Capítulo 19

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Parados frente a Zachary, sin más testigos que los ayudantes del clérigo, los condes de Graham obtuvieron la bendición qué tanto deseaba lady Candice. Ella ya se sentía casada, era esposa y condesa de Terrence, sin embargo, muy en su interior existía ese temor de que alguien no considerara válido su matrimonio. Cabía la posibilidad que intentaran separarlos arguyendo que no estaban bajo el sacramento de la iglesia -anglicana o católica-, lo mismo daba para ella, así que realizar esta ceremonia le otorgaba la seguridad que secretamente necesitaba.

Las notas del órgano invadieron cada recoveco de San Michan en cuanto Zachary dijo las palabras que ella tanto deseaba escuchar.

-Lo que el Señor ha unido este día, jamás lo separe el hombre.

-Hasta que exhale mi último aliento, milady -susurró Terrence contra los labios de la joven, haciendo uso de sus derechos conyugales sin importarle la presencia del sacerdote.

-Hasta la eternidad, milord -corrigió ella, sonriente, rebosante de dicha.

El besó llegó cargado de emociones, sus corazones elevándose en la más absoluta felicidad.

Zachary los observaba con expresión enternecida, agradeciendo al Señor que el niño de su hermana haya podido encontrar una buena mujer que le hiciera olvidar los amargos momentos de su infancia y, sobre todo, le demostrara que debajo de todas esas capas de dureza existía un hombre bueno capaz de amar incondicionalmente. Un hombre que merecía ser amado con la ternura y devoción que ella le profesaba.

«Ay, si María pudiera verlo», pensó emocionado. Su hermana quería tanto a ese muchacho que debía estar muy preocupada por cómo se dieron las cosas entre él y lady Candice. Fue en ese momento, mientras los veía susurrarse cosas al oído, que resolvió que le haría una visita a su hermana. Iría a St. Michaels y le daría la buena nueva sobre el feliz matrimonio de su niño.

Un segundo beso, nada casto, se estaba gestando en la pareja frente a él por lo que no tuvo más opción que ir a poner paz antes de que terminaran mancillando su iglesia.

Terrence y lady Candice se quedaron a cenar con Zachary y luego partieron en el mismo carruaje que los llevó desde la playa donde estaba atracada la goleta.

Esa noche, mientras Terrence se aseaba frente al aguamanil, de espaldas a ella, lady Candice pensó en lo que el sacerdote le revelara esa tarde. ¿A dónde había ido Terrence cuando abandonó St. Michael? ¿Por qué desapareció sin decirle nada a nadie o por lo menos a sor María?

Observó su espalda, los músculos ondulaban con cada movimiento de él. Las marcas que la atravesaban brillaban blanquecinas a la luz de las velas. ¿Estaban esas cicatrices relacionadas?

Indecisa caminó hasta pararse detrás de él. Levantó su mano derecha, quería tocarlas. Cada vez que intentaba hacerlo Terrence la distraía con sus besos y caricias. Temblorosa posó las yemas de los dedos sobre la más grande, la que partía de su hombro derecho hasta media espalda. Lo sintió tensarse.

-¿Me extrañas, esposa? -preguntó dándose la vuelta para inmovilizarla en un abrazo. Sus manos atrapadas entre el torso desnudo de él y su pecho.

Terrence escondió el rostro en su cuello, su boca entreabierta dejaba un reguero de besos y su aliento enviaba oleadas de calor por todo su cuerpo. Estaba distrayéndola, otra vez. Sin embargo, su deseo conocer esa parte de su vida de la que nadie sabía la obligó a no sucumbir. Respiró profundo para calmar el batir acelerado de su corazón. Como pudo liberó sus manos y las posó otra vez sobre su espalda, devolviéndole el abrazo. Esa posición, con la cara de él oculta en su cuello, le dio el valor para preguntar.

-¿A dónde fuiste cuando desapareciste de St. Michaels?

Terrence se quedó quieto, sus labios sobre el hombro de su esposa que acababa de desnudar. Maldijo para sí. Ese cura entrometido se había ido de la lengua.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora