Capítulo 12 parte 1

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Lady Candice tenía que guardar reposo en cama durante una semana. El hombre que revisó su herida dictaminó que era necesario un reposo de tres días, durante los cuales debía estar pendiente de si presentaba mareos, náuseas, visión borrosa, jaquecas, entre otros síntomas. Tres días dijo el médico. Una semana ordenó su esposo.

—Pero si ya me siento bien, no me duele nada —se quejó el cuarto día, Jane acababa de regresarla de la puerta de su alcoba, la cual no compartía con Terrence por deseo suyo.

"Se acabó eso de dormir abrazados sin una ceremonia de por medio", le dijo en un murmullo el segundo día de su convalecencia cuando este entró a sus aposentos para acurrucarse junto a ella.

Esa noche él durmió en la habitación contigua, la que correspondía a la señora del castillo. Recostada sobre la cama, lo escuchó maldecir y quejarse entre dientes de esposas mandonas que se aprovechaban de su debilitada salud para hacer y deshacer a voluntad.

El día anterior ella se instaló en los aposentos que le correspondían, más por tener un lugar que pudiera llamar suyo que por evitar que durmiera con ella. «Sus dominios», los había llamado él cuando por la noche no le permitió la entrada.

«Tal vez esta es su forma de desquitarse», pensó mirando a Jane, su traicionera doncella. Ella y el pirata eran aliados en esta cruzada. La tenía pegada a sus talones con más fidelidad que su misma sombra. No la dejaba hacer el mínimo esfuerzo, al menor signo de malestar que ella mostrara la mandaba a la cama a descansar.

—Milord Hades ha ordenado que debe guardar reposo. —Jane ahuecaba las almohadas de pluma de ganso que Terrence mandó a traer de unas bodegas que a saber dónde estaban.

Tras el tropezón, como decidió llamar a su desafortunado acercamiento con la bañera, el señor Terrence dejó de ser para Jane el "pirata —inserte aquí un insulto—" para volver a ser milord Hades. Le gustaba más cuando despotricaba contra él, así al menos la tendría de su lado para escaparse a dar un paseo por los alrededores.

«Escaparse», repitió para sí.

Ese era otro tema que quedó relegado con su convalecencia post-tropezón. Algo se le atrofió allá arriba con el golpe, estaba segura. Desde que despertara, y tras la plática que tuvo medio adormilada con él, no pensaba más en irse del castillo. Por el contrario, quería quedarse, convertir la fortaleza en el hogar lleno de niños que soñó, aunque el protagonista original fuera otro. Era un pensamiento en el que divagaba con más frecuencia de la que quisiera.

Probablemente se debía a la ternura con que el señor Terrence la trataba cuando estaban solos. Esos momentos en que dejaba de ser el temible Hades para ser solo su esposo, el hombre que se preocupaba por ella y estaba pendiente de que todas sus necesidades estuvieran cubiertas. No le pasó por alto que desde que le pidiera que Jane la ayudara la mañana que desembarcaron, la joven continuó atendiéndola; a pesar de que al inicio de la travesía le dijera que la doncella no estaba más a su servicio. Eran detalles como ese los que la hacían verlo como algo más que el pirata cruel que él se empeñaba en ser.

Ni siquiera el día siguiente a su llegada al castillo —cuando usara lo sucedido con Amelie y Lord Grandchester para defender su amor propio—, ni siquiera en esa ocasión actuó como ese pirata que tanto terror causaba entre su tripulación. Aun cuando insinuara su deseo de estar junto a lord Anthony y los ojos de él fueran como espadas, aun así, no la maltrató.

A decir verdad, tenía un par de semanas que no pensaba ni una sola vez en el duque, salvo en esa discusión, cosa de la que ahora se arrepentía. Lord Grandchester solo era un lejano recuerdo de una ilusión que no pudo materializarse. Incluso si escarbaba en su corazón no lograba encontrar ese dulce sentimiento no correspondido que tanto daño le causó en el pasado. Ni un eco de los acelerados latidos que la sola mención de su nombre o el pensar en él le causaba. Incluso en ese instante, sus emociones seguían igual, era como pensar en un conocido que no has visto en mucho tiempo, al que recuerdas, pero sin sentir el anhelo de un reencuentro.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora