Capítulo 18 (parte 1)

32 4 0
                                    

Vamos a toda velocidad en medio de este desierto silvestre. Antes quizás hasta hubiese gritado de miedo por al menos la mitad de este rimo que Gonzalo lleva al volante, pero hoy no, hoy no le tengo miedo ni vergüenza a nada; poco a poco la voy perdiendo cada vez que lo conozco más y más. Se supone que el pueblo estaría viéndose, a la distancia, claro. Sé que aún falta para que lleguemos a él, pero me resulta extraño que nada se vea a lo lejos. ¿Estaremos yendo por el camino correcto? Por favor, por favor, que no nos hayamos perdido de nuevo. Gonzalo continúa conduciendo, pasamos el segundo arroyo que también figura en el mapa y allí... ¡allí está el pueblo!, ¡sus casas se ven desde aquí! Son muy pequeñas, por cierto, ¿o es que la distancia las hace ver así?

A medida que avanzamos nos vamos encontrando con algo verdaderamente extraño y, peor aún, que me desconcierta y a la vez desanima.

—¿Este se supone que es el pueblo? —Es evidente que nadie ha vivido aquí en siglos, ¿de qué año es el mapa ese?

—Pues al parecer sí. Bajemos —Abre la puerta y luego se queda de pie examinando lo mismo que veo yo desde mi asiento.

—¿Para qué? ¿Para pedirle ayuda a algún fantasma enano?

Gonzalo da la vuelta para observarme, se ríe por mi comentario y marcha en dirección a una de las tantas casas pequeñas que hay.

—Gonzalo, espera —le digo bajándome—, está oscureciendo y... ya me está dando miedo.

—No tienes nada que temer si estoy contigo —Me sujeta de la mano y me lleva a que lo siga.

—Es cierto, pero ¿si otro animal nos encuentra... u otra tribu... o peor, ambas cosas?

—A ver, Denisse, esta casa está abandonada, pasemos la noche dentro y mañana seguiremos nuestro viaje hasta que encontremos la manera de poder regresar, ¿te parece?

No sé qué es peor aún; si no haber encontrado el pueblo, o más bien, un pueblo con gente viva, claramente, o el hecho de tener que pasar la noche en este sitio que me da un poco de escalofríos... ¿de qué película de terror parece salir esto? Aunque por otro lado supongo que debe ser lo más sensato, no creo que sea nada conveniente que sigamos avanzando sin una sola luz que nos guíe más que la de la luna, claro está.

—De acuerdo, lo que tú digas.

—Así me gusta —Me acaricia el rostro—, que obedezcas como buena alumna.

—Sabes que jamás he sido una alumna ejemplar.

—Y eso es lo que me gusta de ti, entremos.

Gonzalo pone sus manos sobre la puerta para ejercer presión, pero esta no se abre. Oh, vamos, no puede ser que tengamos que quedarnos afuera con la corriente de aire fresco que corre. No me extrañaría que pronto comenzara a llover. Imagínense lo que sería tener que dormir de nuevo en el suelo en caso de que se desatara una tormenta o que incluso lloviera. Bueno, aunque está la camioneta, si tendríamos algo con que cubrir el techo o encontrar un lugar donde no mojarnos podríamos pasar la noche allí...

—¿Quieres que te ayude? —digo sincera.

—Muy graciosa.

Hombres... ¿por qué les cuesta tanto pedir ayuda o admitir que tal vez la necesitan? Es obvio que por más empujones que le dé la puerta seguirá sin abrirse.

—Hazte a un lado —me pide Gonzalo y enseguida lo veo arremeter con patadas a todo lo que da. ¿De dónde saca toda esa fuerza? Yo apenas puedo caminar.

La puerta se abre de inmediato y no nos deja ver más que el polvo que se esparce por el aire. ¿Qué será lo que hay dentro?

—Creo que hay más tierra de ese lado que la que de aquí se está levantando —digo mientras toso.

—Pues tendremos que acostumbrarnos al menos por esta noche. Será mejor que vaya a buscar algo de leña antes de que se ponga peor...

—Espera —Volteo a ver el interior de la casa, sí, plena oscuridad—, no me dejes sola.

—Nada malo va a pasarte. Entra, yo enseguida regreso.

Bien, puedes hacer esto, Denisse, si sigues actuando así Gonzalo creerá que en verdad eres una niña y creo que ninguna de las dos quiere eso, ¿o sí? Tienes que ser valiente, una mujer adulta. Sí, eso es, soy una mujer adulta capaz de enfrentarme a lo que sea que pueda encontrarme al cruzar esta puerta. Entro. Estornudo no una, no dos, tres veces seguidas. Hay demasiada tierra y también humedad, supongo que por eso esta casa parece estar hecha de hielo. Espero que Gonzalo regrese pronto, con la leña podrá echar el frío e iluminar este lugar en el que poco a poco ya casi veo nada. Será mejor que me apresure a buscar dónde apoyar la cabeza para descansar, bueno, el pecho de mi profesor es una muy buena opción pero... si habría una cama, un sofá, un colchón, una almohada, lo que sea para poder dormir un poco mejor sería fenomenal. Se supone que esto es una casa y aquí veo una mesa, una silla, oh, genial, una manta en ella, sucia, pero será útil contra el frío y... por allí... otra puerta.

Marcho hacia ella. Quizás hoy sea mi día de suerte y encuentre en aquella habitación algo medianamente cómodo. Veamos... ¡Allí! ¡Un colchón! Bendito sea Dios, espero que no esté tan malo.

—¿Y?, ¿qué tal eso? —oigo que la voz de Gonzalo dice al entrar en la casa.

—Acabo de estornudar más que en toda mi vida —respondo volviendo a la sala.

—¡Achús! Creo que tal vez te acompañe en ese camino. 

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora