Capítulo 20 parte 1

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"La Silenciosa" zarpó de Dublín tres días después que el Perséfone, llevándose las esperanzas de "el Rojo" de hacerse con la embarcación y toda su carga; por el momento. El hecho de que Pembroke hubiera abandonado la ciudad sin decir nada le hacía sospechar sobre su relación con la desaparición de Hades. El capitán del Gehena jamás se habría marchado de la ciudad sin antes hacerle una visita. Y no es que fueran amigos, la visita no sería cordial ni nada parecido, Hades iría a increparlo sobre su actuar, amenazando y avasallando como era su costumbre.

Hizo una mueca de disgusto.

Tener que aplazar sus planes no le hacía ni pizca de gracia, pero no le quedaba de otra. Sin embargo, de una cosa estaba seguro, el Gehena sería suyo, así tuviera que desplazarse a Inglaterra para conseguir sus propósitos. Y ya ajustaría cuentas con Pembroke, le gustara o no a su socio, ese conde pagaría si se atrevió a traicionarlos.

Por lo pronto ya estaba moviendo sus hilos para que las autoridades comenzaran a sospechar de las actividades comerciales de Terrence, era cuestión de tiempo para que la marina real atara cabos y descubriera que el famoso pirata que tanto terror causaba entre los galeones que viajaban de las colonias era el capitán de "La Silenciosa". Ah, cómo disfrutaría quedarse con ese navío también. Cuando fuera el dueño de todo, se casaría al fin con Anne, la única hija de Abercorn. Este se la prometió en matrimonio en un arranque de euforia y por supuesto que él no permitiría que se echara atrás y deshonrara su palabra. La dama ni siquiera había sido presentada ante la aristocracia irlandesa aún, pero él ya la conocía gracias a su relación con Abercorn. Era hermosa, de mirada gris y delicadas facciones, una verdadera belleza a la que tendría a su disposición siempre que lo deseara y que le permitiría la entrada al cerrado círculo aristocrático que —por sus orígenes poco nobles—, siempre la ha sido negado.

Decidió que al día siguiente le haría una visita a la dama. El compromiso todavía no era de dominio público, ni siquiera ella lo sabía aún, sin embargo, comenzaría a frecuentar la mansión del conde, quizá podía cortejarla. Era mejor tener una prometida complaciente, le convenía tenerla de su lado en caso de que Abercorn osara traicionarlo. Pero por ahora, disfrutaría de las atenciones de la belleza que acababa de entrar a su despacho en "La mesa redonda".

***

Lady Candice y su madre hablaban sobre los planes de viaje de esta última. La joven dama acababa de ofrecerse para ayudar a guardar todo aquello que no sería utilizado en ausencia de la condesa viuda cuando la aldaba de la puerta de calle sonó, avisando sobre la llegada de un visitante.

—Debe ser Terrence —dijo lady Candice al tiempo que se levantaba para ir ella misma a abrir.

—Deja que vaya Helen —pidió su madre, pero ella ya estaba saliendo del saloncito. La condesa viuda negó con la cabeza, sonriendo por la impaciencia de su hija mayor.

Lady Candice llegó a la puerta al mismo tiempo que la doncella.

—No te preocupes, Helen. Yo abro. —La enorme sonrisa de bienvenida con que iba a obsequiar a su esposo se le congeló en el rostro al ver a los duques de Grandchester al otro lado de la puerta.

—Candice... —El nombre de la condesa escapó de los labios de lady Amelie en apenas un susurro. La cara sonriente de su hermana era lo último que esperaba ver ese día.

—Excelencia —respondió lady Graham pasados unos segundos. Nerviosa miró a la calle, Terrence estaría de vuelta en cualquier momento.

«Señor, ¿por qué tenían que aparecer justamente hoy?», gimió en sus adentros.

—Lady Candice, tanto tiempo —intervino el duque, ajeno a lo que se cocía a su alrededor, totalmente ignorante de los términos en que se encontraba la relación de las hermanas Wilton.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora