Capítulo 30

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Un par de días después de la visita de lord Richmond a la mansión Grandchester, el Rojo caminaba por una de las transitadas calles de Londres, cerca de Hyde Park, cuando vio la figura de lady Anne subirse a un carruaje. Iba acompañada de un par de mujeres. Una de ellas parecía ser una dama, a juzgar por sus ropas elegantes; las cuales no lograban ocultar el ligero sobrepeso de la dama. Apresuró el paso para no perderlos de vista, tenía varios días merodeando por los lugares que las damas de la nobleza acostumbraban visitar durante sus paseos matutinos; y su paciencia por fin rendía frutos.

El carruaje le llevaba una distancia considerable, pero por fortuna para él, la atestada calle entorpecía la marcha de los caballos, dándole la oportunidad de alcanzarlo y poder seguirlo de cerca. Maldijo no traer su propio carruaje. Si el de ellas lograba salir de esa zona, lo perdería. Un par de jinetes se colocaron junto al vehículo, uno a cada lado. Pensó que buscaban adelantarlo, sin embargo, ambos continuaron avanzando al paso de los caballos que tiraban del carruaje. Frunció el ceño al ser consciente de que los jinetes iban custodiándolo. Quien quiera que fuera la dama, debía ser alguien importante. A menos que la protección fuera para su escurridiza prometida.

¿Acaso su tío estaba ocultándola de su propio padre?

Continuó caminando tras ellos por uno de los laterales de la calle hasta que en una intersección el carruaje y lo jinetes dieron vuelta a la izquierda. Esa vialidad estaba menos transitada y el carruaje enseguida tomó velocidad. Desesperado miró a todos lados, en busca de un coche de alquiler para poder seguirlas. Maldijo en voz alta al no ver ninguno. Lady Abercorn se le había escapado esta vez, pero la próxima vez estaría preparado.

***

Lady Candice y lady Anne, acompañadas de Jane, bajaron del carruaje en la mansión Grandchester. Acababan de dar un pequeño paseo por Hyde Park para que la condesa estirara las piernas. El médico que lord Grandchester consiguió, a instancias de Terrence a los pocos días de su llegada a Londres, le recomendó dar largas caminatas matutinas para ayudar en el desarrollo de su gestación.

En sus anteriores salidas solo acudía con Jane y dos hombres de su marido para que estuvieran pendiente de ella en todo momento. Esto último después de que en su primera salida se fuera solo con Jane.

En esta ocasión aprovechó que Zachary fue a casa del duque de Richmond con el tío de lady Anne, para invitar a la dama a su paseo de rutina.

Terrence se subía por las paredes cada vez que ella salía de la mansión. A lady Candice a veces le daban ganas de escapársele a los piratas que la custodiaban solo para que su esposo le diera una de sus lecciones de obediencia, sin embargo, jamás haría algo tan estúpido por más placenteras que estas fueran.

A Terrence lo mataba no poder acompañarla y en más de una ocasión se vio abriendo la puerta para hacerlo, no obstante, el hombre que Anson dejó para vigilarlo siempre estaba al otro lado de la calle, truncando sus intenciones de romper el acuerdo.

Le pidió a Jane que acompañara a lady Anne al salón de visitas y luego sirviera el té. Ella iría a saludar a su esposo antes de unirse a ellas otra vez. Apresuró el paso por vestíbulo para ir a la biblioteca, el lugar donde su marido pasaba la mayor parte del tiempo, sin embargo, él ya venía a su encuentro.

—¿Cómo están? ¿Todo bien? —preguntó acercándose a ella, su mano enseguida se posó en el abultado vientre de ella.

—Perfecto —asintió ella, una sonrisa brillaba en su rostro.

Terrence dejó salir un profundo suspiro. Cada vez que su mujer tenía que salir a su paseo le daban ganas de mandar todo a la mierda. Lo único que lo detenía era ella misma. Su esposa era la única persona capaz de volverlo loco y devolverle la cordura al mismo tiempo. Era su enfermedad y su remedio.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora