Necesitarte.

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- ¡Lo prometiste!

Reclamó Jack, totalmente enfurecido con Sam.

Se había encerrado en su cuarto, durmiendo incontables horas. Bajo las sabanas, sin probar bocado alguno, se dedicaba a lamentarse y llorar. Sabía que esto era una locura, sabía que se arrepentiría de cada palabra que había dicho; pero aún estaba en esa etapa de shock en que no puedes pensar con claridad por el dolor que causa en ti.

Sentía la necesidad de aislarse, quizás eso ayudaría a aclarar su mente de alguna forma. Las prioridades, los sentimientos, las metas; todo estaba desordenado en su vida, como si un huracán le hubiese destrozado.

Le amaba, de eso no había dudas. Ese amor era tan fuerte como la primera vez. No era el problema Castiel, sino él. De repente, se sentía tan indeciso y agobiado por la boda. Todo le molestaba y todo se volvía agotador.

No tuvo tiempo de pensar en cómo reaccionaría el resto, si apenas y estaba dándose cuenta de lo que le habría causado al ángel.

Jack entró dando un portazo, gritando todo su rencor hacia él. Le había jurado semanas antes que nada malo le pasaría a su padre y ahora se enteraba de tremenda noticia.

- Lo siento, Jack...

Vio el brillo dorado resplandecer en sus ojos en un momento, hasta que Dean tranquilizó al nephilim y le convenció de alejarse.

- Arréglalo. – Dijo su hermano mayor.

- Es no es...

- No me importa. Sigue adelante o termina con esto, pero sin juegos, Sam.

Dean habló, se fue, y no iba a repetirlo dos veces. A veces, en esas ocasiones en que tomaba su lugar como el mayor y le decía como hacer las cosas, casi lograba ver en su mirada a su padre. No tenían un padre que les dijese que hacer, tampoco eran niños; pero Sam necesitaba que alguien marcara los límites cuando los suyos habían sido borroneados.

Tomó fuerzas de donde ya no existían, y arreglaría esto, aunque no estuviese seguro de lo que estaba mal.

El cuarto de Castiel estaba abierto. El ángel acomodaba el desastre de su habitación, llena de telas, decoración, detalles, muestras, y fotos. Estaba tan desordenada como las ideas de Sam. En algún momento, como si realmente hubiese prestado atención a su presencia, Cas se detuvo a mirar el anillo.

Había visto tanta ilusión fijada en esa sortija antes, que lo lastimó ver toda esa decepción en el semblante del morocho.

- Castiel... - Le llamó casi en un susurro.

El nombrado se giró en sorpresa, pronto convirtiéndose en tristeza. No quería verle así, jamás fue su intensión causar esos sentimientos en él.

- Yo...

- Lo entiendo. – Le detuvo el ángel. – No tienes que venir a disculparte o arrepentirte, no sería correcto. Me amas, lo tengo claro. Creíamos que podíamos cumplir tus metas de igual forma, pero no es verdad, Sam. No encajo en tus planes, quizás cualquier otra persona, pero no yo. – El anillo volvió a ocupar su atención. – No es tu culpa...

No quiso hablar, como si no existieran palabras exactas para describir lo que pasaba por su corazón. Cortó los pasos que le separaban, besándole con la desesperación de un náufrago. Su mundo era un lio, pero aún se amaban...

- Está bien si no quieres casarte, solo quiero estar contigo... - Dijo Castiel, en el pequeño espacio que separaba sus bocas.

Castiel era paz, era orden. Parecía que podía componerlo todo con un roce, de la misma forma en que sanaba sus heridas. Era tan mágico como su existencia.

Lloró su frustración entre besos y caricias, siendo confortado con la dulzura más grande. Apartaron las cosas de la boda y se acostaron. Solo allí, mirándose a los ojos y susurrando pequeñas frases. Sam se abrazó con más fuerza al ángel, sintiendo su corazón latir a centímetros. Sabía que ese cuerpo no era nada parecido a su verdadera forma, pero imaginaba en sus cavilaciones que era su gracia quien latía rápido al estar tan cerca.

- Quiero casarme contigo... – Dijo, con sus ojos cerrados y las caricias ajenas en su cabello. – porque es contigo, y no porque sea mi sueño.

- Lo que decidas está bien para mí. – Prometió el ángel. – Esto es agotador, y entiendo que sea un gran peso para ti.

- Dejemos de pensar en detalles, y solo pensemos en nosotros. – Decidió, retomando su lugar frente al ángel, con algo de más entusiasmo. – Creo... que podemos hacerlo.

Volvió a probar los labios ajenos, con más pasión esta vez. Necesitaba recordar el particular sabor a nada. Necesitaba recorrer el cuerpo ajeno y saber que aún estaba allí. Necesitaba sus caricias para convencerse de que estaba vivo todavía.

Tal vez, tal vez todo era posible. Era normal sentir que no puedes caminar un paso más sobre un desierto verdugo, aunque el manantial este a la vista. Es complicado decidir a dar esos últimos esfuerzos hacia el paraíso.

Pero Sam lo haría. Porque ya no solo se trataba de su sueño, era un deseo de dos. 

Hurt you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora