Capítulo 9 parte 2

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La verde mirada de ella —desorientada tras el desmayo— lo contemplaba en silencio, sin embargo, por un breve momento él pudo ver en ella un cálido brillo. Incluso ternura.

—Sé mi esposa —susurró, la voz baja, enronquecida por unas emociones que aún no estaba seguro de poder afrontar.

Lady Candice parpadeó para alejar el espejismo que tenía delante, sin embargo, tras el aleteo de sus pestañas este seguía ahí. El señor Terrence tenía la mirada más hermosa e hipnótica que había contemplado jamás. Sus ojos cobalto —que siempre le recordaban las profundidades del océano—, eran cálidos y brillantes, como un cielo estrellado en una noche de primavera. Igual de profundos, igual de brillantes.

—Yo... —Quería decir que sí, pero algo en su interior la retenía todavía. En cambio, dijo—: ¿Por qué usa una máscara? —Se refería a un antifaz de color negro que ocultaba una cuarta parte del rostro del señor Terrence y que la tensión que le generó el altercado en cubierta no le permitió notar antes. Era la primera vez que lo veía con ella puesta.

—No quieres saberlo —repuso él, soltándola de inmediato.

Terrence maldijo para sí. La máscara era un elemento indispensable en sus actividades de pillaje. Los rumores decían que la usaba porque tenía destrozada una cuarta parte del rostro. El Bardo se había encargado de divulgar por todos lados sus cuentos sobre el cañonazo al que sobrevivió a pesar de que la bala cayó muy cerca de él. La realidad era que ni tenía el rostro destrozado ni recibió ningún cañonazo, sin embargo, al Bardo le gustaba explotar al máximo sus habilidades narrativas para adornar las historias sobre sus hazañas en altamar.

A él no podía importarle menos que la gente creyera o no lo que se decía de él a sus espaldas, pero que lo colgaran del palo mayor si no le importaba lo que la monjita pensaba de él. El pensamiento le agrió el semblante. ¡Por amor al Señor, él era Hades! ¡El ejecutor de los mares!

Lady Candice asistió asombrada al cambio que se gestó en la expresión del señor Terrence, toda calidez y ternura se esfumó de un momento a otro. La dureza que ahora traslucía su mirada comulgaba con la oscuridad que la máscara proyectaba a sus rasgos.

—La próxima vez no seré tan benevolente —espetó él antes de darse la vuelta, refiriéndose a su desobediencia. Atravesó la estancia a grandes zancadas hasta que salió del camarote con un golpe seco de la puerta al cerrarse.

Después que el señor Terrence se fue, no tuvo fuerzas para moverse. Se deslizó por la madera de la pared hasta sentarse en el suelo en un reguero de faldas. ¿Quién era este hombre? ¿El que la miraba con ternura o el que amenazaba con castigarla? ¿El que atendía a sus ruegos desesperados o el que la sacó de su casa en medio de la noche, desoyendo sus súplicas? ¿Cuál de los dos era en realidad? ¿El que la sostenía con ternura o el que disparaba a un hombre sin apenas parpadear?

El recuerdo del atronador disparo le produjo un escalofrío. La llegada del señor Terrence le había supuesto tal alivio que cuando lo vio con la pistola en la mano ni siquiera pensó en si le daría uso o no. Sentir su presencia junto a ella bastó para que el miedo desapareciera. A pesar de sus rudos modales y de sus amenazadores castigos, algo muy profundo dentro de ella le decía que jamás la lastimaría. Incluso comenzaba a pensar que, a juzgar por la situación suscitada entre la tripulación, la orden de no salir del camarote era más para su propia protección que por querer mantenerla prisionera. O quizá solo era una tonta ingenua que veía cosas donde no las había y justificaba el terrible comportamiento de ese pirata.

La palabra retumbó en su mente, opacando cualquier otro pensamiento.

¿Era el señor Terrence un pirata? ¿Un pirata de verdad?

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora