Capítulo 13 (parte 2)

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La noche llega y Gonzalo y yo seguimos caminando sin saber hacia dónde vamos. Un viento fresco sopla fuerte entre los árboles que no dejan de asomarse mientras marchamos. Hemos estado haciéndolo durante más de doce horas, no lo supongo, estoy segura porque la luna al salir me ha dado la razón, y bueno, también el móvil que está a punto de morir. Qué suerte que he decidido hacerle caso a mi madre y traerme en la mochila un abrigo. Siempre me dice que salga con algo por las dudas de que a la noche refresque, nunca le doy importancia, pero hoy sí lo hice, tal vez porque llevarlo dentro de la mochila me es mucho más cómodo que luego tener que andar llevándolo en la mano. El viento vuelve a soplar con fuerza y yo ya no sé si pueda hacerle tanto frente como vengo haciéndole desde que ha comenzado.

—¿Estás cansada? —me dice Gonzalo.

—De tanto caminar y encima con este viento, pues sí, ¿usted no? Vamos, no irá a decirme que no lo está.

—Algo.

—La vida debe ser mucho más sencilla en estas circunstancias para personas como usted.

—¿A qué te refieres?

—¿No hace deporte?

—Entreno en un gimnasio todos los días de la semana.

—¿Todos los días de la semana? —Con razón está tan rico como está. Ay, qué estoy pensando.

—Sí.

—Está usted loco.

La verdad es que no sé si resistiría ir a un gimnasio todos los días, pero sería capaz de intentarlo solo para seguir teniéndolo cerca.

—No sabes lo bien que se siente —Me encantaría poder comprobar eso contigo dándome donde... Otra vez, Denisse, ¿por qué cada vez te es más difícil controlar lo que piensas?

Suspiro y trato de concentrarme.

—Quisiera en este momento al menos experimentar una cuarta parte de lo que me cuenta, mis pies no dan más.

—Entonces, tendré que cargarte —Se detiene y me mira divertido. No estará dispuesto a hacerlo, ¿verdad?

—Ni se le ocurra, no soy una niña —Me aparto unos centímetros, no quiero que piense que no puedo sola. Tengo que demostrarle que puedo ser tan adulta como él lo es. Solo así quebraré nuestra diferencia de edades.

—¡Ven, vamos!

Gonzalo se acerca a mí y me toma de las piernas. Sin otra alternativa más que sostenerme de sus hombros dejo que con su fuerza me alce. Quedo aferrada a su ancha espalda y con mis pies colgando, vaya, sí que es alto.

—¡Bájame, bájame! —Ahora sí pataleo y río como una niña, pero que quede claro que no lo soy.

Gonzalo ríe por un par de segundos más y luego me baja. Cuando lo hace nuestras miradas vuelven a encontrarse de la forma en la que lo habían hecho cuando nos abrazamos en su habitación, o incluso me atrevería a decir que lo que sea que haya sucedido entre nosotros esta vez se ha potenciado. Sus ojos brillan con más intensidad, su sonrisa parece demostrar más alegría. ¿Será que estoy imaginándomelo todo o que es el efecto de la luz o alguna otra cosa? No, Gonzalo tiene que estar mirándome como creo que lo hace. Su rostro emana algo indescriptible que logra cautivarme por completo.

—Continuemos —dice Gonzalo despertándome del sueño en el que parecíamos estar—, no sé hacia dónde, pero hagámoslo.

Oh, ¿no podíamos seguir juntos, atrapados dentro de ese sueño un poco más? No entiendo por qué lo ha interrumpido si se sentía tan bien, al menos yo lo sentía así. Quizás él también, y al darse cuenta de eso le dio cierto temor y decidió romper con el clima que estaba generándose entre nosotros. ¿Se habrá sentido, no lo sé, culpable por pensar en que puede estar involucrándose sentimentalmente con una alumna?

—¿Escuchas eso? —me dice.

—Sí, son... ¿ruidos de tambor?

—Vayamos a ver.

Lo sigo porque no sé de dónde rayos viene el sonido. A medida que nos acercamos a los tambores intentamos hacer el menor ruido posible. No tenemos idea de lo que podamos encontrarnos más adelante. Cuando llegamos nos quedamos detrás de unos arbustos que nos dan la suficiente visión como ver lo que sucede del otro lado sin ser descubiertos.

—Quizás puedan ayudarnos... —sugiere Gonzalo.

—Está usted loco, van a querer comernos en cuanto nos vean.

—Creo que has visto demasiadas películas.

—Pues sí.

—Entonces, recuerda la de Pocahontas, en esa no hay caníbales, ¿o sí?

—No, oiga, espere.

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora