Capítulo 13 parte 1

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Los dos días siguientes transcurrieron sin sobresaltos. Terrence dio instrucciones para que Rowena no tuviera libre acceso al castillo. La mujer dormía en una habitación de la planta baja con la servidumbre. Hecho que no la tenía nada contenta, sin embargo, poco o nada podía hacer. Aun así, debido a la reclusión obligada de lady Candice, continuaba dando órdenes a los sirvientes sobre el manejo del castillo —desde la elaboración de las comidas hasta las tareas de limpieza—, sin que nadie le pusiera ninguna pega o lo consultara con Terrence.

Hasta que sucedió lo inevitable.

Era media mañana. Terrence hacía rato que había partido a las bodegas y los sirvientes estaban inmersos en sus tareas, trabajando con diligencia para que el castillo marchara como la seda. Todos, excepto Rowena. La mujer caminaba con rápidas zancadas por los pasillos del ala de los sirvientes camino a la cocina, llevaba un vestido en la mano, el cual se arrugaba ahí donde sus dedos apretaban con fuerza. Su rostro deformado en un rictus furioso.

—¡Dónde está esa inútil! —La mujer, cuyo cabello de fuego iba cubierto por una empolvada peluca, entró a la cocina—. ¡Dónde! —Furiosa alzó la mano con la que sostenía el vestido y este ondeó como si de la bandera de un barco se tratara.

—No sé a quién se refiera, señora —contestó Molly sin apartar la vista del conejo que limpiaba.

—¡A la inútil de tu hija! ¡A quién más! —gritó la mujer.

La cocinera soltó el cuchillo sobre la mesa y luego lo empujó lejos de su alcance, no fuera a ser que en un descuido terminara cortándole la lengua a la arpía.

—¿Para qué la busca? —Pasó por alto el insulto hacia su hija para no armar un alboroto mayor.

—¡Esa estúpida arruinó mi vestido! —Rowena sacudió la prenda frente a la cocinera con exagerada fuerza.

Molly respiró profundo para calmarse. El capitán tenía prohibidas las peleas entre su personal, los castigos eran severos para los implicados sin importar de quiénes se tratara. Apeló a toda su paciencia para no caer en las provocaciones de la pelirroja. Le tendió la mano, pidiéndole el vestido para examinarlo.

—¡Lo quemó! —exclamó la mujer cuando vio que Molly reparaba en el hoyo que destrozaba el corpiño de este.

—Lo siento, pero no tiene arreglo —afirmó la cocinera devolviéndole la prenda.

—¡Eso ya lo sé!

—¿Qué es lo que quiere entonces? —Molly volvió a su tarea con el conejo, debía apurarse o no tendría la comida a tiempo. El capitán se volvía un energúmeno cuando no comía; mejor no tentar a la suerte.

—¿¡Cómo que qué quiero!? —cuestionó indignada—. ¡Que me lo pague, por supuesto! ¡Este vestido vale una fortuna!

—Precisamente por eso no podemos pagárselo —respondió la cocinera con tranquilidad, refiriéndose al valor de la prenda.

Rowena miró a la mujer casi explotando de rabia. La maldita cocinera era una anciana escuálida que la trataba como si fuera retrasada. ¡A ella que sería la señora de ese lugar!

Se prometió en silencio que, cuando lo fuera, la cocinera y su estúpida hija se largarían de ahí; esa sería su primera disposición como ama y señora del castillo.

—Quiero mi vestido como estaba o...

—¿O qué? —intervino Jane entrando a la cocina.

—No te metas, sirvienta —espetó despectiva sin mirar a la doncella.

Jane apretó los manos con rabia. Adelantó un paso dispuesta a cogerla de esos rulos tiesos que traía en la cabeza, pero una mano sobre su hombro la detuvo. Miró a señora, quien le hizo un gesto negativo con la cabeza.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora