Capítulo 12 (parte 1)

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—Vamos, vamos, vayan bajando —dice Gonzalo afuera—, con cuidado, por favor, tú sobre todo —me dice entretanto bajo los escalones del autobús.

—Volveré a caerme a ver si con eso me da el pastel de chocolate que le pedí.

—Muy gracioso.

—¿Qué se supone que iremos a hacer? —Bajo el último escalón.

—Eso, mi querida Denisse —oigo la voz de Helen detrás—, es una sorpresa. Ya está, Gonzalo, todos se han bajado. Bueno, chicos, no voy a decirlo dos veces así que escuchen con atención. Todos, absolutamente todos van a seguirme a mí, bueno, y a Gonzalo, por supuesto. No se separen porque la caverna es enorme y podrían perderse incluso en medio de esos árboles, ¿entendieron?

—Kevin, ¿qué tal si los perdemos de vista, al menos por un rato?

—¿Estás loca?, ¿no escuchaste lo que acaba de decir?

—Nos hemos metido en sitios seguramente más peligrosos, si quieres llamarlo así.

—No lo sé, Denisse, además estoy enojado contigo.

—Oh, vamos, no puedes enojarte conmigo.

—Tómense de las manos y marchemos —dice la señora Nesbitt y enseguida Kevin se aferra fuerte a mí.

—No vamos a perdernos —le digo a mi amigo—... Oh, ya entiendo —Le aprieto la mano—. Kevin, no volverás a perderte o al menos no solo, yo no te dejaré. Vamos.

Junto con el resto de la clase caminamos hasta introducirnos en un bosque. Me pregunto, y perdón si alguien me juzga de antiecológica o lo que sea, por qué tenemos que marchar en medio de tantos árboles para llegar a esa caverna de la que tanto Helen estuvo hablando durante el viaje. Se la escuchaba más entusiasmada que yo en Navidad, aunque por momentos era tedioso y hasta aburrido. Según nos contó a todos mientras seguía sentada junto a Gonzalo allí adelante, cuando vino aquí, precisamente a las cavernas, fue en el primer viaje que hizo junto a su padre. Desde ese día no pudo olvidarlo, supongo que por eso quiso que nosotros tampoco lo olvidemos. Bien, al parecer ya estamos llegando porque veo un letrero enorme que nos da la bienvenida.

—Creo que el bosque le da cierto toque de misterio, ¿no te parece? —dice mi amigo.

En medio de tantos árboles un hueco oscuro alcanza a verse a pocos metros, debe ser la entrada.

—Desde aquí no parece un sitio muy seguro.

—Entonces, quédate afuera, niñita —Biancca le dice a Kevin.

—Silencio, por favor —dice Gonzalo—, escuchen, si por alguna razón alguno de ustedes se pierde...

—Cosa que no sucederá porque si no nos veremos en la obligación de dejarlos —interrumpe la dulce Helen.

—Nos encontraremos aquí en este mismo sitio.

—Sí, sí, como sea, entremos. Quiero ver murciélagos —dice Biancca y se adelanta para entrar.

—¿Qué? ¿Murciélagos? —Del miedo Kevin se suelta de mi mano, así que lo vuelvo a tomar fuerte y nos unimos rápido al resto de la clase para no quedarnos atrás.

—Sabes que le tengo pánico a esos animales —me dice Kevin a medida que avanzamos.

Cierto. Cuando éramos niños un día jugando en mi casa a las escondidillas, creyó que el mejor sitio para ganar el juego sería el ático. Pobre. Deberían haber visto eso. Su llanto se escuchaba en todo el vecindario. Cuando nuestras madres, algunos niños y yo fuimos a buscarlo lo encontramos en un rincón hecho un mar de lágrimas. Nos dijo que algo lo había picado y efectivamente pudimos comprobar que así era cuando un murciélago enorme salió detrás de una fila de cajas apilada para colgarse del techo. Desde ese momento, Kevin, además de tener miedo a que lo olviden como su madre lo hizo en ese bendito supermercado, también le teme a los murciélagos.

—Relájate, Kevin —dice Biancca—, piensa que si uno de ellos te muerde serás como Batman, solo que feo.

—A Batman no lo mordió un murciélago. Fue a Spiderman que lo picó una araña y entonces...

—Bueno, ya, suficiente, demasiados cuentos de nerd que no tengo ganas de escuchar.

—Niños —la señora Nesbitt se da la vuelta para decirnos—, contemplen esta maravilla, ya me está dando dolor de cabeza oírlos hablar.

—Ven —le digo a Kevin sin soltarle la mano—. Vayamos un poco más atrás así nadie nos molesta.

Intento retroceder, pero Kevin se niega con la cabeza. Tengo que buscar algo que lo motive a hacerme caso o de lo contrario esto será más que aburrido. Veamos. El sitio está algo oscuro, aun así debe haber algo interesante que pueda llamarle la atención, tal vez alguna escultura u otra cosa similar. ¡Allí! ¡Eso es perfecto! Hasta a mí me dan ganas de ir a verla de cerca. Se trata de la figura de una mujer en agonía que al parecer está atada a un palo de madera. Debe representar la quema de brujas que hace muchísimos años ocurrió aquí.

—Mira eso, es asombroso, ¿no? —le digo a Kevin. Espero que al igual que yo se entusiasme.

—¡Sí, lo es! —responde animado—. Disculpe, señora Nesbitt, ¿podríamos ir a ver aquella figura que está...?

—No.

—Pero si no me ha...

—Escuche, Kevin, no tenemos demasiado tiempo así que haremos el recorrido a mi modo, tal y como lo hice cuando vine con mi padre, ¿de acuerdo? Al salir de aquí tenemos que ir corriendo directamente a la...

—Kevin, vayamos nosotros a verla, ¿o es que quieres irte sin al menos tomarte una foto?

—No lo sé...

—Vamos, que sea nuestra primera pequeña aventura del viaje.

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora