Escalones hacia...

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Por supuesto que el primero en saberlo fue Dean, siempre su confidente. La reacción, como todo lo que tenía que ver con su pareja últimamente, fue de pura emoción. Le encantó la idea y también estaba de acuerdo en que era el mejor momento.

- Por supuesto que vas a ser el padrino. – Afirmó cuando creyó que la conversación acabaría.

- ¿Qué?

Dean era todo sorpresa agolpada en su cara, irónicamente no se lo esperaba.

- ¿No quieres? – Apremió el menor.

- ¡Obvio que quiero! – Dijo medio enfadado. – Es solo que... - Intento buscar las palabras, pero parecía costarle demasiado expresarse. – Nunca creí que llegaría tan pronto.

- ¿Llegar el qué?

- Este día, Sammy. Siempre supe que te casarías porque vivías con ese sueño pegado a la frente, pero el día parecía nunca llegar cada vez que lo intentabas y yo... - Admitió con pesar. – creo que me di por vencido en algún momento.

No pudo evitar sonreír ante ello. Con mucho esfuerzo, en circunstancias especiales, Dean sabía darle palabras realmente significativas y que guardaría el resto de su vida.

- ¿Estás seguro? – Dijo Mary, rompiendo la seguridad ganada. – No lo sé, Sam.

- Mamá, no sé si vamos a estar mañana o si el mundo se acabe... - Confesó. – Quiero esto.

Ella había terminado por "darle su bendición" a duras penas. Supuso que era otro asunto a arreglar, pero Dean le había pedido que no se apresurara y fuese con calma subiendo cada escalón hacia el altar.

En esos momentos, necesitaba a papá. A diferencia de su madre y él, John era firme en sus decisiones como lo era su hermano mayor. Podía darle un sí o un no, pero le explicaría cada uno de los puntos por los que pensaba así y a lo que tendría que abstenerse. Necesitaba su opinión, o al menos una sola palabra que le diera una pista de donde estaba parado.

Había comenzado con un subidón de adrenalina a pensar en la perfección de cada segundo a partir de su decisión, pero ya no estaba tan seguro ni tan arriba. Todo podía salir mal desde el inicio hasta el fin, pero ¿Qué tal si ni siquiera comenzaba?

Era una obvia posibilidad que Castiel le dijese que no, tan dulce y amable como lo hizo aquella vez frente al motel, pero sería un no. Dean no tenía ideas de cómo hacer esto, ni de lo que tenía que decir. Mary no estaba muy conforme con su siguiente paso, por lo que ni siquiera pensó en su ayuda.

Y John le miraba desde aquella pequeña foto apoyada en el velador, sonriendo con sus dos hijos. Trato de pensar en lo que haría él, en el camino que seguiría. Él sabía cómo tratar a la gente para que le devolvieran una sonrisa, aunque no fue capaz de adiestrar a su pequeño Sam.

- Tienes la sonrisa de tu padre. – Dijo una vez Castiel.

Estúpidamente, Sam se llevó los dedos a sus labios, para repasarlo como si eso sirviese de algo. Siempre se había parecido a John más de lo que le gustaría, y Dean estaba convencido que esa era la razón del choque ellos.

Sentado en el Impala, estacionado en el garaje, siguió preguntándoselo. Imaginó la primera vez en que John y Mary se toparon; aún les recordaba de jóvenes de aquel viaje extraño en el tiempo. Se preguntó si su padre había pasado por lo mismo, allí sentado en su auto, con millones de posibilidades a una simple proposición. Quizás también había temido que Mary le diera un no, y tal vez había llegado a desanimarse con la idea de la miseria.

No se dio cuenta hasta que Dean cerró la puerta de que su hermano se sentó al otro lado. Pareció ignorar su sorpresa y se puso a buscar en la guantera.

- ¿Qué haces? – Interrogó.

- Dame un minuto. – Pidió Dean, buscando detrás de la guantera, en un rincón donde algo se había roto y parecía insensible.

- Lo vas a romper. –

- Ya estaba roto a propósito. – Sonrió divertido el rubio.

Se llenó de intriga de lo que buscaba su hermano y espero impaciente. Dean sacó una pequeña bolsita de terciopelo negro, cubierta en tierra.

- No la recordaba tan sucia. – Dijo con pesar el mayor, revisando si lo que buscaba estaba allí. – No creo que a mamá le importa que los tengas.

- ¿Tener qué, Dean? ¿Qué es eso?

El rubio le paso la bolsita que no pesaba mucho. Dentro, un par de anillos dorados.

- Son de papá. Los guardo allí para no perderlos. – Explicó el recoveco en la guantera.

- ¿Quieres que yo... los use?

- No pienso casarme, hermano, mucho menos con un ángel. Creo que tu boda es más especial que cualquier otra. – Elevó los hombros en simpleza. – Iba a dárselos a mamá pero paso todo la pelea por lo de Cas y no quiero.

- No depende de ti, Dean, son suyos. – Rio por la forma relajada en que el rubio lo dijo.

- ¡Eh! Son de papá. Él los dejo en mi auto. Por ende son míos y yo te los doy a ti.

Era una teoría rebuscada, sin verdadera lógica; pero la aceptaría si eso hacia feliz al futuro padrino. Sin embargo, iba a mencionarle el asunto a su madre más tarde.

- ¿Por qué tan sonriente? – Preguntó Cas, contagiándose de su gesto.

- Nada en lo absoluto. Creo que tengo un buen hermano. – Dijo sin razón.

- ¿Acaso dudaste de eso?


Hurt you.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora