Capítulo 25 parte 2

1.2K 127 69
                                    

El otoño acabó pronto y, tal como prometió, el padre Zachary arribó a St. Michaels. El invierno no se asentaba completamente todavía, pero ya se sentían los efectos en el aire helado que enrojecía las mejillas del clérigo. Hacía varios años que no visitaba el antiguo monasterio en el que su querida hermana estableció esa pequeña congregación gracias al barón St Aubyn. Sir John era un viejo amigo de su padre y, a pesar de que el territorio inglés dejó de ser católico desde que Enrique VIII se separó de Roma para poder casarse con Ana Bolena, el barón tenía en alta estima a su padre. Gracias a eso accedió a que María y sus compañeras de peregrinación hicieran uso del antiguo monasterio que ahora era propiedad del barón. Ellos, como buenos irlandeses, eran católicos fervientes. No fue una sorpresa que cuatro de sus seis hijos eligieran el camino del Señor, no así el hecho de que su hermana María decidiera establecerse definitivamente en Cornualles tras varios años recorriendo el país ayudando a los más necesitados.

Miró las murallas del antiguo monasterio. Su hermana estaba ahí, ayudando a todos esos niños sin hogar que llegaban a sus puertas. Tras mirar fijamente la construcción de piedra sintió un leve mareo, se aferró a los costados de la vieja barcaza que lo transportaba hasta la isla y trató de ignorar el balanceo de esta. Echó un ojo a su acompañante, se aferraba con igual o más fuerza que él a la barcaza. Su rostro mostraba el miedo que sentía de que la pequeña embarcación no resistiera, aunque claro, el hecho de que el lanchero expusiera tan categóricamente la posibilidad de un hundimiento debido al sobre peso no ayudó.

Sus miradas se encontraron y él sonrió para tranquilizarla, diciéndole con el gesto que todo estaba bien. Llegarían sanos y salvos a la isla. No recibió una sonrisa de vuelta, solo una pequeña mueca que dio buena cuenta de la poca confianza de su acompañante.

Regresó su vista a la isla, casi llegaban. Otra sonrisa surgió en su boca al pensar en lo sorprendida que estaría su hermana cuando lo viera. O quizás no. Terrence y su esposa debieron hablarle su visita. Bah, no importaba, ella igual estaría feliz de verlo, así como él lo estaría por verla a ella.

***

En Skye, día con día, los signos del estado de gestación de lady Candice fueron acentuándose. Se irritaba por cualquier cosa, lloraba a la menor provocación y vomitaba todo cuanto caía en su estómago. Esto último tenía a Terrence al borde de la histeria. Su mujer lucía pálida, demacrada y delgada. Muy delgada. La séptima semana de su llegada a Skye, y la segunda de sus recientes vómitos, decidió que no podía seguir así. Le importaban una mierda el duque y sus deseos de venganza, regresaría a Inglaterra y buscaría el mejor jodido médico que existiera en el maldito reino. Secuestraría al médico personal del rey si fuera preciso, pero su mujer recibiría la mejor atención durante su embarazo o dejaba de llamarse Hades.

Ordenó a sus hombres que prepararan el Perséfone, la más rápida de sus embarcaciones. Irían directo a St. Michaels sin perder tiempo en ningún otro puerto, por lo que les encargó que cargaran todos los suministros necesarios para ello. A su esposa no le informó que se irían hasta un día antes, cuando ordenó a Jane que preparara los baúles de su señora. Orden que lady Candice anuló. Motivo por el que ahora el capitán Hades subía las escaleras hasta sus aposentos de dos en dos, rumiando sobre esposas desobedientes que necesitaban mano dura.

—¿Dónde están tus baúles? —preguntó en cuanto abrió la puerta.

Lady Candice estaba recostada contra el respaldo de la cama con varias almohadas en su espalda para mantenerla en una posición que no era ni sentada ni acostada. Miró a su marido a la distancia, pues este se quedó parado cerca de la puerta abierta, con la mano en la manija de esta.

—Donde deben estar —contestó con una sonrisa, obligándose a ser paciente.

—Ordené que los alistaran, zarparemos al alba. —Terrence cerró la puerta a su espalda, presentía que se avecinaba una tormenta dentro de las cuatro paredes de su alcoba conyugal.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora