Capítulo 11 (parte 1)

40 2 0
                                    

Abro los ojos alarmada. ¿Qué fue ese golpe? ¿Dónde estoy? Miro a mi izquierda, tengo las piernas de un hombre a mi lado: Gonzalo. Cierto, ayer por la noche nos hemos quedado encerrados en su habitación.

—¿Gonzalo? —oigo que alguien dice desde el corredor. ¡No puede ser! ¡Es la señora Nesbitt!

Me levanto rápido de la cama sin saber a dónde ir o qué hacer. Gonzalo me observa seguramente pensando en lo mismo. Pareciera como si los dos hubiésemos hecho algo malo y estuviésemos tratando de no ser descubiertos. Pero no sucedió nada anoche, solo hemos dormido juntos, eso fue todo, y debo decir que dormí mejor que nunca. A pesar de lo nerviosa que estaba y de lo que al principio costó que me durmiera, luego pude hacerlo y es más, he dormido tan pero tan bien que ni siquiera recuerdo lo que soñé de lo profundo que dormí, ¿eso será bueno o malo? Espero no haber dicho ni una palabra, sobre todo acerca de lo que siento por Gonzalo.

—Ve al baño a esconderte —me dice Gonzalo mientras se pone un par de pantalones cortos.

—¿Puedo entrar? ¿Te encuentras bien? —dice la señora Nesbitt.

—Sí, sí, Helena, estoy bien. Un momento.

Corro al baño y me escondo detrás de la puerta por las dudas de que Helen sospeche algo y se le ocurra husmear por aquí.

—La puerta estaba cerrada con la llave puesta... —escucho que le dice a Gonzalo—. ¿Tienes idea de quién pudo haberlo hecho?

—La verdad es que no...

—¿Seguro?

—Sí, despreocúpate. Luego yo me encargo del asunto.

—De acuerdo, será como tú quieras. Las chicas ya están listas, a excepción de Denisse —Maldición— que no sé dónde está... Tú, ¿la has visto?

No, no la ha visto. Vamos, Gonzalo, haz que se vaya, ciérrale la puerta.

—No, para nada.

—Bien, iré a buscarla, tal vez esté deambulando por ahí, esa niña es algo extraña —¿A qué se refiere con extraña?—. No te tardes mucho en cambiar que ya tenemos poco tiempo para salir, aunque si quieres ir así por mí no hay problema —Silencio—. ¡Ha! No te asustes, es broma.

Oigo las carcajadas de la señora Nesbitt que deben escucharse en todo el piso y, ¿por qué no?, en todo el albergue. Sí, una broma, seguramente que sí. La señora Nesbitt no tiene vergüenza, ¿cómo se atreve a hacerle ese comentario a mi Gonzalo? Tiene más de... ¿cuánto?, ¿setenta años? Es una atrevida y una loca. Estaría soñando si cree que mi profesor le haría caso. Imagínense si fuese a pasar. La mataría a ella y luego a él. Aunque por otro lado la entiendo, no pudo resistirse ante un cuerpo tan bello como el de Gonzalo.

—Ya puedes salir, Denisse.

—Lo siento —digo al salir del baño.

—Deja de pedir disculpas y corre a cambiarte.

Oh, ahora es cuando no quiero irme, cuando quiero quedarme encerrada otra noche o los días que sean con tal de quedarme a solas con él.

—Gracias, te has comportado como todo un caballero.

—Anda, vete.

Mi corazón de nuevo empieza a latir fuerte. En estos momentos al tenerlo de frente quisiera acercarme para darle un beso por lo amable que ha sido conmigo, pero sé que no puedo, no debo. Quisiera al menos abrazarlo porque creo que es lo máximo a lo que una alumna podría llegar a aspirar en estas circunstancias. ¿Y si se lo doy? ¿Y si le doy un rápido y cálido abrazo? No creo que esté mal, ¿o sí?

—¿Puedo abrazarlo?

Gonzalo se sorprende y luego sonriendo me responde que sí.

Contenta por haberlo escuchado voy hacia él. Gonzalo abre sus brazos y me recibe con un fuerte, fuerte abrazo. Me siento tan bien que no quiero desprenderme. Su pecho duro me hace sentir segura; como si nada malo pudiera ocurrirme si continúo con mi cabeza apoyada sobre él. Puedo escuchar su corazón, vaya, también late deprisa... ¿será por mí? Lo observo a los ojos. Por un segundo nuestras miradas se encuentran. Algo sucede, no sé qué, pero poco a poco, a pesar de que no quiero hacerlo y quizás él tampoco quiere, ambos nos apartamos.

—Bien, me iré —le digo.

—Nos veremos en un rato.

Asiento con la cabeza embobada por lo que acaba de suceder, doy la vuelta y me marcho. Salgo de la habitación flotando en el aire y con una sonrisa pegada en el rostro. Creo que es la primera vez que siento que Gonzalo podría algún día corresponderme porque ¿cómo explicar lo que ocurrió dentro? Ese momento en el que nuestros ojos se encontraron, estoy segura de que nuestros corazones también lo hicieron y se conectaron de una manera especial, única. Bien... ¿a dónde estaba yendo? ¡Cielos! ¡Estoy caminando a ritmo de tortuga! ¡¿Qué hago aquí?! ¡Alguien podría verme y se preguntaría por qué ando aún de pijama!

Corro a toda velocidad hacia la recepción antes de que alguien me vea. Si la señora Nesbitt o cualquier otra persona llegara a preguntarme dónde estuve, ¿qué diría? ¡Denisse, piensa en algo! Oh, no, mi cabeza está puesta en Gonzalo, no se me ocurre nada que inventar. Vamos, ya casi llego a subir las escaleras hacia el piso de chicas.

—Señorita Denisse —Me detiene una voz ronca antes de que suba el primer escalón. ¡Qué suerte la mía!—, a usted la estaba buscando... ¿Dónde estaba?

¿Dónde estaba?, ¿dónde estaba? ¡Durmiendo con Gonzalo! ¡Hemos pasado toda la noche juntos en la misma cama! No, no puedo decir eso, entonces ¿qué digo?...

—Pues... por ahí.

La señora Nesbitt levanta una ceja y luego entrecierra un poco los ojos. Creo que tiene ciertas dudas con mi respuesta. Quizás pueda recordarle la «niña» extraña que piensa que soy. Si le digo que anduve deambulando por ahí como la oí decir de seguro me cree.

—Vaya ahora mismo a cambiarse —es todo lo que dice. ¿Ya se le han ido las ganas de reprenderme?—. Gracias a usted estamos llegando tarde a nuestra expedición del día... —Tal vez no.

—Excursión, ¿no querrá decir?

—No me corrija, por favor, se lo pido. Vaya, ¿qué espera? No se quede ahí parada, ¡corra!

Obedezco. Recupero el ritmo que venía llevando antes de que la dulce Helen me detuviera y subo hacia mi habitación. Estoy tan concentrada en lograr que nadie más me vea y al mismo tiempo en no caer rodando por las escaleras que casi choco contra alguien. Levanto la cabeza, oh, tenía que ser ella.

—Ten cuidado. ¿A dónde vas con tanta prisa? —dice Biancca.

—Cómo si no lo supieras, gracias a ti casi me pesco un grandísimo problema.

—De cualquier forma creo que hubiese valido la pena, ¿o me equivoco?

—No sé qué es lo que te estás imaginando, pero Gonzalo se ha comportado como todo un caballero conmigo.

—Sí, sí, déjame que los encierre de nuevo y verás cómo tira al diablo su caballerosidad de la que tanto presumes.

—Gonzalo no es de esa clase de hombres.

—Ah, ¿no? ¿Y de cuál, según tú?

—Pues no lo sé, uno bueno.

—Vaya, vaya, vaya. Sí que te ha flechado.

—No, claro que no —Me aparto para subir el siguiente escalón, pero Biancca se interpone extendiendo los brazos.

—¿Vas a seguir negándolo?

—Pues sí porque nada de lo que dices es cierto, adiós —Me agacho por debajo de su brazo y continúo subiendo.

Biancca está loca si cree que voy a confesarle que Gonzalo me gusta, antes muerta.

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora