Capítulo 24

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Lady Candice estaba inclinada sobre uno de los baúles en los que guardaba unas de las tantas telas que su esposo le ha obsequiado. Buscaba una suavísima tela del tono del cielo después de una tormenta. Desde hacía varios días —para ser exactos desde que lord Grandchester descubriera de manera tan abrupta el tormentoso pasado de su hermana con Terrence—, desde ese momento no ha dejado de dedicarse a la tarea de disponer todo para su partida de St. Michaels. No quería que nada, absolutamente nada, retrasara su marcha. Cuando "La Silenciosa" atracara ella estaría con los baúles preparados y con las carretas —que oportunamente encargó a Stuart que consiguiera—, listas para ser cargadas.

Por eso, cuando el improvisado mayordomo —quien cada vez estaba más a gusto con su nuevo puesto—, entró para informarle que "La Silenciosa" acababa de ser avistada a pocas leguas de la costa, comenzó la frenética actividad de alistar las carretas y subir los baúles.

Bajaba por la escalinata de la casa para subir al carruaje que la llevaría hasta la costa cuando recordó la tela. Y no era que esta fuera importante para su partida, ni nada remotamente parecido, pero sí que era importante para su despedida. Así que había ordenado que bajaran los últimos dos baúles que cargaron para buscar ese lienzo de seda oriental que juraba haber visto ahí.

—¡La encontré! —gritó al tiempo que se enderezaba minutos de búsqueda después; la tela, antes perfectamente doblada y cubierta por otra más delgada y transparente, colgaba medio suelta de su mano derecha—. Stuart, por favor encárgate de que sea entregada a mi madre. Es mi regalo para mi sobrino —dijo con una sonrisa triste. Dadas las circunstancias, esa pieza con la que quizá podrían forrar su cuna o alguna mantita era lo único que su sobrino no nacido tendría de ella.

—Como ordene. —Stuart, que ya reverenciaba como todo un campeón, se inclinó un poco antes de recoger la tela de manos de su señora.

—¡Espera! —Lady Candice lo llamó cuando este se daba la vuelta para cumplir su orden. La condesa sacó otro paquete del baúl y se lo entregó—. Toma, este es para mi madre.

Stuart aceptó el paquete y se retiró.

Mientras veía la figura del mayordomo alejarse, lady Candice apretó el bolsito en el que guardaba unas cuantas monedas. El dolor de tener que irse sin despedirse, sin la certeza de si algún día podría volver, de si podría ver a su madre una vez más... saber que nunca conocería a su sobrino y que ni su madre ni Amelie conocerían a los hijos que tuviera... Todo eso estaba desgarrándola por dentro.

Uno de los hombres se acercó a recoger el baúl, que continuaba abierto a sus pies, para cargarlo en el carruaje. Era el único que faltaba por partir, las carretas ya iban dejando una estela de polvo tras ellas. Lady Candice respiró profundo, cuadró los hombros y se trepó al vehículo tirado por un par de caballos.

El trayecto desde la casa hasta el muelle no era muy largo, casi dos cuartos de hora a paso tranquilo, la mitad de eso si apuraban a los caballos; cosa que hizo el pirata encargado de conducir el carruaje. Lady Candice había sido muy enfática en la importancia de llegar cuanto antes al muelle. No podían, bajo ninguna circunstancia, permitir que su capitán bajara de "La Silenciosa", salvo para subir al Perséfone, el cual ya tenían bien provisto para partir en cuanto su capitán diera la orden.

Fue toda una sorpresa para la tripulación cuando su señora los reunió a todos —cuarenta hombres rudos y mal encarados—, en el salón de la enorme casa de su capitán unos días atrás. La mayoría no estaba muy conforme por haber tenido que quedarse en tierra mientras el capitán y los demás participaban en alguna aventura. Sin embargo, su capitán fue muy claro en sus órdenes y debían obedecer en todo a su señora —lady Perséfone, como le decían a sus espaldas—. Stuart era el líder, el hombre a quien Hades dejó al mando en su ausencia, el encargado de que cada orden dada por él se cumpliera como si estuviera presente. Fue él quien reunió a todos aquél día, quien se aseguró de que todos mostraran el debido respeto a su señora, sobre todo cuando ella les comunicó el motivo de su presencia en ese salón.

Quiero tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora