Capítulo 4 parte 2

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«Desposaré a su hermana», las palabras de él rebotaron en sus pensamientos, aturdiéndola.

Terrence la soltó de pronto y ella se tambaleó, más por lo dicho por él que por la falta de apoyo.

—¿A Candice? —preguntó la duquesa a media voz, sin poder creerlo.

—¿Tiene otra hermana acaso? —repuso burlón, volviéndose hacia el aguamanil para retomar su afeitado.

—Pero... pero... ¡Ella es monja! —susurró para sí, incrédula, su mirada clavada en el piso de tierra.

—Aún no toma los votos; tal como ella misma se encargó de aclararme.

Aidan se abstuvo de decirle que la congregación de sor María no estaba reconocida en suelo inglés como una orden religiosa, por lo que tal vez los votos no tuvieran el peso de la iglesia. Eso era cosa que a la arpía no le incumbía.

—¿Qué? —Levantó la cabeza para mirarlo a través del espejo.

Terrence estaba quitándose los restos de espuma con el agua de la palangana.

—Es hora de que se marche, lady Grandchester. —Tomó su camisa y, mientras se quitaba el exceso de humedad con esta, espetó—: Podría comprometer su reputación —dicho esto salió de la cabaña.

Lady Amelie no se movió. Se sentía extraviada, como una barcaza que va de aquí para allá, impelida por el viento. ¿Terrence iba casarse con Candice? ¿Con la simple e insulsa Candice? No, de ninguna manera, no iba a permitirlo. No dejaría que le arrebatara a Terrence. Airada se dio la vuelta para salir del lugar cuanto antes.

Terrence, sentado bajo la sombra de un árbol a pocos metros de la cabaña, escuchó el golpe de la vieja puerta y supo que su indeseada visita acababa de irse. Ahora, con la cabeza fría y el cuerpo lejos del influjo sensual de lady Amelie, se dio cuenta de su torpeza.

—Imbécil —masculló entre dientes.

Más tardaría él en vestirse que la mujerzuela en ir a reclamarle a la hermana. Apresurado regresó a la cabaña, se puso ropas "decentes" y se fue, dispuesto a ganarle el brinco a lady Grandchester para evitar que le echara a perder los planes.

***

Lady Candice estaba en la cocina, ayudando en la preparación de la comida cuando una de las hermanas le informó que Sor María requería su presencia. Extrañada se quitó el mandil que usaba para no ensuciarse el hábito, se lavó las manos y se puso lo más presentable posible. Uno no podía apersonarse frente a la priora en malas trazas, así hubiera estado alimentando a los cerdos debía cuidar su apariencia.

Mientras caminaba por el pasillo que daba a la oficina de Sor María, buscó en sus recuerdos algún motivo para la petición de la religiosa. En las semanas que llevaba en el priorato, solo la mandó a llamar una vez, cuando le entregó el mensaje de lord Grandchester poco antes de la boda. Se preguntó si acaso hizo algo mal sin darse cuenta. Era muy diligente en las tareas que le tocaba realizar, nunca se quejaba y siempre estaba dispuesta a ayudar si se precisaba.

Rodeó un pilar y se encontró de frente con el pasillo que conducía a la oficina de la priora. En el camino se cruzó con un par de hermanas que la saludaron con un disimulado movimiento de la cabeza, gesto al que correspondió con una pequeña sonrisa.

Frunció el ceño. No recordaba haber tenido ninguna desavenencia con ninguna hermana de la congregación, así que tampoco podía ser eso. La preocupación que sentía desde que le informaron que la priora deseaba verla, se desvaneció un poco al no encontrar nada que pudiera ser digno de una amonestación.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora