir. Eso es, la señora Jenkins la está despidiendo. No entiendo cómo no puede darse cuenta de lo chupamedias que es. Es evidente que mi querida compañera solo busca conversar con ella para que vuelva a aumentarle considerablemente sus notas. Siempre lo hace: cuando se acercan las entregas de exámenes le habla de temas que solo a la vieja podría gustarle y ella creyendo que su alumna tiene gustos tan interesantes como los suyos y que se interesa en compartírselos, no duda de ponerle unos cuantos puntos extra. Debería mandarla al frente con el director algún día, quizás así dejaría de molestarme, aunque no sé si en esta maldita escuela alguien me creería luego de todas las bromas que he hecho. Oh, aquí viene la muy zorra. ¿Qué querrá ahora?
—¿Vas a alguna parte? ¿Al kiosco, tal vez? Si vas, ¿podrías por favor traer unas mentas? Es que tu aliento de perro se huele por todo el salón. Gracias.
—Estúpida.
—Perdona, ¿dijiste algo?
—No, nada.
La señora Jenkins sale del salón.
No entiendo por qué le tengo miedo a esa idiota, soy una tonta, lo sé, pero es que a veces, bueno, siempre, seré sincera, me congelo cuando estoy frente a ella, ni hablar cuando me dice algo, bueno, cuando me insulta. Cada vez que abre su boca no es para otra cosa más que para decirme groserías y humillarme frente a su grupo de amigas falderas. Si al menos mi madre hubiera accedido a uno de mis tantos ruegos por cambiarme de escuela nada de esto seguiría pasándome, no serían tantos los años de malos tratos.
Abro mi mochila. Tomo todo lo que tengo sobre la mesa y lo pongo dentro rápido. No tengo tiempo de asegurarme de que ninguna estúpida hoja se haya arrugado. De todas formas por lo mucho que he escrito y hecho hoy no creo que valga la pena. Mañana o quizás otro día, sí, ¿a quién quiero mentir?, cualquier día de aquí a la próxima semana le pediré a Kevin sus apuntes y copiaré todo lo que se supone que debería tener. Kevin es tan nerd con las matemáticas que como siempre toda su tarea estará bien. A veces me regaña porque dice que tendría que ocuparme un poco más de la materia, se parece a mi madre hablando de esa manera, así que finjo no oírlo y él cierra la boca. Sé que lo hace de buena onda, pero a veces es fastidioso, demasiado correcto, y es por eso que yo en ocasiones lo ayudo a distenderse un poco de tantas formalidades y buenos modales. Creo que eso es lo que le hace falta, a él y a todos: olvidar que alguien pueda estar viéndolos o juzgándolos, la vida se ha hecho para disfrutar, gozar de cada instante. Pero, claro, por un lado lo entiendo. No debe ser nada sencillo ser el hijo de la gobernadora. Tal vez si mi madre lo fuera... ¿qué estoy diciendo?, seguiría siendo la misma pilla.
Marcho con mi mochila a cuestas rumbo a la puerta del salón. De repente mi móvil comienza a vibrar sin parar, pero ¿quién estará llamándome a esta hora de la mañana? Ya lo supongo: otra compañía de telefonía móvil para ofrecerme otra de sus tantas promociones. Demonios, esta gente no se cansa de escuchar una y otra vez que no estoy interesada en nada de lo que tengan para decirme. Saco de mi bolsillo el móvil ya un tanto nerviosa por tanta insistencia. No alcanzo a ver quién rayos estaba llamándome cuando siento que algo caliente moja toda mi ropa: té, el bendito té de la señora Jenkins. ¿Cómo es que esta vez lo ha conseguido tan rápido?
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Loca de amor #1
Teen FictionUn ¿accidente? puede hacer que tu vida gire por completo; que las bravuconas que a diario te molestan ya no te resulte tan importante, que asistir a la escuela ya no sea tan aburrido, al contrario, que te haga contar los minutos para que la clase qu...