Capítulo 3 parte 2

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Lady Candice más que guiar, arrastró a su madre todo el camino hasta que llegaron a la entrada principal del castillo. Los duques estaban ahí, despidiéndose de los invitados. El carruaje ya estaba afuera, con la puerta abierta, esperando por ellos para irse a su viaje de bodas. Corrió a despedirse de su hermana, apresurándolos para evitar una tragedia. Cuando parecía que estaba a punto de conseguirlo, unas fuertes pisadas resonaron a su espalda; cerró los ojos, preparándose para lo peor.

—¡Hija!

El grito de lady Emily la hizo abrirlos. La duquesa de Grandchester estaba desmadejada en brazos de su esposo. Otra vez.

—¡Envía al médico a mis aposentos, madre! —ordenó su excelencia mientras atravesaba el vestíbulo hacia las escaleras, con lady Emily y lady Candice tras él.

La duquesa movió la cabeza, indicándole con el gesto a su doncella que fuera a cumplir con el pedido de su hijo. Luego puso su mejor sonrisa y despidió a los invitados que permanecían por ahí. Cuando el vestíbulo quedó vacío se dio cuenta de que no todos se habían ido, todavía quedaba uno... el menos grato.

—Tal parece, excelencia, que el ducado tendrá pronto su preciado heredero —comentó burlón. Estaba recargado de la chimenea, junto al cuadro del anterior duque que reposaba encima de esta.

La duquesa viuda sufrió un espasmo al verlo. De cerca, el parecido era asombroso. Por un instante se vio transportada al pasado, a ese salón de baile donde viera por primera vez a su difunto esposo. El mismo cabello abundante, tan oscuro como el chocolate. El rostro de recias facciones, la mandíbula cuadrada y la pequeña hendidura en la barbilla. Incluso la sonrisa, esa que tantos suspiros arrancó entre las damas casaderas era igual.

—¿Qué sucede, duquesa? ¿Acaso vio un fantasma? —Terrence dejó su posición junto a la chimenea y se acercó a la mujer, que permanecía estática en medio de la estancia.

—¿Qué hace aquí? ¿A qué ha venido? —preguntó lady Grandchester, sobreponiéndose a la impresión de ver al hijo bastardo de su marido.

—Vine por lo que es mío.

La fiereza en su voz la hizo tambalearse, solo el orgullo impidió que se desvaneciera frente a él.

—¿Ha perdido el juicio? —replicó a media voz, consternada.

—Estoy en mi derecho y no permitiré que su hijito se lo quede —masculló él, su mirada irradiaba tal determinación que la duquesa viuda realmente temió que lo cumpliera.

Terrence casi sonrió ante la mirada atemorizada de la dama. Era obvio que hablaban de cosas distintas, pero no sería él quien se lo dijera; un poco de agobio no le haría mal a la pérfida mujer.

—¡Está loco! No permitiré que un bastar...

—El médico, su excelencia —anunció la doncella, cortando el insulto preferido por la mujer para dirigirse a él.

La duquesa viuda recibió con alivio la llegada del médico del castillo, deseosa de alejarse de él.

—Acompáñeme, por favor. —Lady Grandchester extendió el brazo, indicándole al galeno el camino a las escaleras; este la siguió después de ejecutar la reverencia de rigor.

Terrence se quedó parado en medio del vestíbulo. Miró a su alrededor, observando la opulencia de los Grandchester. La enorme chimenea que, bien sabía él, podía calentar toda la estancia en invierno. Los tapices con escenas de batallas y cacerías colgados en las paredes. Las velas de cera de abeja y los candelabros de oro. Miró hacia abajo, a la pesada alfombra traída de tierra santa por el abuelo del anterior duque.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora