Capítulo 9 (parte 2)

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Entro en la habitación. Qué calor hace aquí dentro. Será mejor que me cambie rápido, pero ¿qué podré ponerme para no acabar transpirando como una cerda antes y después de ver a Kevin? Oh, ya sé, la camiseta gigante que mi madre me compró en aquella tienda, bueno, a decir verdad no es tan gigante porque apenas alcanza a cubrirme la mitad de mi trasero, pero es cómoda y es ideal para que al salir a hurtadillas no me sienta tan expuesta. Kevin me ha visto cientos de veces con esa camiseta cuando me he quedado a dormir en su casa, así que no habrá problema.

Me meto en la cama ya cambiada de ropa. ¿Cuánto tardarán todos o la gran mayoría en dormirse, Biancca, sobre todo? ¿Tal vez en una hora o dos? Le envío un mensaje a Kevin preguntándole qué tal su compañero de cuarto, si lo ha visto ya con sueño o no. Kevin me responde que todavía no lo ha visto salir del baño y que al parecer se siente bastante mal del estómago. Pobre, Kevin, tiene que compartir habitación con el oloroso Eddie. Ese muchacho siempre ha sido el apestoso de la clase, el que disfruta de echarse gases en medio de la gente. Comienzo a reírme fuerte mientras imagino a mi pobre amigo sufriendo por el terrible olor que debe estar provocándole nauseas. De repente la puerta se abre.

—¿Y tú de qué te ríes? —pregunta Biancca.

—De nada —Me doy la vuelta y le escribo a Kevin que nos encontremos en dos horas. Espero que Biancca se duerma pronto y Eddie se recupere por la salud mental y física de Kevin.

—Bien, no quiero ronquidos o te echo agua encima, ¿entendido?

—Sí, buenas noches.

La luz se apaga. Luego vuelve a encenderse. De nuevo se apaga y luego vuelve a encenderse.

—¿Estás bien? —Giro para mirar a Biancca que está recostada con la mano sobre el interruptor.

Recuerdo que cuando éramos niñas le temía a la oscuridad, ¿es posible que aún no lo haya superado?

—Sí, estoy bien. Solo... olvidé poner mis cantos de ballenas —Toma su móvil y escribe algo.

—¿Tus qué?

—Cantos de ballena, ya los escucharás.

Vuelve a apagar la luz y un sonido extraño comienza a escucharse como si estuviese dentro de una película de terror. Creí que las ballenas sonarían adorables porque lo son, pero lo único que escucho son gemidos que parecieran venir del inframundo. ¿Cómo es que Biancca puede dormir con esto? Yo no lograré hacerlo, bueno, creo que debería agradecérselo porque de lo contrario, con lo cansada que estoy, con la luz apagada y en la cama, podría quedarme dormida. Espero que cuando vuelva los cantos tan relajantes no sigan escuchándose.

Dos horas más tarde vuelvo a escribirle a Kevin diciéndole que saldré a buscarlo. Qué extraño, no responde. Veamos cuándo fue la última vez que estuvo en línea, oh, hace veinte minutos, no creo que se haya quedado dormido, ¿o sí? Por las dudas lo llamo, tampoco contesta. Vamos, Kevin, no me he quedado despierta para nada, no me dejarás con la intriga toda la noche. ¿Tendré que ir a buscarlo a su habitación para que me diga qué es eso tan importante que tenía para decirme y que todavía no me ha dicho? Al parecer sí. Vuelvo a escribirle por última vez. Cuando pasan cinco minutos y tampoco tengo noticias suyas, salgo de la cama con mucho cuidado. En estos momentos me acuerdo de cuando era más pequeña y huía de mi habitación en medio de la madrugada para ver televisión. Los pisos que antes había en gran parte de la casa eran de madera y eso hacía que todo se escuchara. Por fortuna nadie nunca se enteró de nada.

Los cantos celestiales se han acabado. Espero que Biancca no vaya a despertarse a mitad de la noche y se dé cuenta de que no estoy en mi cama. Le echo un último vistazo a su rostro antes de abrir la puerta. Duerme tan plácidamente que da miedo, esa sonrisa que parece tener la hace ver como una psicópata. ¿Tanta paz y felicidad le provoca esa música extraña?

Salgo al corredor. Si hace un rato me quejaba del canto de las ballenas ahora me compadezco de la pobre compañera que debe estar compartiendo habitación con la señora Nesbitt, porque aquellos ronquidos no son más que de ella, de eso estoy segura. Con lo enorme que es y la voz fuerte que tiene, no me caben dudas. Qué suerte que nuestras habitaciones estén bastante separadas, de lo contrario con sus ronquidos y las voces del infierno del móvil de Biancca me volvería loca tratando de dormir.

Cuando llego al piso de los chicos intento hacer memoria en cuál de todas las habitaciones Kevin me dijo que estaría. Oh, ya lo recuerdo. Camino hacia la puerta. Bien, espero no despertar a Eddie, la última vez que alguien lo despertó en clase se asustó tanto que empezó a gritar. Imagínense si algo así ocurriera ahora que voy a buscar a Kevin. Despertaría a todo mundo y seguramente me metería en peores líos de los que me pude haber metido.

Abro la puerta y entro. Esto está demasiado oscuro. ¿Cómo sabré en qué cama duerme mi amigo? Rayos, rayos, rayos, ¿y si me acerco a uno de ellos para despertarlo y resulta no ser Kevin? Bueno, no tengo otra alternativa más que acercarme para al menos tratar de distinguirlos. Me voy aproximando y a medida que lo hago distingo la cabeza de mi amigo que está de espaldas. Estoy segura de que es él porque Eddie es bastante gordo y tiene la cabeza más grande, tal vez el triple de la de Kevin.

—Psss... Kevin —Lo sacudo con cuidado—. Vamos, despierta.

Mi amigo se mueve bajo las sábanas y luego estira el brazo seguramente para encender la luz a su derecha... Un momento. ¿Qué es lo que veo?

—Oye, ¿qué...? ¿Qué haces aquí?

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora