Capítulo 18 (parte 2)

26 1 1
                                    

Hay un pequeño hueco en la pared cercano a la mesa. Gonzalo se inclina y pone la leña dentro. Miren esos brazos, esa camisa que parece estar a punto de romperse por la fuerza de sus bíceps. Echo un suspiro por este hombre. Ojalá pudiera hacer algo por él. Después de todo lo que ha hecho por mí desearía poder, no lo sé, recompensarlo de alguna manera... Mi estómago gruñe de hambre, ¿cómo es que es la primera vez desde que me perdí que lo escucho? Quizás de los nervios que tenía ni siquiera le presté atención. Si hubiera algo, alguna fruta en medio de tantos árboles o algo parecido, con el fuego podría preparársela a Gonzalo. Lo cierto es que no soy tan buena cocinera como mi madre, pero creo poder apañármelas. Un momento. ¡La mochila!

—Tengo algo que quizás te ponga muy contento —Me quito la mochila de las espaldas y la pongo sobre la mesa.

—¿Qué cosa?

—Siéntate.

Tiro del cierre. Meto la mano y luego de darle un par de vueltas a todo lo que hay dentro las encuentro... ¡dulces, dulces galletas!

—¡Oh, vaya! —Gonzalo se alegra al verlas y no me extraña, al igual que yo no ha comido nada.

—De los nervios había olvidado que las traía encima —Me siento a su lado.

—Creo que será la mejor cena que haya tenido. ¿Quieres una? —me pregunta mientras mastica.

—¡Claro! —Le arrebato de las manos el paquete—. No dejaré que te las comas tú solo. De todas formas, tengo más en la mochila por si quieres.

—Eres tan dulce —Se acerca para apoyar su mano sobre la mía. Ahora es cuando me mira con esos ojos que parecen estar desnudándome el alma—. No me imagino cómo hubiese sido perderme con algún otro de tus compañeros —dice animado.

—Ninguno de ellos creo que sea tan tonto como para perderse.

—No digas eso, te has perdido como a cualquiera le pudo haber pasado. Mírame, yo también me he perdido.

—Imagínate si Biancca se hubiera perdido en vez de mí.

—Creo que quizás a ella sí la hubiera dejado sola a su suerte —Echa un gran bostezo.

—O imagínate tú y la señora Nesbitt perdidos —Estallo de la risa—. De seguro estaría como loca gritándote todo el tiempo o peor aún; tratando de conquistarte.

—Bueno, será mejor que descansemos —Gonzalo se pone de pie—. ¿Has encontrado algo en el resto de la casa?

—Sí, encontré un colchón en la habitación que está por allí.

—Fantástico, lo traeré aquí... Solo espero poder verlo.

—Activa tu visión nocturna, superhéroe.

—Sí, creo que tendré que hacerlo —responde yéndose.

Gonzalo entra en la habitación y minutos más tarde vuelve trayendo el colchón. Lo acomoda cerca del fuego y luego se acuesta en él con los brazos a la cabeza. Es tan sexy.

—Lo he dejado libre de tierra. ¿Vienes a dormir?

¿A dormir?, ¿a nada más que dormir? El corazón comienza a palpitarme fuerte. Siento una mezcla de miedo, ansiedad y... también el deseo de saciar otro tipo de hambre; el hambre que tengo de su cuerpo.

—Oye, ¿esa manta la has traído tú?

¿Qué manta...? Oh, cierto.

—No, la he encontrado aquí —Me acerco para quitarla de la silla.

—Bien, dámela.

—¿Para qué? —Empiezo a sacudirle la tierra.

—Pues para taparme.

—Pues tendrás que esperar —digo divertida. Gonzalo no me convencerá con ninguno de sus encantos de darle la manta.

Cada vez que Kevin y yo hemos dormido juntos el 99% de las veces me he despertado a mitad de la noche porque el muy mal amigo me deja por poco solo en pijama de tantas vueltas que da. No volverá a pasarme lo mismo ni con él ni con Gonzalo, no, no. Me taparé bien con la manta, buscaré la forma de asegurarme de que nada pueda quitármela y luego entonces le compartiré lo suficiente para que también duerma un poco más calentito, aunque se me ocurren otras formas de solucionar eso... Ay, ¿qué estoy pensando? ¡Pues algo que me encantaría! ¡Ya! ¡Lo dije!

Termino de quitarle todo el polvo y me acuesto. Pongo la manta encima de mí y me acomodo de la forma en la que espero que no vuelva a sucederme lo que siempre me ha pasado con Kevin.

—Ahora sí —le digo a Gonzalo que me observa sonriendo, debe estar pensando que estoy actuando como una niña—. No quiero amanecer congelada.

—No exageres, no hace tanto frío, menos con el fuego.

—Buenas noches —Le extiendo la manta para que también se tape.

Gonzalo la toma y cuando lo hace siento a través de su mirada que hay algo que quiere decirme, o algo que quiere hacer. Es la segunda vez que compartimos cama, la tercera que dormimos juntos y ya no puedo esperar a tenerlo un poquito más cerca, un poquito más dentro de mí...

—¿Denisse?

—¿Sí?

Aquí va de nuevo: mi corazón, este corazón que empieza a palpitar de nuevo fuerte va a volverme loca si este hombre no dice lo que espero que diga.

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora