Capítulo 19 parte 2

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Lady Emily estaba en su habitación guardando en varios baúles los enseres que no ocuparía en una buena temporada. Dentro de una semana partiría a Grandchester Castle para acompañar a Amelie en su periodo de gestación. Durante ese tiempo mantendría la casa cerrada, con solo un par de mozos que le daría mantenimiento en su ausencia.

Su estancia en el castillo Grandchester le venía muy bien, sin lady Candice la casa estaba demasiado solitaria.

Pensar en su hija mayor acrecentó la opresión en su pecho. Era una sensación que la acompañaba desde que desapareciera aquella noche sin dejar rastro.

La primavera había pasado, en pocos días acabaría el verano y seguía sin tener noticias de su querida niña. Todos los días, al despertar, su primer pensamiento era para ella. Rogaba con fuerzas al Creador que estuviera bien, que su marido le diera una buena vida y, sobre todo, que le permitiera volver a verla algún día. No había cosa que anhelara más que tener a sus hijas como antes, correteando por ahí, riendo, divirtiéndose... unidas.

Soltó un suspiro cansado.

Más de una vez se ha recriminado haber enviado a Amelie con su cuñada. A la luz de los acontecimientos que se desencadenaron, se arrepentía profundamente. La marquesa de Bristol convirtió a Amelie en una jovencita encantadora que sabía desenvolverse entre sus pares, sin embargo, también la volvió fría, ambiciosa. La Amelie de antes, la que adoraba a su hermana mayor, jamás se habría casado con el duque de Grandchester. Esa Amelie habría frenado el cortejo desde el primer momento; jamás hubiera lastimado a Candice casándose con el hombre que ella amaba. Su acción había herido muchísimo a Candice y se atrevía a pensar que más por Amelie que por el duque pues de pequeñas eran inseparables, se cuidaban la una a la otra en todo momento.

¿Volverían algún día a estar unidas?, se preguntó con anhelo, llena de nostalgia.

Esperaba con el alma que sí.

—¡Milady! —Helen, la única doncella que le quedaba, entró sin llamar—. ¡Está aquí! ¡Ha venido! —continuó la muchacha, exaltada, mientras caminaba hasta pararse frente a ella.

Lady Emily dejó sobre la cama la estatuilla que tenía en la mano.

—¿Quién, Helen? ¿Quién ha venido? —cuestionó al tiempo que se levantaba, negándose a dejar que la ilusión creciera en su interior.

Podría haber pensado que se trataba de Amelie, sin embargo, la doncella no habría entrado con tanta exaltación si se tratara de su hija menor. Aun así, contuvo sus emociones a raya.

—¡Lady Candice!

La condesa viuda se llevó las manos a la boca, sus ojos se anegaron de lágrimas y el cuerpo comenzó a temblarle. ¿Sería verdad? ¿Estaría su hija ahí?

—¿No me mientes, Helen? —susurró con voz quebrada.

—Por mi madre que no, milady.

—¿Dónde está? ¿Está aquí en la casa?

Helen asintió.

—La espera abajo.

Tras lo dicho por la doncella, lady Emily salió de la habitación con el corazón latiéndole desbocado, corrió por el pasillo y escaleras abajo como si su vida dependiera de ello, olvidándose de las convenciones sociales que reprobarían su comportamiento inapropiado.

En el vestíbulo, lady Candice esperaba impaciente a que Helen volviera. Terrence la acompañaba, motivo por el que no fue ella misma hasta la habitación de su madre. Atracaron esa madrugada y no habían dormido bien. Terrence debido a las maniobras para meter la goleta a puerto y ella por la tensión, la expectativa de ver a su madre no la dejó pegar ojo en la mayor parte de la noche, aun así, no quiso esperar otro día para ir a verla; por eso estaban ahí, en espera de lady Emily, ataviados con ropas dignas de los condes de Graham.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora