Capítulo 20 parte 2

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Cuando salieron de la casa de su madre, ni Terrence ni lady Candice comentaron nada sobre el encuentro con sus parientes. Ella, porque el efecto de la palabra horca asociada a su esposo todavía la tenía nerviosa. Él, porque no quería decir nada que la alterara más. Sin embargo, esa misma noche, mientras descansaban en los brazos del otro, ella abordó el segundo tema que más la inquietaba.

—Amelie está encinta —comentó, los dedos de su mano derecha jugueteaban con el aro en la oreja de él.

—Lo sé.

—¿Te lo dijo lord Grandchester?

—No, fue sor María.

Ante esa revelación, lady Candice se incorporó un poco para verlo a la cara.

—¿Fuiste a la isla? —preguntó y él afirmó con la cabeza—. ¿Por qué no me dijiste? También quería ir a verla —añadió, un poco decepcionada por haberse perdido la visita a la religiosa.

—Mientras tú estabas con tu madre, yo fui a ver a la mía.

Lady Candice sonrió enternecida; su duro pirata era un hijo amoroso y considerado, solo que lo ocultaba muy bien.

—¿Cómo está? —inquirió, olvidándose por un momento de lo referente a Amelie.

—Deseosa de verte —respondió antes de dejar un suave beso en la sonrisa de ella.

—¿Podemos ir mañana?

—Cuando quieras, esposa.

La dama ensanchó su sonrisa. Se impulsó un poco para alcanzar la boca de Terrence y unir sus labios con toda la dulzura que su corazón guardaba para él.

—Gracias. Me hará muy feliz verla.

—Mi mayor deseo es hacerla siempre feliz, milady —murmuró él, rodando para tumbarse encima de ella.

—Espera, canalla. —Lady Candice lo tomó de los hombros, empujándolo con suavidad, su tono risueño contradecía a su acción.

—¿Está muy cansada, milady? —La voz grave de Terrence envío oleadas de calor por todo el cuerpo de la dama.

—No, no se trata de...

—Me alegra escuchar eso porque yo me siento con bastante vigor —murmuró él, sus labios en esa zona entre el cuello y hombro de ella que lo enloquecía.

—¿Qué tan... vigoroso? —balbuceó la joven, sus mejillas calientes a punto de ebullición.

Apenas terminó de pronunciar su pregunta, Terrence se encargó de mostrarle lo vigoroso que podía ser.

A la mañana siguiente, con el sonido del mar golpeando el casco del barco, lady Candice intentó abordar por segunda vez la cuestión que la preocupaba. La noche anterior, su esposo la mantuvo muy ocupada ayudándolo a medir sus capacidades físicas por lo que no pudo conversar con él al respecto.

Antes el recuerdo, un calorcillo le subió desde el vientre hasta el cuello, perlándole el pecho de sudor. Movió una mano para echarse un poco de aire y con la otra tomó el vaso con jugo de fruta y dio un sorbo, de repente hacía mucho bochorno en la cabina.

—¿Tienes calor, esposa? —preguntó Terrence sin retirar la mirada de los huevos fritos que en ese momento degustaba.

—Un poco —aceptó, su cara enrojecida por los recuerdos—. Está todo cerrado y no se cuela ni un poco de aire —agregó para justificar sus calores.

—Claro, eso debe ser.

Lady Candice vio la sonrisita impertinente de su marido, el muy descarado le estaba tomando el pelo. Indignada decidió no seguir distrayéndose con el sinvergüenza de su esposo. Respiró profundo antes de hablarle sobre el tema que dejó pendiente anoche.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora