El director abre de un empujón la puerta, vaya, parece que hoy es el día de dar empujones a las pobres puertas. Luego camina directo a su escritorio y se sienta. Por un breve momento casi no pude contener la risa porque es tan... ¿cómo decirlo? Bueno, pesado que al momento de sentarse la silla se le bajó tanto que por poco no se cae él también al suelo, aunque bueno, sin un jabón de por medio. No entiendo qué es lo que está ocurriendo conmigo. Hace tan solo unos minutos había entrado en una especie de... ¿ataque de pánico, tal vez? No podía salir de la conmoción de haber presenciado el accidente fatal de la señora Jenkins y luego como si nada todo ha mejorado. ¡Ha! No creo que por mucho tiempo. En cuanto el director abra la boca y diga lo que tiene para decirme de seguro las manos volverán a temblarme o incluso peor, quizás esta vez sí me desmaye. Pero... ¿qué cosa más grave de lo que acaba de suceder podría decirme?
—¿Tiene alguna idea de lo que acaba de ocurrir?
Niego con la cabeza.
—Siéntese, por favor.
Me siento. El director acerca su rostro en cólera por encima de la mesa y yo retrocedo un poco antes de que sus dientes alcancen a comerme.
—Casi mata a una persona —vuelve a hablar. Presiento que en cualquier momento podría abalanzarse sobre mí—. A la señora Jenkins, con todo lo que eso implica. No tiene idea siquiera de la cantidad de dinero que hubiéramos tenido que darle a su familia y ni hablar del prestigio de esta institución que quedaría manchada con una noticia así.
—Un momento. Entonces, ¿no murió?
—¿Es que no está escuchándome?
—No... sí, pero...
—Óigame con atención, señorita Moretz.
—Sí, director.
—Ya me he cansado de tanta rebeldía y soberbia de parte suya, pero como no estoy dispuesto a perder a otro alumno más en esta escuela, no mientras sigamos con esta maldita crisis económica, no voy a echarla. Sé cuánto su madre quiere que estudie en este lugar porque como no se cansa de repetirlo cada vez que viene fue aquí donde estudió toda su vida y donde quiere que usted acabe también de estudiar, y como no falta tanto para eso va a quedarse... con una condición.
—¿Qué condición? De todas formas, usted no tiene intenciones de echarme.
—En eso está en lo cierto, qué niña tan inteligente —Sonríe con cinismo.
—No me diga niña —Le devuelvo la sonrisa.
—Tampoco le puedo decir mujer —Pongo los ojos en blanco—. Tiene dos opciones. La primera: o se queda después de clases a limpiar absolutamente todos los baños habidos y por haber de esta institución... o se encarga de asistir a la señora O'Higgins.
—¿A Helga? Señor esa mujer es...
Insoportable, todo el mundo lo sabe así como ella sabe todo de todo el mundo. No hay noticia que le escape de los oídos y que de su boca no salga. Helga sabe hasta lo que tú no sabes de ti mismo, lo sé porque una vez al darme el almuerzo me dijo que era alérgica a los duraznos. Obviamente no le hice caso y acabé dándole un mordisco antes de que me enterara de que estaba diciendo la verdad. ¿Cómo fue eso posible? No lo sé. A veces pienso que tiene un don sobrenatural o algo así. El hecho es que habla sin parar todo el tiempo y se ha recibido no solo de historiadora sino que tiene un máster en opinología; le fascina hablar de la vida de todos todo el tiempo. Espero que mis oídos y mi nivel medio de paciencia pueda tolerar eso.
—Señorita Moretz, ¿qué prefiere?: ¿limpiar los retretes de toda esta escuela, incluida la de los varones... o ayudar a la señora O'Higgins en la cafetería?
—Ayudar a la señora O'Higgins —digo sin ánimos.
—Excelente elección —Se pone de pie. Ya me está echando—. Estoy seguro de que toda la escuela va a agradecerle su colaboración, sobre todo ahora que estamos tan cortos de presupuesto. Vaya, vuelva a su sala de clases a recoger sus cosas, sus compañeros ya se deben haber ido.
Suspiro aliviada y salgo de la oficina del viejo. Qué suerte que es viernes y no tendré que volver mañana a la escuela. Lo único que quiero hacer al salir de aquí es echarme en la cama, ponerme mis auriculares y escuchar música hasta que sea la hora de la cena. Quizás así me olvide un poco del mal día que tuve, o de la mala semana, o año, o década...
—¿Todo está bien?
—Kevin, qué susto me has dado.
—Oh, vamos. ¿No hablas en serio o sí?
—Dejaría que me tocaras el pecho para comprobarlo, pero creo que tal vez sería un exceso.
—O quizás no —Sonríe con descaro.
—¡Kevin! —Lo golpeo. Es mi amigo, pero nunca deja de hacerme ese tipo de bromas.
—¡Auch! Solo bromeo —Se masajea el hombro—. ¿Qué sucedió?, cuéntame, ¿te corrieron de la escuela?
—No, algo peor. Salgamos, entretanto llegamos a casa te lo cuento todo.
Kevin y yo hemos sido vecinos desde siempre. En el vecindario donde vivimos por alguna extraña razón que nadie sabe nunca han habido niños, excepto a quienes todos llaman: «los gemelos». No somos gemelos, obviamente, mellizos tampoco, no nos parecemos en nada físicamente, pero aun así todos continúan insistiendo en referirse a nosotros de ese modo. Tal vez porque seguimos siendo tan inseparables como la primera vez que comenzamos a ser amigos: año 0 de nuestra vida porque nuestras madres han sido mejores amigas desde la preparatoria y luego al quedar embarazadas les gustó la idea de que sus hijos también lo fueran. Creo que es una de las pocas cosas que puedo agradecerle a mi madre. El haber conocido a Kevin significa mucho para mí. Es más que un amigo, es... un hermano. Alguien a quien le puedes confiar absolutamente todo y aunque te regañe como un viejo a veces, no dirá una palabra; se divertirá de tus locuras, te dará un par de consejos de psicólogo y te dejará a ti tomar tus decisiones.
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Loca de amor #1
Teen FictionUn ¿accidente? puede hacer que tu vida gire por completo; que las bravuconas que a diario te molestan ya no te resulte tan importante, que asistir a la escuela ya no sea tan aburrido, al contrario, que te haga contar los minutos para que la clase qu...