Capítulo 12 parte 2

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Días después —casi al término de la semana de reposo—, Jane entró a la habitación de lady Candice seguida de un par de hombres; cada uno portaba un cofre.

—¿Qué es esto, Jane?

—Esto, Milady, es su ajuar —informó emocionada.

—¿Mi ajuar? —susurró incrédula.

—¡Pues claro! ¿O es que pensaba casarse con esas trazas?

—Yo, bueno, no lo sé. No había pensado en eso —admitió avergonzada, acercándose a los baúles que dejaron junto a la chimenea.

—¡Qué espera! ¡Ábralos! —la urgió la muchacha—. Me muero por ver lo que milord ha preparado para usted.

—¿Terrence? él... ¿él lo hizo? —cuestionó con la respiración agitada. La perspectiva de que él tuviera ese gesto con ella le caldeaba el corazón de tal manera que lo sentía derretirse en su pecho.

—¿Quién más si no? Ande, ábralos antes de que me dé un síncope por la ansiedad.

Lady Candice se inclinó sobre los arcones para revisar el contenido. Lo primero que vio al abrirlos fue una brillante tela cerrada con un lazo. Deshizo el moño para descubrir lo que resguardaba. Un corpiño de un suavísimo tono verde proyectaba la luz del sol de media tarde en las pequeñas cuentas bordadas sobre este.

—¿No es una belleza? —preguntó Jane, hincándose junto a ella.

—Es... es precioso. —Acarició los hilos dorados que formaban pequeñas hojas sobre la tela de la chaqueta de un verde un poco más intenso.

—Venga, pruébeselo. —La doncella tomó la prenda con la delicadeza que el vestido merecía.

Lady Candice fue hasta la cama donde Jane acababa de poner el vestido. Ya extendido sobre el colchón pudo apreciar los bordados en hilos de oro que adornaban la amplia falda.

Jane la ayudó a desvestirse y enseguida se puso manos a la obra con las nuevas prendas. Estaba terminando de ajustarle la falda —ya con el corpiño de finos tirantes puesto—, cuando milord Hades entró a la habitación.

—Puedes salir, yo la ayudaré —ordenó a la doncella sin verla, su mirada fija en el cuerpo a medio vestir de lady Candice.

La doncella salió sin decir nada, pero no se abstuvo de largar una risita que irritó a Terrence.

—Gracias —habló lady Candice tras quedarse solos.

—¿Te gusta? —Terrence ya estaba junto a ella, su dedo índice acariciaba la suave piel de sus brazos desnudos.

—Sí, es precioso —afirmó sonriente.

Él quiso decirle que preciosa era ella, mas se contuvo. Estaba bien que lo tenía hecho un idiota, pero tampoco era cosa de andarlo demostrando en cada oportunidad. O eso se decía para creerse que todavía le quedaba algo de control sobre los sentimientos que ella le inspiraba.

—Ven —la tomó de la mano para atravesar la estancia hasta la puerta que comunica sus habitaciones, ubicada a la izquierda de la chimenea.

En la otra habitación —la de él—, la llevó directo al espejo; el mismo que tenían en "La Silenciosa". Terrence lo mandó a traer en cuanto lo echó en falta, deseoso a usarlo a la menor oportunidad. Y ahí estaban, justo como quería.

—En tu alcoba no hay espejo —informó con una sonrisa taimada, abrazándola desde atrás.

—Me preguntó por qué. —Lady Candice fingió meditar, jugando un poco con él.

—Debe ser culpa del tacaño de tu marido.

—Ahí sí debo contradecirlo, milord. Mi esposo puede ser muchas cosas, pero nunca un tacaño —replicó ella, tocando las piedrecillas cosidas en su corpiño.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora