Capítulo 7 (parte 1)

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—Denisse, Denisse, ¿me oyes? —oigo a Gonzalo que no deja de chasquear sus dedos.

—Sí, sí. ¿Qué...? ¿Qué sucede?

Tenía que acabar tan rápido con la ilusión que tenía de ir corriendo hacia él y que por fin nos besáramos. ¿No podía esperar un poco más de tiempo para despertarme de tan hermoso sueño?

—¿Estás mejor?

—Ajá —es todo lo que alcanzo a decir, aún recuerdo cómo su boca en mi imaginación tocaba la mía. Ay, me pregunto si pronto podrá hacerse realidad.

—Bien —Sonríe seguramente por verme lucir como una tonta otra vez—, volvamos, entonces.

¿Por qué no soy capaz de atreverme a hacer lo que imaginé? O ¿por qué al menos no puedo decirle que me gusta... mucho? ¿Qué es lo peor que podría llegar a pasar? Bueno, el director podría llegar a enterarse, o toda la escuela quizás, o peor aún... mi madre. ¡Dios! Mi madre no puede enterarse de que he puesto mis ojos en él, me mataría y ni hablar de Richard que la convencería de todas las formas posibles de mantenerme castigada por toda la eternidad. Ni que amar fuese un pecado. ¿Cuándo será el día que sea libre para hacer lo que me plazca, eh? ¿Sin que tenga que andar pendiente de la mirada de la gente o de lo que puedan llegar a decir de mí?

—Vamos, Denisse —Gonzalo me dice desde la puerta.

—Claro —Sacudo mi cabeza, dejo mis preguntas de lado y me apresuro en alcanzarlo.

Marchamos juntos de regreso al bus y mientras lo hacemos al ver su fuerte brazo no puedo evitar querer volver a sostenerme de él, a aferrarme para sentir parte del calor que recorre todo su cuerpo. La temperatura ha aumentado de manera tan notable que el pecho de Gonzalo está pegado a su camisa. El hueco que hay entre sus pectorales húmedos solo me hace desear una cosa: lamerlo como helado, desde la cabeza hasta los pies. Lo más sexy de todo esto es que huele estupendo: hay una mezcla entre el perfume que lleva y su transpiración que lo hace... excitante.

—Toma, te compré un analgésico —Saca de su bolsillo una aspirina.

—Gracias —La tomo sintiéndome un poco avergonzada; si Gonzalo pudiera leer solo uno de todos los pensamientos que me provoca...

—En poco tiempo estaremos en Sierra Nevada y un médico podrá verte.

—No creo que sea necesario, Gonzalo, digo, profesor —¿Qué está pasándome? Debo al menos mantener cierto respeto—. Estoy bien, solo fue un golpe en la cabeza.

—Un golpe que te hizo sangrar y a mí pegarme un buen susto. Anda, sube.

Acto seguido Gonzalo me da una nalgada, lo siento, miento. Nada me habría gustado más que eso pasara, pero no, no por el momento, prefiero decir.

—Luego hablaremos usted y yo —oigo que serio le dice a Biancca antes de subir también al bus.

—Cuando guste —le responde ella muy animada.

Avanzo entre los asientos procurando darme prisa para no encontrarme con Biancca, pero ¿qué rayos? ¿Acaso el golpe me ha hecho olvidar que ahora somos compañeras no solo de viaje sino también de cuarto? Aunque tal vez si me apresuro y finjo estar dormida pueda salvarme por un rato de cualquier otra pregunta incómoda que pueda hacerme con respecto a Gonzalo. Tengo miedo de que en algún momento me indague tanto que termine escupiéndole la verdad.

—¿Y? —¡Maldición!—, ¿qué tal te fue? —pregunta Biancca detrás—. ¿Te dio un beso? —Sigo caminando muy nerviosa. En mi imaginación ha ocurrido exactamente lo que dijo.

—¿De qué estás hablando? Oye, ¿por qué me dejaste...?

—Ay —interrumpe mi intento por cambiar el tema de conversación—, no te hagas la tonta que se quedaron un buen rato a solas en el baño. Las falderas asienten con la cabeza al mismo tiempo.

Loca de amor #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora