No sería mentir.

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Mantuvo la cordura por los primeros cinco segundos, evitando que su cerebro procesara realmente la información. Cortó con educación y miró la pantalla. Inhalo como si fuese su primer aliento en la vida.

- ¿Qué pasa? – Interrogó su hermano al ver como la cara de Sam se deformaba.

- Eileen... - Su nombre tuvo que ser arrancado a la fuerza de su garganta y sonó rasposo. – Eileen está muerta.

La tarde anterior la había llevado a casa y parecía estar perfectamente, incluso habían planeado ir a ver una película que ambos esperaban este fin de semana. Ahora intentaba mantenerse respirando, porque sentía que iba a desfallecer en cualquier segundo.

Su vida había desaparecido tan pronto y repentinamente que Sam lo veía como una pesadilla, aunque no fuese la primera que le pasará esto. Volvió a empapar su rostro en agua fría y aun así, no dejaba de sentirse enfermo.

Dean le había ofrecido compartir un trago, pero estaba seguro de que eso solo aceleraría sus ganas de vomitar. Estaba a punto de ir a la despedida de Eileen, honrada de la manera tradicional a cualquier cazador, pero no iba a resistirlo. Además, de solo imaginar las miradas, escudriñando lo roto que estaba en medio de este torbellino de cosas sucediendo, le hacían sentir peor.

Paso una a una las fotografías guardadas en la memoria de su celular, deteniéndose en cada una el tiempo necesario. Todas ellas, su creación, habían sido una pérdida de tiempo para Eileen. Él sabía que nunca podría amarle y le hacía creer a ella que sí era posible. Hasta el último segundo, ella vivía ilusa en una perfecta fantasía de un viable futuro juntos. Nadie podía predecirlo, pero Sam parecía seguro de eso, aunque estuviese más seguro de lo contrario.

Su madre dijo que ella era perfecta para su hijo y estaba encantada con la muchacha.

- Me alegra que hayas encontrado al amor de tu vida. – Sonrió Mary, acariciando el rostro de su hijo.

- Mamá, no es el amor de mi vida.

- Lo sé, lo sé. – Rio ella. – Es demasiado pronto para eso, pero...

- Ella no es el amor de mi vida. – Su voz tomó un tono más sincero, más lastimero.

Mary le observó con confusión y preocupación al mismo tiempo, casi podía sentir el corazón roto de Sam. Castiel apareció solo para recoger las llaves de su auto, y Sam no pudo evitar mirarle de esa forma particular en que lo hacía. Su madre no necesito más pruebas.

- Él no, Sam. – Negó, como si fuese inaudito.

Solo dejó las palabras flotar en el silencio por unos segundos y tuvo que irse de allí. Se enfadó con su madre por aquello. ¿Por qué no podía decir cosas lindas de Castiel como lo hacía con Eileen? Todos le habían empujado hacia el ángel cuando habían descubierto su secreto, pero su madre parecía totalmente en desacuerdo.

Quizás ella era más realista y sabia decirle la verdad que el resto no. Quizás esa forma brusca en confirmarle que nunca debió amar a Castiel fue lo que más dolió.

Con la muerte Eileen, ese escape quedaba cerrado y ya no existían más salidas. Estaba encerrado en un cuarto oscuro que le causaba claustrofobia y donde había vivido durante años, atrapado junto a Castiel pero sin poder tocarle. Su pase de salida había muerto y él volvería a esconderse en un rincón de aquel imaginario cuarto, solo observando al ángel ignorarle.

Dio vueltas en la cama, hasta notar el pequeño trozo de papel escapar imperceptiblemente de entre las hojas de su libro. Pellizcó la punta y lo jalo. Su enoquiano no era tan perfecto como el de Cas, pero intentaba ser lo más prolijo posible.

Las semanas pasaron de la misma forma en que pasó una a una sus fotografías. El dolor se hizo más soportable y volvió a ponerse de pie como lo hacía con cada muerte bordeando su camino en la vida.

De nuevo volvía al mismo lugar. Al punto de partida. En este juego el dado tenía los números borrados. No avanzaba ni retrocedía, solo persistía en su casilla de inicio. Tal vez hacer trampa sea una opción. O por lo menos, la última opción en un juego sin fin.

Castiel había visto a Sam en sus peores momentos, y este no era el más profundo de ellos para ser sinceros. Sintió lastima por la chica y pena por no haber logrado su cometido, hacer feliz a Sam. Ahora el castaño solo estaba más deprimido que antes y no podía consolarle. Dean había dicho que era mejor dejarle solo, estar cuando él quisiese que estuvieran para apoyarlo.

Guardo la distancia hasta que Sam dio el primer paso hacia él de nuevo.

Sentados uno frente al otro, el menor ocultó su rostro entre sus manos, como si el brillo de la laptop molestara a sus ojos.

- ¿Nauseas o migraña? – Interrogó.

Sam asintió, sin dejar claro cuál de ellas o si se trataba de ambas. De cualquier forma, se acercó a verificar, colocando su mano sobre la frente del menor. Tenía algo de fiebre, pero nada más relevante.

- Mentiste.

El castaño obvio ser descubierto y colocó su mano encima de la de Castiel, como lo había hecho hace un tiempo.

- ¿Puedes mentirme tú a mí? – Interrogó Sam.

- ¿A qué te refieres?

El menor quitó su mano y permitió que la del ángel también se apartara. Su mirada estaba muerta y escocia a Castiel. Era una persona rendida de todo y todos, caminando porque debía hacerlo y no porque quería.

- ¿Puedes decir que me amas aunque no sea cierto? – Sonó casi como un susurro lejano, quebrado como si fuese a llorar al finalizar la frase.

El ángel apartó los cabellos diminutos cabellos chocolates que caían sobre la frente de Sam y no pudo mentirle más.

- No, no puedo. Porque decir eso no sería mentir. 

Hurt you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora