Capítulo 6 (parte 1)

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Llevamos tan solo un par de horas viajando, aun así ha sido suficiente para que la gran mayoría se duerma, entre ellos Kevin. El resto de mis compañeros se ha intercambiado lugares y está conversando, Gregor no es uno de ellos, pero ha dejado el asiento libre para ir a hablar con Gonzalo, seguramente para volver a contarle sobre los recaudos que deberíamos tomar al llegar a Sierra Nevada. Es tan pesado que se la pasó hablando sobre los cientos de inconvenientes que podríamos llegar a tener sobre todo al andar por las montañas. Por poco me da migraña al oírlo contándoselo a Kevin y luego al profesor. Si algo llegara a pasarnos, pues ya, sucederá de todas maneras. No hay nada que puedas hacer para evitar las cosas que el destino tiene preparado. Ojalá el destino tenga preparado que suceda algo entre Gonzalo y yo. Nada me haría más feliz que terminar la horrible escuela con él de postre.

Biancca y sus secuaces también están durmiendo, y al hacerlo vuelven a parecerme muñecas por lo perfectas que lucen. No se les ha abierto la boca, así que no babean, por estar quietas no están despeinadas, no sudan, mucho menos roncan, son... de plástico. Salgo de mi lugar con cuidado y me siento en el lugar de Gregor, espero que tarde un poco más en volver, al menos hasta que convenza a mi amigo de que es una tontería que esté enojado conmigo. Si logro hacerlo ya no tendré más motivos para ponerme nerviosa y pensar en volver a casa y todo ese rollo. Porque a pesar de que Gonzalo sigue siendo un motivo muy importante para que esté aquí, Kevin también lo es.

—Kevin, Kevin, despierta —Lo sacudo ligeramente.

—¿Qué...? ¿Tú? —dice al encontrarse con mi rostro—, ¿qué quieres? ¿Comenzó ya la «operación conquistemos al señor mayor»?

—Tiene veintiocho años nada más.

—¿Nada más?, ¿te parece poco?

—Kevin, suenas como mi madre —Sonrío a ver si así mi alegría se le contagia.

—Es tu profesor.

—Nuestro —agrego.

—Sí, pero yo no estoy pensando en querer tirármelo.

—¿Vas a estar enojado durante todo el viaje?

—¿Podrías regresarme el asiento? —oigo la voz de Gregor. Tenías que regresar justo ahora.

—Un momento —le respondo y vuelvo a hablarle a Kevin esta vez usando unas de mis armas letales: la carita de perro mojado.

—Kevin, ¿vas a estar...?

—A sus lugares todos, por favor —Gonzalo dice a toda voz.

¿Hay algo que esté sucediendo o simplemente no quiere ver a nadie de pie mientras estemos en marcha? Bueno, antes de que lo haga enfadar, y de tener que seguir viendo cómo Kevin se niega a querer hacer las paces, le devuelvo el lugar a Gregor.

—Gracias —me dice y se sienta.

Doy la vuelta para regresar con Biancca y sus falderas que ya han despertado. De repente algo ocurre; el bus se detiene de manera tan abrupta que provoca que me golpeé fuerte y luego caiga al suelo.

—¡Denisse! —dice Kevin saliendo de su asiento, pero veo que Biancca lo detiene.

Lo siguiente que veo es el rostro encantador de Gonzalo sobre mí.

—¿Estás bien? —me dice preocupado.

—Sí —Intento levantarme—, solo me golpeé la cabeza.

—Estás sangrando —dice al ver la palma de la mano con la que estaba tratando de aliviarme el dolor.

—Hay un botiquín de primeros auxilios en la parte de atrás —oigo que el chofer que está de pie le dice.

Cuando Gonzalo se aparta para ir a buscarlo mis compañeros se acercan a mí como hormigas al azúcar, me observan con tanta curiosidad que por un momento siento que sus ojos me lastiman. Pobre, Denisse, es tan tonta que se ha caído y no solo eso sino que también se ha golpeado fuerte hasta sangrar, eso deben estar pensando todos.

—Esto no tiene siquiera gasas —dice Gonzalo de lejos—, ¿dónde está todo lo que se supone que debería estar dentro?

—Pues no lo sé —contesta el chofer lamentándose.

—Esto es culpa mía, debí asegurarme antes de revisar que todo estuviera en condiciones. ¿A cuánto estamos de la próxima gasolinera? —Se acerca de nuevo a donde estoy y todos mis compañeros se alejan un poco.

—Un kilómetro como mucho.

—Pues marchemos. Alan, Carlos, vayan a sentarse adelante, por favor, gracias. Ah, saquen de mi mochila una toalla y tráiganmela.

—Claro, profesor —responde Alan.

Gonzalo extiende el brazo para que me aferre y con su otra mano apoyada en la espalda me ayuda a levantarme con cuidado. Me sujeto de él y por un instante desearía haberme desmayado para que en lugar de estar tocándole solo la mano, pudiera cargarme entre sus brazos y sentir su pecho al apoyar mi cabeza en él.

—¿Te duele mucho? —me pregunta al sentarse a mi lado.

—Sí, un poco.

Alan aparece con la toalla, Gonzalo la recibe y la deja encima de su pierna. Ahora lo tengo solo para mí. Sé que el bus está lleno de gente, pero en este momento todos han dejado de existir. Solo existe en este mundo Gonzalo y yo. Oh, me habría gustado tener un espacio para conversar parecido a este desde que comenzamos el viaje. Se ve que el destino tiene sus formas de hacer las cosas, espero que la próxima no tenga entre sus planes dejarme otro chichón en la cabeza.

—Descuida —Apoya su mano por un breve momento, y cuando lo hace mi corazón empieza a acelerarse más todavía—, pronto llegaremos a la gasolinera y te compraré algo para aliviarte el dolor.

Tal vez un beso tuyo aliviaría mi hambre de ti. ¡Ups!, ¿yo pensé eso?

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora