Capítulo 3 parte 1

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Lady Candice salió al jardín donde se celebraba el banquete de bodas con el firme propósito de finiquitar cualquier trato que su hermana hubiese tenido con ese hombre. Oteó entre los invitados en busca de una cabeza castaña; la única que no llevaba la clásica peluca ensortijada de los lores. Esperaba que la impresionante altura del hombre de la espada la ayudara con su propósito.

Sin embargo, no contaba con que lady Emily la viera a lo lejos y se acercara a ella. Que la perdonara su madre, pero en esos momentos no se sentía apta para tener charla alguna.

—Cariño, ¿cómo está tu hermana? —preguntó la condesa viuda en voz baja en cuanto llegó junto a ella, miraba de reojo a los invitados que estaban a su alrededor, vigilando que no escucharan su conversación.

—Todo está bien, madre —respondió sin prestarle mucha atención, su mirada seguía paseándose por el jardín, atenta a los invitados.

Ni rastro de la chaqueta verde con brocado dorado.

«¿Se habrá retirado como le pedí?» se preguntó en sus adentros, esperanzada.

Lady Emily, ajena a los pensamientos de lady Candice, se sintió un poco más tranquila. El desmayo de su hija menor la tenía muy preocupada y aunque habría preferido acompañarla en su habitación para asegurarse que no corría peligro alguno, se quedó a atender a los asistentes junto a la madre del duque, la duquesa viuda.

"La emoción", había dictaminado la duquesa viuda sonriendo a los invitados, con la misma autoridad que si lo hubiera hecho su médico de cabecera.

—Oh, ahí viene —dicho eso, lady Emily se apresuró a ir al encuentro de la ahora duquesa de Grandchester, que se dirigía a la mesa principal del brazo de su esposo.

Los nervios de lady Candice se alteraron en cuanto la fornida silueta del hombre que buscaba atravesó el jardín en dirección a la mesa donde los duques acababan de sentarse. A pesar de la distancia, observó con claridad la manera en que la chaqueta se ajustaba a su espalda.

Decidida a evitar el inminente desastre, se recogió las faldas y caminó a prisa los metros que la separaban de la pareja. Llegó casi a la par que él, a tiempo para escuchar a su excelencia saludarlo con una familiaridad que la sorprendió.

—¡Dan, qué sorpresa! —Lord Grandchester se levantó de su lugar de honor para recibir la felicitación de su antiguo amigo.

El mentado Dan sintió que le chirriaron los oídos al escuchar el apelativo; hacía años que nadie lo llamaba de ese modo y que lo ensartaran con su espada si iba a permitir que el duquecito lo hiciera.

—No se imagina cuánta, excelencia —contestó con una sonrisilla que le puso los vellos de punta a lady Candice, quien se preguntó si serían imaginaciones suyas el dejo de burla con que el individuo pronunció "excelencia"—. Pero, por favor, llámeme Terrence, ese mote no lo uso desde que dejé los pantalones cortos —continuó él, sin perder la sonrisa.

Lord Anthony le devolvió el gesto.

—Permíteme que te presente a mi esposa. —El duque tendió su mano a la aludida, en espera de que esta la tomara y se levantara—. Lady Amelie Grandchester, mi duquesa —dijo con ella de pie a su lado, su rostro exhibía una orgullosa sonrisa y sus ojos tenían un brillo que daba fe de la emoción que el hecho le causaba.

—Excelencia. —Terrence tomó la mano que lady Amelie le ofreció y depositó un beso en los enguantados dedos de la dama; tal como el protocolo exigía.

Lady Candice observó la escena con el aliento atorado en la garganta. Sentía el estómago apretado y que sus pulmones no alcanzaban a llenarse con cada inspiración. Inhaló despacio, en un intento por dominar la angustia que comenzaba a embargarla. ¿A qué estaba jugando ese hombre?

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora