—Qué bueno que la encuentro, señorita Denisse, ¿cómo está? —escucho una fuerte voz detrás y encuentro a la señora Nesbitt con su cabello rubio recogido y sus enormes lentes de sol—. Acaban de llegar, ¿verdad? Qué bueno, ¿qué tal el viaje? Agotador, ¿no es cierto? Lo puedo imaginar. Ay, señorita Denisse, es usted un encanto. Lléveme todo esto a la cocina, por favor —Me da cuatro bolsas muy pesadas.
—Claro... —Intento que el peso no me quiebre un tendón o que también me haga comer un buen pedazo de tierra. ¿Qué será lo que hay dentro? Veo un par de tomates enlatados y...
—¿Qué tal está, señora Nesbitt? —Gonzalo se acerca para saludarla.
—Pero por favor, profesor, no me trate de usted. Dígame, Helena o Helen como mis amigos suelen llamarme.
—De acuerdo, Helena. ¿Qué tal el viaje?
Ammm... Sigo aquí, Helen, yo... con las cuatro bolsas de ochenta mil toneladas que me has dado. Aún no me has dicho a dónde quieres que las lleve. Bueno, sí, pero no tengo idea de dónde queda la cocina, el camping es demasiado grande...
—De maravilla. Llegué en muy poco tiempo, así que aproveché para tomarme una siesta y bueno, ahora estamos con la niña llevando lo que haremos de cenar esta noche y bueno el resto de la semana. Oh, señorita Denisse, la cocina está por allí, ¿la ve?
—Sí... —Visualizo a lo lejos lo que aparenta ser un comedor, la cocina debe estar también dentro.
—¿Quieres que te eche una mano?
Las que quieras. Oh, ¿yo dije eso? Pues sí.
—Por favor —le respondo a Gonzalo.
—Mírelo, señorita Denisse, es todo un caballero —dice la señora Nesbitt viendo cómo Gonzalo carga con todas las bolsas—. Hombres como usted no se ven muy a menudo.
—Gracias —Gonzalo sonríe tal vez un poco incómodo.
—Vayan, vayan, yo iré a... recostarme un rato más... El clima de aquí es ideal para eso.
La señora Nesbitt o Helen se da media vuelta y se regresa tal como dijo a su habitación. Presiento que no está del todo bien hoy. Bueno, en realidad nunca ha estado bien que digamos, pero, obsérvenla, está tambaleándose un poco, ¿verdad? ¿O es que solo es impresión mía? Tengo la sensación de que en el avión mi profesora de teatro se ha pasado de copas. De todas maneras, no creo que muchos aquí se den cuenta de eso porque siempre ha sido la misma loca... Un poco más, un poco menos loca creo que da igual.
—Déjame llevar al menos una bolsa —le pido.
—No es necesario.
—Vamos —Me acerco y casi a la fuerza le quito una.
Vuelvo a hacer reír a Gonzalo y juntos marchamos a la cocina. Dos cosas pasan por mi mente antes de llegar, bueno, tres en realidad. La primera es que creo que cualquiera de las bolsas en cualquier minuto va a romperse de tanto peso que lleva, la segunda es que creo que si no se rompe alguna, pues algo acabará desperdiciándose en el suelo, y bueno, la tercera... es que Gonzalo luce increíblemente sexy cargando las bolsas. Ojalá algún día pudiera ver la fuerza que ejercen sus brazos de otra manera.
—Cuidado —dice Gonzalo. Uno de los tomates enlatados vuela por el aire.
Me acerco para recogerlo del suelo cuando mi cabeza choca contra la del profesor.
—¡Auch!
—Lo siento, lo siento mucho —Gonzalo toma la lata, la mete dentro de mi bolsa y me observa apenado.
—Descuide. No creo que pueda hacerme doler la cabeza más de lo que me dolió cuando caí en el bus.
—No sé si debería sentirme mejor por eso —dice en tono serio.
—¿A qué se refiere?
—De no haber sido por mí no te hubieras caído, es decir, debí asegurarme de que todos estuviesen en sus lugares antes de que el bus marche.
—Tiene toda la razón, profesor —digo en modo de reprimenda—. El chichón que tengo en la cabeza es gracias a usted, así que luego verá cómo compensármelo, tal vez con un buen pastel de chocolate, por ejemplo.
—¿Lo dices en serio?
—No —Me largo a reír—, por supuesto que no. Son cosas que pasan. El chichón ya lo tengo, no hay nada que podamos hacer para cambiar lo que ocurrió, así que no se sienta culpable —Sonrío a ver si así lo contagio de mi alegría.
—De acuerdo —dice aliviado.
—Pero de todas formas aceptaría encantada el pastel de chocolate.
—Lo tendré en cuenta. Entremos.
Sigo a Gonzalo hasta que atravesamos el comedor y pasamos a una cocina gigantesca. Estamos solos de nuevo. No hay nadie que pueda oírnos ni vernos. No sé por cuánto tiempo más pueda seguir aguantándome las ganas de comerle la boca y otras partes de su cuerpo a puros besos. El corazón me palpita fuerte provocando que mi respiración se agite. Oh, si Gonzalo la escuchara tal vez se daría cuenta de lo que me pasa cuando estoy con él. ¿Y si tal vez ya lo sabe porque como pensaba antes Kevin se lo dijo? Entonces, ¿por qué no deja las bolsas a un lado y se acerca para tomarme fuerte de la cintura y...?
—¿Denisse...?
—¿Sí? —Seguramente como siempre estaba hablándome y yo no lo escuché porque estaba inmersa en mis fantasías.
—Acomodaré un par de cosas aquí y luego iré por el resto —dice poniendo las bolsas sobre la mesada—. Tú ve a llevar tu maleta a tu habitación. Comeremos dentro de una hora o dos.
—Perfecto.
Y aquí es cuando mis ilusiones se van al cesto de basura, al menos por el momento.

ESTÁS LEYENDO
Loca de amor #1
Teen FictionUn ¿accidente? puede hacer que tu vida gire por completo; que las bravuconas que a diario te molestan ya no te resulte tan importante, que asistir a la escuela ya no sea tan aburrido, al contrario, que te haga contar los minutos para que la clase qu...