Capítulo 11 parte 1

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Lady Candice salió de la celda con el corazón hecho pedazos. Cuando lo vio en la puerta, sus esperanzas se avivaron con la misma fuerza de la llama que ardía en las antorchas que portaban, sin embargo, él se encargó de apagarlas con su fría indiferencia. La ilusión cayó en picada y perdió la batalla a las lágrimas.

¿Dónde estaba el Terrence tierno que la abrazaba mientras dormía? ¿Por qué no le aclaraba la situación? ¿por qué no le pidió disculpas ni la consoló en sus brazos? ¿Era por esa mujer? ¿Acaso con la presencia de la otra, ella sobraba ahora?

«Yo me ocuparé de que no pase frío esta noche», lo dicho por la mujer hizo eco en su cabeza.

¿Por eso tardó tanto en llegar por ella?

La luz de la aurora que entraba a raudales por los cristales del vestíbulo le dio la terrible respuesta.

—¡Milady! —Jane corrió a su encuentro apenas la vio. La seguía el Bardo, quien en su rostro mostraba lo mal que la doncella debió hacérselo pasar en el tiempo que estuvieron solos en el vestíbulo.

—Estoy bien, Jane —murmuró con un intento de sonrisa que no sirvió para tranquilizar a la impetuosa doncella.

—¿Dónde están los aposentos de lady Candice? —preguntó al Cuervo, decidida a ignorar a su amigo el Bardo—. Milady necesita descansar.

El Cuervo no habló, tan solo le indicó con la mano las empinadas escaleras pegadas a la pared que hacían un semicírculo hasta llegar a la planta superior. Estas no tenían barandal, en tiempos de guerra eran otra forma de defensa para el señor del castillo, si bajaba para repeler un ataque ocupaba la pared que quedaba a su izquierda para protegerse la espalda, dejando su brazo derecho libre para usar la espada y arrojar al enemigo por el vacío.

Mientras subían tras el Cuervo, Jane se imaginó aventando a la arpía que las recibió; al instante se sintió mejor.

En la planta superior tomaron el pasillo de la izquierda, avanzaron por este sin toparse con ningún sirviente. En un recodo giraron a la derecha para seguir por otro pasillo hasta que se toparon con una pesada puerta. Para sorpresa de ambas, no entraron a las estancias privadas de lady Candice, sino a otro tramo de escaleras en forma de caracol.

—Ese... maldito pirata... quiere... matarnos... de un ataque —rezongó la doncella casi sin aliento cuando ya iban a medio tramo.

—Jane, por favor —la reprendió lady Candice en un susurro, le preocupaba que el tan repudiado pirata la escuchara.

Como estaban las cosas bien podía terminar confinada a las mazmorras sin que ella pudiera hacer nada para impedirlo. Y la necesitaba más que nunca. No podría escaparse dejándola a ella atrás.

Jane resopló inconforme, pero guardó silencio.

En la siguiente planta las llevaron por otro laberíntico pasillo. Lady Candice pensó que a ese ritmo no podría escaparse nunca, jamás encontraría el camino de vuelta por sí sola. Lo que ella no sabía era que el Cuervo la estaba llevando por el camino más largo a propósito. Le estaba dando tiempo a Sombra —a quien vieron fuera de los establos antes de ir a las mazmorras—, de deshacer la otra instrucción dada por su jefe; la peor de todas. Solo esperaba que fuera suficiente y este lograra su cometido sin mayores consecuencias.

Una vuelta más, un par de pasos y por fin el Cuervo se detuvo. Ambas mujeres se pararon tras él, sus respiraciones agitadas constataban el esfuerzo físico que les supuso el camino hasta ahí. Si no hubiera estado tan concentrada en regularizar su respiración, Jane habría notado que estaban a tan solo unos pasos de la primera curva que tomaron cuando salieron del segundo tramo de escaleras, solo que en el lado contrario.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora