Capítulo 25 parte 1

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"La Silenciosa" siguió su travesía hasta Skye seguida de cerca por el Perséfone. Aun cuando Terrence quería regresar a St. Michaels y arreglar la situación con el duque, continuó el rumbo para no mortificar más a su esposa, además, tenía respaldar su orden de zarpar —aunque le pesara—, él había dicho a sus hombres que debían obedecer en todo a su mujercita así que no le quedaba más remedio que honrar su propia instrucción. Sin embargo, tomó nota de no ser tan vago en estas, la próxima vez sería más cuidadoso y enlistaría ciertas salvedades en las que no podrían obedecerle sin importar qué.

También estaba el asunto del posible embarazo. Este era quizás el verdadero motivo para no contradecirla. Si resultara cierta la suposición de Feng, no quería que nada ni nadie la alterara. Su periodo de gestación debía ser tranquilo, sin ninguna preocupación salvo realizar los preparativos para la llegada del bebé. Bastante preocupación tenía él por ambos. Todavía no han hablado sobre el tema, tal parecía que su reclamo al duque respecto a su estado de gravidez no fue escuchado por ella, o tal vez era que la conmoción de la pelea y lo maltrecho que dejó a lord Grandchester no le permitió analizar lo dicho por él, sin embargo, estaba decidido a esperar a que ella le confirmara la sospecha de Feng cuando estimara conveniente; solo deseaba que no se tardara demasiado porque no se veía capaz de aguantar la incertidumbre durante mucho tiempo.

A su arribo a Skye llevaron a las mujeres al castillo tal y como lady Candice dispuso. Por fortuna, la fortaleza era lo bastante grande para albergar a todas sin pasar incomodidades. Los primeros días los dedicaron a adecentar las habitaciones del ala oeste en la segunda planta, excepto Jane que continuaba recuperándose de la herida de bala, aunque ella juraba y perjuraba que estaba perfectamente. Sin embargo, ni lady Candice ni el Bardo querían oír nada al respecto. Ella guardaría reposo hasta nuevo aviso y no se hablaría más del asunto.

Cuando lady Candice abrió la primera habitación a limpiar casi temió que salieran murciélagos de ahí. Tal como su esposo le dijo, las alcobas estaban inhabitables desde hacía mucho tiempo puesto que él nunca se preocupó por tenerlas a punto. Jamás las usaba y el poco tiempo que pasaba en la isla no era tanto por lo que no lo consideró una prioridad, total, nadie iría a visitarlo.

—No tiene caso gastar recursos en unas habitaciones que no van a usarse —le dijo cuando ella habló sobre el descuido de estas.

Cosa con la que su adorable y mandona mujercita no estuvo de acuerdo.

—Lamento decirte que gastarás más ahora, esposo.

—Mis bodegas están a su disposición, capitana —respondió con una sonrisa burlona, sabía que le avergonzaba que la llamara así.

La bautizó con ese mote aquella noche en las bodegas de "La Silenciosa" luego de que ella tomara el mando de la embarcación y la hiciera zarpar a sus espaldas. Aunque el motivo real de su timidez era por el momento —el ardoroso momento—, en que lo usó por primera vez, así que la mera mención la hacía tartamudear y sus mejillas adquirían ese tono escarlata que a él tanto le gustaba; de más estaba decir que era su nueva forma favorita de llamarla.

Esa noche salieron de la bodega hasta que despuntó el alba, aunque si por ella hubiera sido ser habrían quedado para siempre allá abajo. Y no por los mismos motivos por los que se quería quedar él —para su cruel decepción—, la razón era que tras su ardiente demostración de cuanto lo extrañó, el recuerdo de su desinhibida actuación la llenó de vergüenza.

—¿Qué van a pensar de mí? —le había dicho con la mirada baja y las mejillas teñidas de un rojo intenso.

En ese momento él se había arrepentido de embromarla con el tema. A ella ni siquiera se le ocurrió pensar en ello, pero él acababa de decirle que la próxima vez no debían olvidar cerrar la puerta ya que no quería que sus hombres, al escuchar sus gritos, pensaran que en verdad la estaba matando.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora