Capítulo 28

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Lady Candice arribó a Londres a mediodía, cinco días después de que lo hiciera Terrence. El Perséfone llegó a Southampton a punto de anochecer -tan solo unas horas después de que lo hiciera el barco de la marina real-, sin embargo, a pesar de que la dama viajaba con un gran séquito de piratas, ninguno quiso aventurarse a partir enseguida. Los caminos no eran seguros, mucho menos para su señora en estado de buena esperanza.

Era mejor salir al alba con abundante luz de día por delante, no obstante, la salida se retrasó aún más debido a que necesitaban un carruaje confortable en el que su señora pudiera viajar cómoda. Ninguno quería echarse encima a un enfurecido Hades si algo le sucedía a milady.

Consiguieron el carruaje un par de días después de su llegada al puerto de Southampton, no obstante, siguieron retrasándose debido a la falta de monturas para los hombres que la resguardarían en el camino. Si por ella fuera, se habría ido sin guardias y en mula si hubiese sido preciso, pero tanto Jane como Feng -a quien su esposo dejó como responsable directo de su protección-, no quisieron ni oír hablar de ello. Se mostraron inflexibles en este asunto porque, tal como le dijo Feng: "yo no quelel molil, milady". Y ella tampoco quería que su marido se volviera loco con el tema cuando se enterara, así que tuvo que aguantarse tres días en una posada hasta que pudieron partir al mediodía del día cuarto.

Esa noche tuvieron que hacer una parada en otra posada debido a que con la llegada del invierno el sol se ocultaba mucho antes y la noche los agarró en el camino. Ella quería continuar, pero Jane y Feng volvieron a unirse, contando esta vez con el apoyo de Zachary.

Esa noche conoció un poco más a Anne, la reacia prometida del Rojo. Le contó sobre los negocios turbios que manejaban y la obsesión que tenía con su marido. Cuando le habló de lo desesperada que se sintió cuando le dijeron que debía casarse con ese hombre, no pudo evitar verse reflejada en su situación. Ella misma padeció una situación similar cuando el conde de Pembroke intentó casarse con ella, por eso comprendía su necesidad de liberarse de ese indeseado compromiso.

Se arrebujó en el abrigo al sentir que una corriente de aire helado se colaba por alguna rendija del carruaje. El vehículo traqueteaba por las calles encharcadas por la nieve derretida, la cual ya no era blanca sino mugrienta por las pisadas de los transeúntes. Corrió la cortina para mirar por la ventana, nunca había estado en Londres y la desencantó un poco que la ciudad no fuera lo que esperaba. En lugar de casas con hermosos jardines y parques, percibía solo suciedad, malos olores, casas con paredes ennegrecidas, gente caminando por en medio de las calles sin importarles los carruajes y caballos que transitaban por ahí. Desechó el pensamiento. No estaba ahí para pasear sino para encontrarse con el necio de su esposo.

Miró a sus acompañantes. El padre Zachary hacía rato que dormía, ni todo el traqueteo al que se vieron sometidos durante el camino logró despertarlo. Ni siquiera cuando pararon para que ella pudiera vaciar el estómago en un punto del trayecto, el movimiento había logrado descomponerla y debieron hacer una parada de emergencia.

El cura aspiró ruidosamente por la nariz y Jane, sentada a su lado, resopló. Gracias a los ronquidos del sacerdote no pudieron dormir en lo que restaba de camino, motivo por el que la doncella traía un enfurruñamiento que no se aguantaba ni ella. Odiaba no dormir y cuando no lo hacía casi igualaba a su marido en mal humor.

-Juro que lo primero que haré será buscar una cama -masculló la doncella, su mirada entrecerrada puesta en el cura que dormía a pierna suelta sin importarle el descanso de sus compañeras de viaje.

-Por supuesto, querida Jane -sonrió lady Candice-, yo misma me encargaré de que puedas descansar.

-Ni el Señor lo permita -objetó Jane-, primero la dejo instalada y luego me largo a dormir hasta año nuevo -exageró pues aún faltaban algunos días para eso.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora