Capítulo 22 parte 1

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Jane se acomodó la capa que cubría su cabeza; se sentía nerviosa y no dejaba de juguetear con la prenda. Iba en un carruaje negro con molduras doradas, los asientos, tapizados en terciopelo azul, eran cómodos y confortables. Era la única ocupante del vehículo, sin embargo, no iba del todo sola. El conductor era uno de los hombres de milord Hades y el Bardo la escoltaba de cerca en su propio caballo. Lo que la tenía inquieta no era el miedo a los peligros que el camino podía depararles, sino la incertidumbre de recuperar a su hermana sin un rasguño.

Ese mismo día más temprano, milord Hades le habló sobre la situación de Joanne. Saberlo la había desprovisto de todas sus fuerzas. Imaginar las penurias y vejaciones que su pobre hermana podría estar sufriendo, debido a su negligencia, la estaba matando.

Milord Hades le prometió que tendría de vuelta a su hermana esa misma noche y aunque el hombre era un grosero insufrible, también era un hombre de palabra, estaba segura que haría todo lo que estuviera a su alcance para sacar a su hermana de ese horrible lugar. Ella también tenía su participación en el rescate y esperaba llevarlo a cabo como se debía; la vida de todos estaba en peligro y no podía equivocarse.

Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, agotada por sus pensamientos; necesitaba descansar la mente un momento o no sería capaz de lidiar con lo que se avecinaba.

Llegaron al punto de encuentro apenas una hora después de haber tomado el camino desde la playa donde estaba atracada "La Silenciosa". Ahí un carruaje —más elegante todavía—, los esperaba. Era blanco, en la puerta tenía un escudo de armas que no reconoció. El conductor usaba una empolvada peluca de rizos y vestía con librea azul oscuro. En el interior la esperaba Sombra, ataviado con unos ropajes elegantes que lo hacían parecer un caballero.

—¿Estás lista? —le preguntó apenas se acomodó en el asiento frente a él.

—Debo estarlo.

—Si no te crees capaz de hacerlo, es mejor que lo digas ahora.

Jane quiso discutir, pero calló porque entendía la postura del hombre. Estaban arriesgando el pellejo por ayudarlas a ella y a Joanne; lo menos que podía hacer era retribuirles su generosidad no entorpeciendo sus esfuerzos.

—Podré, por supuesto que podré.

—Bien.

Llegaron a las inmediaciones de Rose Garden pocos minutos después. Jane se bajó una calle antes, desde ahí debía continuar a pie hasta la puerta de servicio de la casa.

Sombra continuó en el carruaje hasta detenerse a pocos pasos de la puerta principal. Dado que era la tercera vez que acudía a la casa, el lacayo no tuvo problema en hacerlo pasar al salón de visitas. Madame Rose apareció casi enseguida, imaginaba que la generosa propina que dejó el día anterior influyó lo suficiente como para que estuviera más solícita que de costumbre; tal como la quería.

—Buenas tardes, caballero —saludó la mujer en cuanto entró al salón.

—Un placer, madame. —Sombra estiró su brazo para tomar la mano enguantada de ella.

El beso en los nudillos —cubiertos por el encaje de los guantes—, sonrojó las mejillas embadurnadas de maquillaje de la madame.

—Tome asiento, por favor.

Sombra atendió al pedido de la mujer después de que ella estuvo sentada, gesto que complació a madame Rose. Por lo general, los hombres que iban a Rose Garden la trataban con lisonjas, sin embargo, ninguno le dedicaba las atenciones que solo eran destinadas a una dama de buena cuna. El caballero frente a ella era de buena apariencia, mucho más joven que ella, pero con unos rasgos que denotaban experiencia. Tenía un aura distinta a la de todos esos lores imberbes que visitaban tan asiduamente a sus florecillas; quizás eran sus ojos oscuros que parecían mirar más allá de la imagen que daba. Hacía mucho tiempo que no brindaba sus servicios a ningún caballero, no obstante, pensó que con él podría hacer una excepción.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora