En el momento en el que mi estómago empieza a gruñir, quizás por hambre, quizás por querer alimentarse del hombre delicioso con el que estoy, el chofer detiene el bus y le dice a Gonzalo que hemos llegado. Él sale de su asiento y luego me dice que haga lo mismo para ir a refrescarme y por supuesto limpiarme la cabeza. Cuando me pongo de pie mi visión empieza a dar vueltas y vueltas. ¿Qué está pasándome?, ¿tan fuerte pudo haber sido el golpe como para provocarme esto?
—¿Estás mareada? Ven, sujétate de mí.
Gonzalo extiende sus brazos y cuando lo hace solo pienso en querer darle un abrazo. Me aferro a su mano para salir y él vuelve a apoyar su mano sobre mi espalda seguramente para ir cuidando de que no vuelva a caer.
—¿Hay alguien que quiera ir al baño? —pregunta al resto—. Aún nos queda un poco más de viaje.
Oigo las voces de mis compañeros que responden y enseguida el ruido de sus pies acercándose junto con nosotros a la salida.
—Bien, vayamos bajando uno a la vez, ¿sí? Despacio. Vamos, Denisse.
Al momento de bajar según logro distinguir no estamos en la gasolinera sino a unos cuantos metros. Me pregunto si Gonzalo irá a acompañarme porque estoy segura que de ir sola me iría a besar el suelo un par de veces. Bien, al parecer así será porque juntos seguimos avanzando.
—Gonzalo —nos detiene la voz del chofer—, no pensarás llevarla tú al baño.
Rayos. Tenía que decírselo. Es cierto que no estaría bien visto que un profesor acompañe a su alumna al baño, pero a mí no me importaría que Gonzalo lo hiciera, en este y en cualquier otro caso. Aunque quizás deba agradecerle al chofer el que nos haya detenido... De no hacerlo, alguien como Biancca, por ejemplo, podría llegar a inventar todo tipo de historias de entre el profesor y yo, y por más que fuesen ciertas o no, lo importante es no dar siquiera motivos para que ella o cualquier otra persona se le ocurra algo. Quiero acabar la escuela en paz, es todo lo que pido, bueno, y a Gonzalo, por supuesto.
—Tienes razón —Gira y busca a alguien con la mirada—. Biancca —La localiza detrás.
—No, Biancca, no —le digo antes de que ella venga, pero al parecer no me oye.
—Acompáñala a que se lave —le dice cuando llega—. Toma esta toalla.
Biancca recibe la toalla con cara de espanto, no sé por qué. Seguramente la idea de tener que ayudarme a lavar la cabeza pasó por su mente y le causó repulsión. No está acostumbrada a pensar en nadie que no sea ella misma, mucho menos a ayudar a alguien. Pero que ni se preocupe, no necesito de su ayuda... o tal vez sí. Bueno, la cuestión es que iré a arreglármelas sola, o eso intentaré.
—Por un momento creí que sería capaz de lavarte él mismo la cabeza —Me toma del brazo y seguimos marchando.
—No digas tonterías.
—¿Tonterías? ¿No te das cuenta de cómo te observa? Se le hace agua la boca y tú igual o más incluso.
Suspiro porque si abriría la boca sería para gritarle lo emocionada que estoy tras haber escuchado lo que dijo. ¿Será verdad?, ¿será que tiene razón y a Gonzalo se le hace agua la boca... por mí? Me encantaría que así fuese. ¡Ay, quiero gritar! Si Biancca notó por la manera en la que él me observa que siente algo por mí es por algo, ¿verdad?
Entramos en el baño. ¿Está un poco oscuro o son mis ojos que están viendo cualquier cosa? Solo una luz amarillenta se refleja desde arriba del largo espejo hacia el lavabo. La última vez que Biancca y yo estuvimos en una situación parecida a esta fue cuando la señora Jenkins casi muere. Espero que no aparezca de manera sorpresiva ningún jabón por el suelo. Un momento. ¿Y si tanta amabilidad de Biancca es por algo?, ¿y si no se resistió a hacerle caso a Gonzalo porque tiene el objetivo de hacerme caer a mí con un jabón, supongamos, o peor aún, de dejarme encerrada como solía hacer antes? Creo que sería bueno tener un plan de defensa o escapatoria, más bien, pero ¿cuál? ¡Qué alguien me diga cuál si esta loca piensa hacer de las suyas!
—Inclina un poco la cabeza —me dice cuando llegamos al lavabo—. Vamos, ¿qué esperas?
—Yo... —¡Las palabras no me salen y otra vez aparece el horrible cosquilleo en las piernas!
—Vamos —Toma mi cabeza y la pone bajo el grifo—, solo un poco —Tengo miedo y a pesar de tenerlo de todas formas me quedo como estoy y dejo que me moje—. Ya, ¿mejor?
—Sí —Levanto la cabeza.
—Bien, iré por goma de mascar entretanto tú te secas —Me tira la toalla en la cara.
¿Eso fue todo? Creí que iba a golpearme contra el lavabo, que intentaría ahogarme o algo parecido. Creo que exageré demasiado esta vez. El pánico que a veces o que siempre me genera me ha hecho pensar tantas cosas que podrían ser dignas de una película. Aun así, no se me hubiesen ocurrido tantas cosas si Biancca no habría empezado a ser mala conmigo desde aquella vez que nos peleamos una vez y al parecer para siempre. ¿Quién hubiera dicho que dos buenas amigas un día acabarían siendo enemigas? Pues que conste que yo he tratado de disculparme y fue ella la que no ha querido saber nada.
Me seco el cabello entretanto me observo. Ya me siento un poco mejor y ahora que me veo con más claridad me doy cuenta de ciertas cosas, como del maquillaje que tendré que ponerme encima para parecer mayor. Quizás si en algún momento lo combino con alguno de los vestidos que traje podría ser lo suficientemente efectivo para que Gonzalo sepa que no soy ninguna niña.
Creo que es hora de volver. El aspecto de este lugar no es muy lindo que digamos y quiero volver cuanto antes al lado del profesor.
La intensidad de las luces empieza a bajar y a subir. Parecieran estar a punto de estallar. A medida que camino hacia la puerta voy pisando rastros de una sustancia rojiza mezclada con el agua que corre de uno de los retretes. Quiero salir de aquí ahora mismo. Tomo la perilla y al tirar de ella no puedo abrir la puerta. Vuelvo a insistir, pero no hay caso, me he quedado encerrada. ¡Lo sabía!
—¡Biancca! ¡Biancca, por favor, ábreme la puerta! ¡Sabes que le tengo miedo a los espacios cerrados!
Escucho una risa del otro lado y luego unos pasos que se acercan.
Silencio.
—Oh, profesor —oigo la voz de Biancca—. ¿Sabe qué? La puerta —Veo cómo la perilla se mueve de arriba abajo—... no puede abrirse.
—¿No puede abrirse? Déjame ver.
Me hago a un costado antes de que pueda llegar a darme otro golpe en la cabeza y Gonzalo aparece. Mi corazón palpita fuerte y no es gracias al hecho de haberme quedado encerrada en el baño por unos minutos, ni tampoco por su aspecto espeluznante, no, es por tener a este hombre sola para mí tal y como me hubiese gustado que sucediera después de que bajamos del bus.
—¿Estás bien? —me dice.
No lo resisto más. Corro hacia él. Lo tomo fuerte del rostro y lo inclino para que sus labios toquen los míos. Mi boca se funde a la suya y cuando lo hace siento estar quemándome, y la verdad, no me importa.
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Loca de amor #1
Teen FictionUn ¿accidente? puede hacer que tu vida gire por completo; que las bravuconas que a diario te molestan ya no te resulte tan importante, que asistir a la escuela ya no sea tan aburrido, al contrario, que te haga contar los minutos para que la clase qu...