Capítulo 29

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Londres.

Mediados de febrero de 1726, año de nuestro Señor.

Lord Richmond regresó a la ciudad casi seis semanas después de año nuevo. Al día siguiente envió un mensaje a casa de lord Grandchester informándole de su llegada y dándole audiencia para una semana después.

Cuando Terrence supo que lord Richmond retrasaba su solicitud una semana más, casi se volvió loco. Estaba harto de la situación y no veía la hora de salir de esta, aunque fuera a punta de espada.

El día estipulado, lord Grandchester se presentó solo en casa de Richmond, a pesar de que Zachary insistió en acompañarlo. Agradecía las intenciones del sacerdote de interceder por su causa, sin embargo, esta era su deuda y solo le correspondía a él saldarla. Si su madre no le hubiera negado su apoyo cuando lo necesitó, Terrence no habría tenido que convertirse en Hades. Era una carga que llevaba sobre sus hombros e iba a hacer lo imposible por librarse de ella.

El mayordomo de Richmond lo recibió en la entrada; después de hacerse cargo de su capa y guantes lo condujo hasta el despacho del lord.

Charles Lennox, segundo duque de Richmond y Lennox estaba sentado tras su escritorio, inclinado hacia este deslizaba la pluma sobre el papel que mantenía en su sitio con la otra mano, concentrado en lo que Grandchester intuyó era alguna misiva. El duque era un hombre joven de cabellos castaños, cejas definidas y nariz recta. Ojos azules y tez blanca. Había heredado el título de su padre, el primer duque de Richmond, casi cuatro años antes. Título que su abuelo, el rey Carlos II, creó para su padre, uno de sus hijos ilegítimos, el anterior duque de Grandchester incluido.

Era un secreto a voces que el padre del actual lord Richmond y el suyo era hermanos. Ambos hijos ilegítimos del fallecido monarca. No obstante, nunca tuvieron una relación cercana. Tal como ahora no la tenían sus vástagos a pesar de trabajar codo a codo en el parlamento inglés.

—Su excelencia, el duque de Grandchester —anunció el mayordomo con una profunda reverencia.

Lord Richmond dejó de escribir, colocó la pluma en el tintero y se levantó en deferencia al rango de su invitado.

—Bienvenido, excelencia. —Extendió el brazo, indicándole con el gesto uno de los sillones frente a su escritorio.

Tras las formalidades de rigor referente a la salud y bienestar de sus respectivas familias, lord Grandchester abordó el tema que le atañía.

—No comprendo qué desea de mí, excelencia —respondió Richmond cuando lord Grandchester terminó de exponer el asunto.

Lord Grandchester casi pudo tocar la tensión que emanaba del duque de Richmond. Sabía que sería difícil, no obstante, no le convenía que el lord se cerrara a ayudarlos debido a su lealtad al rey y mucho menos que creyera que él mismo era un traidor.

—Jamás me atrevería a pedirle que actuara con deshonor, mucho menos que traicionara la confianza que su majestad ha colocado en usted —apuntó él—. Sé que su lealtad es tan firme como la mía, su gracia —añadió.

—Lo es, excelencia.

La tensión en lord Richmond disminuyó tras las palabras de Grandchester. El duque apreciaba a su par, era un hombre cabal que velaba por los intereses de su majestad, sin embargo, su situación era, cuando menos, inusual.

—Lo único que le solicito es que me apoye cuando exponga el caso ante su majestad. No hay ninguna prueba de que el conde realizara actos de pillaje, solo una carta dirigida a mí que ha sido sacada de contexto. Ni siquiera sabemos si la carta es legítima.

Lord Grandchester rogó en su interior que Richmond no sugiriera convocar a lord Pembroke para corroborar la autenticidad de la misiva. Dudaba mucho que el conde se mostrara cooperativo si se le pidiera. Aunque quizá...

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora