Capítulo 15

2.8K 203 118
                                    

Era finales de junio, las sesiones en el parlamento inglés estaban por terminar, por lo que la mayoría de los lores y sus familias abandonarían la ciudad en pocos días.

Lord Grandchester era quien más deseaba retirarse al campo, lugar en el que su esposa residía. La dama, quien antes disfrutaba tanto con los bailes que se ofrecían durante la temporada social, prefirió quedarse en Cornualles para acompañar a su madre.

La vida de los duques de Grandchester no logró estabilizarse tras lo acontecido con lady Candice. La duquesa cayó en una especie de abatimiento crónico que mantuvo preocupados a lord Grandchester y lady Emily. Tuvieron que pasar varios días para que la dama comenzara a sonreír y aunque el duque moría por llevarla con él a la ciudad, ella insistió en quedarse en el castillo. Lord Grandchester tuvo que regresar a Londres a cumplir con sus obligaciones en el parlamento sin la compañía de su esposa.

«Esposa», repitió para sí.

Estaba sentado en un sillón de la biblioteca en su casa de la ciudad, un vaso de whisky en la mano. Esa tarde no tenía deseos de salir a ninguna tertulia ni de esquivar los comentarios maliciosos sobre la ausencia de lady Amelie. Ausencia que más de una dama se ha ofrecido a cubrir, no solo en los salones de baile sino también en su lecho. Las insinuaciones hacia su persona aumentaron exponencialmente desde que era un hombre casado; tal parecía que las mujeres de la nobleza lo encontraban más deseable ahora que era prohibido.

Pero ninguna era su esposa. La única mujer a la que quería tener en su cama. La única que quería que lo deseara. La única que no lo hacía.

El recuerdo de la última noche que pasó en Grandchester Castle, antes de volver a Londres, le apretujó el corazón. Lo sucedido esa noche en las habitaciones ducales lo perseguiría por el resto de su vida.

Tomó un trago de licor, paliando el dolorcillo de su pecho con el ardor que le provocó el whisky.

Rato después, cuando el líquido del vaso no era más que una mancha en el fondo, un par de golpes sonaron en la puerta.

—Su Gracia. —La voz amortiguada del mayordomo atravesó la madera de la puerta.

—Pasa, Harold.

Ante la orden del duque, el mayordomo abrió las puertas abatibles de madera oscura, labradas con intrincados diseños en el centro. Caminó un par de pasos y luego hizo una reverencia.

—Su Gracia, lord Pembroke está en el vestíbulo. Desea tener una audiencia con usted.

Lord Grandchester reprimió el impulso de suspirar. Lo último que le apetecía era tratar con el conde, sin embargo, sus modales le impedían negarse a la visita por mucho que lo deseara.

—Hazlo pasar, por favor.

Harold se inclinó en otra reverencia y enseguida salió de la estancia para cumplir con el pedido de su señor.

Pasados unos minutos, las puertas volvieron a abrirse.

—El conde de Pembroke, su Gracia —anunció el mayordomo con otra reverencia.

El duque abandonó el sillón para recibir a su visita.

—Excelencia. —El conde realizó la reverencia de rigor.

—Lord Pembroke, bienvenido. —Lord Grandchester hizo un gesto con la mano, indicándole el sillón frente a él.

—Me disculpo por mi intempestiva visita —comentó el conde mientras se acomodaba en el sillón de una sola plaza.

—Imagino que debe ser importante si no pudo esperar a mañana —apuntó el duque ya sentado frente al conde.

—Lo es, excelencia. El asunto que me trajo hasta aquí es de vital importancia.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora